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Revista Filipina
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Primavera 2019, volumen 6, n
úmero 1
PDF: El vino de cocos


RESEÑAS Y COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS


Paulina Machuca,
El vino de cocos en la Nueva España.
Historia de una transculturación en el siglo XVII,
Zamora, El Colegio de Michoacán & Fideicomiso Felipe Teixidor
y Monserrat Alfau de Teixidor, 2018,
396 pp.
[ISBN: 978-607-544-034-7]


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Se esté o no interesado en la historia de las bebidas alcohólicas, el presente libro ofrece mucho más, hasta el punto de que el objeto de estudio sirve de vehículo para articular numerosas claves en la construcción del mundo ibérico global. En un contexto historiográfico en el que se delimita la “primera Edad Moderna” (Early Modern History) como idea para explicar fenómenos de globalización y contactos humanos a nivel planetario, en el que la “Historia conectada” (Connected History) se ha ido imponiendo como aproximación predilecta, la investigación publicada por Paulina Machuca es un modelo de rigor histórico y capacidad metodológica. Como es sabido, y ante la enorme complejidad de manejar fuentes en diferentes idiomas y diferentes archivos, la historia conectada regularmente consiste en seleccionar un microrrelato del cual se puedan extrapolar datos para la reconstrucción de una narración en términos globales.
      Este tipo de procedimientos no obstante necesitan de herramientas auxiliares a la historia, dado que se trata de explicar fenómenos humanos en la gestación de un mundo global, fenómenos antropológicos, sociológicos, y también culturales (por ejemplo la creación de literaturas de alcance mundial, como la española, publicándose libros en Nápoles, México o Manila). Pues bien, Machuca ofrece, a través del estudio de las técnicas de producción y elaboración de la tuba y el vino de cocos, y los numerosos microrrelatos que obtiene de una veintena de archivos, la narración de un fenómeno de alcance global: la implantación del vino de cocos y los vinateros filipinos en la costa occidental de Nueva España en el siglo XVII, y la transmisión de la técnica filipina y los alambiques asiáticos para el posterior desarrollo de los destilados mexicanos, en espacial el mezcal.
      En el desarrollo de toda esta odisea ―que ha pasado prácticamente desapercibida para una historia atenta a objetos de estudio más preeminentes―, el libro ofrece, al menos, cuatro fantásticos hallazgos, inesperados en una investigación que trata de algo tan poco familiar como el “vino de cocos”. En primer lugar la autora hace una relación de las descripciones históricas en torno al cocotero y la palma de coco, árbol que todas las fuentes califican de “maravilloso” por sus propiedades y utilidades. Planta que surge en el océano Índico, la autora inicia su relación con noticias de Ibn Baṭṭūṭa y Marco Polo. Lo que Machuca no menciona, pero sin duda ayuda a clarificar, es que, si para los portugueses y españoles la palma de coco era prácticamente “el árbol de la vida”, qué no sería para los que les precedieron, es decir, para los árabes.
      Y esto nos lleva a uno de los lugares más misteriosos y característicos de los relatos de la literatura islámica de maravillas, los ‘aŷā’ib / عجائب (mirabilia). En efecto, a lo largo de la historia de la geografía árabe clásica un lugar singular se repite, con mayor fascinación y exotismo a medida que pasen los siglos, un lugar que se localiza cada vez más hacia el este, hacia el oriente, hacia donde acabe el mundo más allá de China. A veces bajo la denominación de isla, a veces islas, nación o tierra, el topónimo al-Wāqwāq / الواقواق es uno de los lugares más insólitos y controvertidos de las fuentes geográficas árabes. En una cosa parecen coincidir los textos desde el siglo IX al XIV, la tierra de Waqwaq se sitúa en el extremo oriental del mundo habitado.
      Un texto tardío en el que podemos ver ya recopilados todos los elementos de la fascinación que a través de los siglos se fue adscribiendo al nombre de Waqwaq será el de al-Qazwīnī en su Atār al-bilād wa-ajbār al-‘ibād, obra que precisamente tiene como fin ser la culminación del género de maravillas:




Se encuentra en el Mar de China, contigua al archipiélago de Zānaŷ [Sumatra y Java]. El camino que guía hasta esta isla lo indican las estrellas. Algunos dicen que [se trata de un archipiélago de] mil seiscientas islas. Se le puso este nombre porque en ella hay un árbol cuyos frutos tienen la forma de mujeres colgadas de las ramas por sus cabellos. Cuando alcanzan la madurez, se puede oír como dicen: “wāq-wāq”. Las gentes de esta isla interpretan este sonido como algo de lo que obtener augurios.
   Dijo Muḥammad b. Zakarīyā’ al-Rāzī: “Es un país que tiene mucho oro, hasta el punto de que sus habitantes fabrican las cadenas de los perros y los collares de los monos con ese metal. También confeccionan sus túnicas de hilo de oro”.
   Dijo Mūsà b. al-Mubārak al-Sirāfī que él estuvo en esta isla y que la gobernaba una mujer. La vio sentada en un trono, desnuda, con una corona sobre su cabeza y rodeada por cuatro mil sirvientas desnudas y núbiles1.
      En este capítulo del Atār al-bilād se aportan los principales datos asociados al topónimo después de un largo proceso de mitificación: 1) ubicado en el mar de China más allá de al-Zābaŷ, 2) archipiélago compuesto por centenares de islas; 3) existe un árbol cuyos frutos exclaman “waq-waq” y tienen forma humana; 4) tiene tanto oro que se fabrican con él cadenas para los perros; 5) lo gobierna un ejército de amazonas. Para nuestro interés, el lugar mítico de Waqwaq se hará extraordinariamente famoso en todo el mundo islámico debido a su árbol, el árbol de Waqwaq, dibujado, tejido y representado hasta la saciedad en todo el arte islámico, con las cabezas de doncellas cayendo hacia el suelo. Pues bien, la lectura del primer capítulo del libro de Machuca (“El árbol de la vida”) no puede sino hacernos evocar ese árbol maravilloso de los ‘aŷā’ib árabes del Índico, y sugerir que el árbol de Waqwaq es fruto de la fascinación que la palma de cocos producía a los viajeros que desde el siglo VII salían de Bagdad rumbo a China.
      El segundo de los grandes temas que plantea el libro es el de la población filipina asentada en Nueva España desde fechas tan tempranas como finales del siglo XVI. Ciertamente es extraordinario que no sólo aparezca población originaria del archipiélago filipino al otro lado del océano Pacífico a pocos años de la fundación de la ciudad de Manila en 1571, sino que inmediatamente transfieran unas estructuras sociales y culturales. Es interesante señalar que el códice Boxer relata constantemente que los filipinos celebran el ritual de los anitos con borracheras, y en un documento con fecha 1600 del Archivo Histórico del Municipio de Colima se dice: “lo que se sabe es que muchas veces en muchas partes ha oído decir que los dichos chinos han emborrachado a muchos indios y lo tienen de costumbre” (p. 186). Se podría pensar que el rito prehispánico del culto a los anitos se podría haber llevado a Nueva España a través del vino de cocos, como otro fenómeno más de transculturación.
      Lo cierto es que los filipinos introducen, en primer lugar, la técnica del cultivo y cuidado de la palma de coco, y su plantación extensiva con fines productivos. Según señala Machuca, la palma de coco se conocía en América del norte y central, como planta que había iniciado una incipiente colonización en el siglo XV. Pero su verdadera aclimatación y proliferación se debe a la acción humana a partir del siglo XVI. Es a comienzos del XVII cuando los llamados “indios chinos”, población sobre todo de origen filipino, llega a la costa occidental de México para introducir las diferentes técnicas cocoteras: extracción de la tuba, fermentado, y destilado, hasta obtener el vino de cocos. Los filipinos de inmediato se organizan como comunidad, no sólo para defender sus intereses de grupo (así se señala en un documento del Archivo de Colima de 1651: “Dicimos todos los chinos naturales de Filipinas”, p. 171), sino también para organizar su estructura interna y liderazgos. Se crean verdaderos barrios y pueblos de filipinos en México (“quedó claro que lugares como el barrio de San Nicolás Obispo, sujeto a la cabecera y doctrina de Coyuca, en la jurisdicción de San Diego de Acapulco, se fundaron por los filipinos que llegaron a bordo de Galeón de Manila”, p. 179).
      Aparece entonces un fenómeno extraordinario que Machuca rescata: la existencia de gobernadorcillos filipinos, con potestad judicial y facultades fiscales, en Nueva España. Se llamarán “alcalde de chinos”, y sus funciones serán muy similares a las que tiene el gobernadorcillo en el archipiélago: “Es un fenómeno hasta cierto punto atípico en la Nueva España, que ocurrió únicamente donde había filipinos laborando en un contexto rural, agrícola, como lo fueron el núcleo de Colima-Motines, y como se verá más adelante, en el de Zacatula-Acapulco” (p. 168). La autora detalla con exhaustividad la estructura social y laboral de la población filipina asentada en el occidente novohispano, analizando procedencia, localización y condición social una vez en plantaciones de beneficio: indio chino libre, esclavo, en vías de emancipación, e integrado en la sociedad americana.
      Esto nos lleva a un tema que actualmente está suscitando controversia sobre la naturaleza social de la población asiática establecida en Nueva España. Machuca cita una obra que sin duda merecería mayor difusión, al ser tema de candente actualidad, la tesis doctoral de Matthew Furlong, Peasants, Servants, and Sojourners: Itinerant Asians in Colonial New Spain, 1571-1720, Universidad de Arizona, 2014. Pero una obra que sí ha logrado la visibiliad que dan las grandes editoriales mundiales, como Cambridge University Press, es la de Tatiana Seijas, Asian Slaves in Colonial Mexico: From Chinos to Indians (2014). El libro de Machuca aporta nuevos datos a este tema de indudable actualidad, señalando qué sucedía en un lugar concreto de Nueva España y para una actividad concreta, la de los filipinos vinateros. Si bien los filipinos no podían ser esclavizados por orden real desde 1584, bajo una serie de circunstancias se podían ver sometidos a dependencias laborales ciertamente abusivas. Machuca estudia toda la posible casuística sociolaboral y casos concretos con nombres propios. También estudia los casos de posibles “moros”, o musulmanes del Índico, que podían acabar en Nueva España (“Dos de los cinco casos presentados en el cuadro anterior demuestran que se trataba de esclavos llegados desde la India de Portugal, pues la legislación prohibía la esclavitud de los naturales de Filipinas, considerados como vasallos de su majestad. Había, desde luego, sus excepciones. Los indios islamizados de Mindanao cautivados en “guerra justa” eran sujetos de esclavitud, por lo que no se puede descartar que algunos de ellos hubiesen arribado por medio del Galeón de Manila”, p. 131). Para la autora el destino no era fruto de un tráfico de esclavos regular, sino que estaría vinculado al movimientos de sus dueños y la existencia de esclavos procedentes del Estado da India portugués.
      Así llegamos al tercero de los grandes hallazgos del libro: la existencia de baybayin en América. Desconocemos si se ha realizado una investigación sobre documentos novohispanos que contengan escritura indígena filipina, pero a partir de ahora está claro que, con los datos que ofrece Machuca, es un tema de obligada atención. La autora logra rescatar cuatro firmas de filipinos en Colima escritas en baybayin. Da una serie de claves sobre los personajes y la alfabetización de los filipinos establecidos en Nueva España, y señala que, indudablemente, el estudio de estos valiosos textos merece trabajo aparte. Indica también una realidad que, a pesar de ser evidente, sigue siendo materia de discusión debido a la insistente acción de la leyenda negra, a saber, la promoción del baybayin por parte de los misioneros católicos (“Con la evangelización del archipiélago, los misioneros no buscaron la desaparición de los silabarios locales, sino que los vieron como un instrumento de doctrina”, p. 176). En efecto, acabamos de publicar un artículo en el que estudiamos la difusión de la escritura islámica yawi en la bahía de Manila, para tratar de señalar que, muy probablemente, el significado cristiano que se le dio en los primeros momentos al baybayin tenía como uno de sus fines erradicar la incipiente escritura yawi.
      Por último, y quizá el principal hallazgo para la propia cultura mexicana, es la delimitación clara y concisa de la técnica del destilado, estudio de los alambiques, e indudable desarrollo técnico proveniente de Filipinas para el futuro desarrollo de las bebidas destiladas mexicanas, en especial el hoy mundialmente famoso mezcal. Machuca logra, con la brillantez y sencillez argumentativa que vertebra un libro de casi cuatrocientas páginas, afirmar de manera inconfundible la necesaria influencia de los fenómenos culturales que tuvieron lugar en las regiones de Colima-Motines y Zacatula-Acapulco durante el siglo XVII como fruto de la presencia filipina, para el posterior desarrollo del destilado mexicano conocido como mezcal.
      El libro ofrece al menos cuatro excepcionales resultados dentro de un excelente y voluminoso trabajo de conexión histórica en un marco de historia global. Y lo hace proyectando la historia de la globalización del saber filipino en torno a bebidas destiladas, bebidas que formaban parte del culto religioso a los anitos. La tuba y el vino de cocos son dos excusas excepcionales para explicar detalladamente en qué consiste la transculturación de la primera Edad Moderna, y cómo Filipinas no sólo recibió cultura europea y americana, sino que fue exportadora de su propia cultura. El archipiélago, desde antiguo antípoda del tráfico mundial, pasó a ser a partir del siglo XVII verdadero centro de la mundialización.
      
Señalamos por último, como imperativo en toda reseña, algunas pequeñas erratas que hemos detectado para su corrección en próximas ediciones: p. 93, nota 47, “lugar” por “lagar”; p. 117, “el mismo Colón” por “el miso Colón”; p. 122, Malaca no está “en la actual Indonesia; Brunéi debería de llevar tilde; p. 176, “estructuras silábicas” por “escruturas silábicas”. Pero señalamos igualmente que, salvo las anotadas, no hemos hallado el más mínimo error formal, en un libro impecablemente escrito, con un exquisito cuidado por la lengua, que es verdadero ejemplo de excelencia académica.
      Paulina Machuca ha lograda, a través de un tema que parecería subalterno, revelar las múltiples complejidades de la globalización, y redactar un libro formal y científicamente esencial, verdadera referencia para todo aquél interesado en la gestación del mundo moderno, desde el árbol de Waqwaq al mezcal, desde oriente a occidente.

ISAAC DONOSO