Verano 2018, Vol. 5, Núm. 1
PDF: Díptico / Reseña
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RESEÑAS Y COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
Paulina Machuca,
El vino de cocos en la Nueva España. Historia de una transculturación en el siglo XVII,
Zamora, El Colegio de Michoacán & Fideicomiso Felipe Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor, 2018,
396 pp. [ISBN: 978-607-544-034-7]
Gilbert Luis R. Centina no es neófito de las letras como algún lector pudiera pensar, tampoco de la escritura en castellano. De hecho es uno de los pocos nombres que aparece junto al triunvirato formado por Guillermo Gómez Rivera, Edmundo Farolán y Federico Espino Licsi durante esos años finales de los setenta y ochenta que vieron la erradicación oficial de la lengua española en Filipinas. No obstante, su labor como persona consagrada le ha distanciado quizá de una actividad más visible dentro de lo poco que sobrevivió y germinó después de 1987.
Nacido en La Carlota ―el mismo municipio de la isla Negros que vio nacer a Adelina Gurrea Monasterio, la autora de Cuentos de Juana, joya sin par de la literatura filipina― y educado en Manila, Centina es escritor en inglés, español, hiligaynon y tagalo. A partir de los setenta publicó varios poemarios, dos novelas y un texto ensayístico; de hecho, en 1974 con la colección Glass of Liquid Truths (junto con la obra Boxes de Ricardo de Ungria) fue galardonado en segundo lugar dentro de la sección de poesía en inglés del prestigioso premio Palanca. Con fecha de 1998 data otro importante reconocimiento: el Catholic Authors Award, galardón entregado por la «Asian Catholic Publishers» en colaboración con la Arquidiócesis de Manila.
En su ensayo “Una perspectiva histórica de la poesía hispanofilipina” (publicado en Tonos digital, núm. 7, junio de 2004), Edmundo Farolán se incluía al lado de Federico Espino Licsi, de Guillermo Gómez Rivera, de Gilbert Centina y otros autores en lo que llamó “grupo vanguardista” y que definía como “una nueva generación de poetas filipinos en castellano, influidos por los ismos que caracterizaron a los poetas vanguardistas”. Un grupo variado de poetas que, “además del castellano, escribieron y siguen escribiendo en otros idiomas, inglés en particular”, pero también “en los idiomas filipinos como el tagalo, cebuano, ilonggo, e ilocano” y que, siempre según Farolán, “escriben en varios estilos y temas; del verso libre y prosaico, a las métricas tradicionales; de temas surrealistas, dadaístas y de protesta, a temas realistas, religiosos, y pacíficos”; estos poetas “escriben en el estilo vanguardista, pero vuelven a los clásicos en forma y contenido, tomando los temas y los estilos literarios de los clásicos castellanos”.
Lo cierto es que muchos de los trabajos de Centina anteriores a 1987 andan dispersos y se publicaron en periódicos de muy difícil acceso actualmente, por lo que se agradecería a su autor que pudiera recopilarlos y publicar en un futuro próximo una actualización de su producción histórica. Por el momento, el autor muestra un destacado activismo a través de la red, publicitando su obra con elaborados y muy bien presentados vídeos, blogs y páginas web, e incluso una extensa entrada en la Wikipedia. Destaca sin duda la cuidada página personal del autor, <http://www.gilbertluisrcentinaiii.com>. En ella podemos encontrar hasta doce pestañas: book central, selected works, reviews, press, blogs, other voices, multimedia, quotes, advocacies, future works, contact y privacy statement & terms of use. Hasta el momento la página se encuentra únicamente en inglés, pero sería igualmente deseable que el autor tratara de hacerla también en español, o al menos una pestaña en español con un resumen de todo el contenido. En cualquier caso, lo que podemos encontrar aquí son citas de las obras de Centina, casi todas ellas en inglés, pero también pequeñas joyas de textos antiguos de cuando el autor formaba parte de esa generación “vanguardista” que llamara Farolán. Por ejemplo aparece el mismo poema que Edmundo cita en varias de sus publicaciones electrónicas, Becerril de Campos. Lo reproducimos a continuación con la forma en que aparece en la actual página electrónica de Centina:
Aquí donde el vino está a un paso de la sangre,
la uva es una viña con hojas ausentes,
el tiempo se hace hermano del trigo,
y la divinidad es soledad.
Pestañeas, y cae la tarde.
Te suenas la nariz, y brotan cuervos,
que saltan a la pata coja, de una luz a otra.
No hay vacas sagradas en Becerril.
Sólo corderos, asustadizos, sus ojos ansiosos.
Que vigilan el leve movimiento de tus manos,
y sueñan con lamer el sudor salado en tus palmas.
No busques molinos de viento en Becerril.
Quien sueñe allí con bambúes debe de ser ciego.
Aquí el paisaje, que coronan banderas de nieve,
no extiende su alfombra a los nómadas.
Becerril: Campos y tierra. Y mucho azul.
But more important, the Spanish language forms part of the Filipino soul because it is a repository of great Filipino writings that led to Philippine independence. These writings are important in understanding and defining Filipino identity. Not knowing the Spanish language robs the Filipino nation of its very soul, which is both Hispanic and Asiatic, and much cultural and intellectual treasure will remain hidden from view if the trend is not reversed.
While the Department of Education―thanks to former President Gloria Macapagal Arroyo―has taken steps to reintroduce Spanish in Philippines schools, much heavy lifting remains to be done. Without a doubt, years of its banishment by philistines in and out of government has taken its toll. It is now incumbent upon educators, cultural warriors and anyone who cares about the future of the Philippine nation to encourage the younger generation to carry on the lonely fight led by such Filipino literary giants in Spanish as Guillermo Gómez Rivera.
The struggle to preserve Spanish and to keep it alive among the youth will remain difficult as long as some Filipino historians continue to demonize Spain in textbooks for its shortcomings as a colonial ruler. To them, nationalism means hatred for others, including aversion to anything associated with Spain. Sadly, the Spanish language becomes a collateral damage in their counterproductive efforts which achieve nothing but limit the horizon of the Filipino nation.
desgastada por los pies de otros hombres que vistieron de túnica,
puntúo las páginas de mi viaje, y me encorvo allí donde creció mi bastón.
Las pisadas no son ya más que ecos de un pasado vacío.
Y los caminos llueven como cálices, sobre este tiempo lleno de dudas.
Aparece el mediodía, la pálida mañana se ha ido, sus reliquias son ahora desatinos espaciales.
Desde sus trinarios, los pájaros cantores dispensan festivos su canción liberal (p. 13).
La misma clave interpretativa de la poesía de Centina ofrecen las otras dos contrubuciones que enriquecen la publicación: en la introducción de Aguirre se define el poemario como el diario de un alma que “se sumerge en Dios”: el poeta es un “nómada”, un “alma errante” la cual, “a través de la selva interior” que abre con “su machete de palabra”, va coleccionando encuentros y experiencias como exiliado en busca de su nombre. A lo largo de este camino el poeta encuentra a otros caminantes, los poetas, “que están locos, como Dios, loco está” pero loco de una “bendita locura”. Aguirre entonces reconoce en estos versos un mensaje según el cual la forma más alta de conocimiento de la realidad sería el verbo poético, pero sólo aquella poesía que alcanzara el mensaje de algo más allá de lo físico. El mismo concepto de relación con lo absoluto retoma Romo de Miguel en su epílogo, en donde reconoce la clave de lectura del poemario en los conceptos de amor y esperanza que nos revela cuál es la meta del hombre: el reconocimiento del hecho metafísico.
Con Díptico el autor ilongo manifiesta la exigencia de volver a expresarse también en aquella lengua española que le fue propia, por educación, por entorno familiar, por vocación literaria, en su juventud. La actual residencia del emblemático Gilbert Luis R. Centina III en España debe reiniciar un camino de vuelta a la escritura en castellano, un camino que le reportará al autor sin duda el merecido lugar que le corresponde en la literatura hispanofilipina de finales del siglo XX, y su necesario reestablecimiento en el siglo XXI. Deseamos y esperamos que Centina nos deleite con nuevas publicaciones, poéticas, narrativas o ensayísticas, que lo sitúen como corresponde en un lugar preeminente de la producción filipina contemporánea en lengua española, y en la generación que más luchó por enderezar el entuerto que ha convertido la cultura del archipiélago magallánico en un subproducto de los Asian Englishes. Junto a Gómez Rivera y Farolán, el nombre de Centina debe volver a ser escuchado como paladín de la reivindicación cultural del legado histórico y la identidad fundacional de la nación filipina. Esperemos que así pueda ser, gracias a la producción que el autor debe ―por compromiso, vocación y responsabilidad histórica― desarrollar en los próximos años.
ANDREA GALLO