* * *

A pesar de la presencia de los cadáveres mutilados de tantos Inmortales que tapan el suelo del interior, el Santuario sigue siendo tan inmaculado como puedo recordarlo: las grandes columnas de piedra que parecen continuar hacia el cielo, la alfombra escarlata que divide la sala en dos y los murales a lo largo de las paredes. Los murales de las Siete Constelaciones —las divinidades veneradas de la gente de Auria— hechos de vitral y de piedras preciosas que representan las figuras corpóreas de cada dios-estrella e iluminadas por siete llamas azules siempre encendidas, han sido mantenidos piadosamente a través de los siglos por los fanáticos: los murales de Pureza, Contención y Tolerancia a la izquierda, y Firmeza, Impetuosidad y Justicia a la derecha. El mural de Valor, considerado como el más poderoso de los Siete y la virtud principal del imperio militarista de Auria, se alza orgullosamente en el centro, con su tamaño más grande que los demás y su llama blanca, en vez de azul.
….Mi padre me había llevado ya dos veces aquí: la primera al cumplir mi quinto verano cuando él creía que sus sacrificios para los dioses-estrellas me protegieron ante un accidente que casi me quitó la vida, y la segunda, durante mi decimosexto, para mi Aceptación —un rito de pasaje que cada ciudadano joven auriano debe llevar a cabo— sirviendo como un puente hacia la madurez.
….El piadoso necio. Me acuerdo de sus esfuerzos inútiles por obtener la indulgencia de las Siete Constelaciones para mi madre, terriblemente enferma y en el lecho de muerte debido a complicaciones causadas por darme a luz. Compró las baratijas, quemó los sacrificios, ayunó y se postró por días…y aún murió mi madre, sola y en agonía.
….Me acuerdo también de cómo todo Auria buscó la ayuda de los dioses-estrellas solo para quedar ignorado durante los Años de Carmesí, un capítulo sangriento entre los volúmenes de su historia orgullosa. Ante una horda aparentemente interminable de bárbaros homicidas que vinieron del extremo oeste del mundo conocido, casi cayó el imperio, con más de la mitad de sus territorios devastados, entre ellos mi pueblo natal, Nirnazeth.
….Durante esos años de violencia y conflicto toda la gente de Auria rezó a los Siete para que la salvaran de la aniquilación, pero jamás vinieron: poco a poco el imperio recuperaba y reconquistaba sus territorios perdidos, pero a costa de vidas incontables.
….Y me acuerdo de cómo abandonaron a Megara, mi amada, la luz de mi vida. Cómo se marchitó rápidamente como una flor a causa de una epidemia y cómo los dioses-estrellas no hicieron caso a todas mis súplicas para que la salvaran de las garras de la muerte.
….Cómo murió en mis brazos esa noche…cómo me dijo con su último suspiro que esto no fue culpa de los dioses, que nunca debería culparlos, que tal vez todo esto fue de acuerdo a su mandato…cómo abracé su cuerpo frío y sin vida hasta el amanecer…
Me la quitaron de mí. Las Constelaciones, con su inagotable misericordia.
….No los necesitamos. Rezamos a ellos incansablemente, solo para que nuestras preocupaciones caigan en oídos sordos. Son autocomplacientes, y no merecen nuestros sacrificios. No deberíamos tener miedo a ellos: no hay razón. Somos capaces de resolver nuestros propios problemas; somos capaces de luchar nuestras propias batallas. La humanidad continuará a sobrevivir —y será mucho mejor— incluso sin ellos.
….Y esta noche, lo probaré.

***

Camino lentamente hacia el mural de Valor donde en su base se encuentra un trono vacío hecho de obsidiana y rubí, como un testigo solitario de la masacre que ocurrió aquí hace unos momentos. Se dice que el mismísimo Valor, con sus poderes cósmicos, hizo este trono de polvo durante una época cuando las Constelaciones aún caminaban con los mortales; luego, cuando por fin decidieron abandonar la tierra y regresar a sus propios lugares más allá del velo cósmico nadie más se sentó en él: puesto que nadie más del reino de los mortales fue considerado digno de sentarse donde el mayor de los dioses-estrellas se había sentado alguna vez, ni siquiera los emperadores ilustres que han gobernado Auria por generaciones.
….Me detengo en la base de la escalera pequeña de tres niveles que conducen al trono de Valor. Levanto el arma que estaba arrastrando y lo señalo hacia el asiento, como un dedo índice denunciando a un criminal.
….“Furia” es el nombre del arma. Hecha de acero oscuro con rayas de jaspe y heliotropo a lo largo de la hoja, perteneció una vez a un demonio del mismo nombre, uno de los Siete Maleficios que, según los cánticos de Auria, fueron considerados como los mayores enemigos de la raza humana durante la antigüedad, hasta que los dioses-estrellas decidieron descender de su morada celestial para intervenir en los asuntos de los mortales. Se enfrentaron con los demonios en una gran batalla que sacudió los cimientos del cielo y la tierra, hasta que las Constelaciones finalmente salieron triunfantes.
….Pero los Siete Maleficios no fueron realmente vencidos, ya que cada uno había guardado una parte pequeña de sus esencias dentro de las armas que empuñaban, esperando que un día cuando sus archienemigos ya se fueran de esta tierra, algunos mortales los encontrarían tontamente, permitiéndoles corromper sus mentes y hacer cumplir su propia voluntad sobre sus pobres víctimas para poder sembrar el caos en el mundo una vez más. No creía la existencia de esas armas malvadas hasta un día ominoso en que me atrajo una de ellas, como una polilla a una llama, mientras intentaba escapar de los caballeros del emperador que me perseguían debido a un delito que me acusaron erróneamente. En las profundidades de una cueva a lo largo de los pasos montañosos del sur de Auria escuché su llamada y, desesperado e incapaz de defenderme, acepté encantado su ayuda.
….Me tomó diez años dominar el manejo del arma, y con mi voluntad mortal apoyada por mi odio por ambos, dioses y demonios, diez años más para expulsar la voz demoníaca interna, obteniendo al final el completo control.
….Con ambas manos levanto el espadón —como un verdugo llevando su hacha antes de una decapitación— y lo bajo al trono furiosamente, partiéndolo por la mitad, enviando fragmentos de obsidiana y rubí por todas partes. El sonido resultante es satisfactorio. ¿Y el trueno ensordecedor después? Aún más. Una explosión de luz blanca estalla desde el exterior del Santuario, sus rayos cegadores penetrando el interior a través de los murales de las Constelaciones. Una vez que se disipa, empiezo a arrastrar la Furia conmigo y salgo del templo; descubro que la feroz tormenta de nieve se detuvo y el cielo está despejado, pero algunas estrellas parecen faltar en sus posiciones habituales.
….En cuanto a la razón, pues, estoy seguro de que las siete figuras que irradian extrañamente fuera de las murallas del Santuario tienen algo que ver con eso.
….Las Siete Constelaciones han venido a aceptar mi desafío. Y cuando esta noche termine, todos me llamarán… el Matadioses.

EN LAS PLANTAS DE HERODES

de
Nicolas Kyle Pring
(alumno de la Universidad de Santo Tomás, Manila)


PRIMERA PARTE: Una memoria perdida del 7 a.C. (página 12).

Date prisa, date prisa, porque aquí se avecina Herodes el Grande. Prepárense, su multitud de porcelana, sus escalones y cajas. Tú te paras y te alegras, presumes de los fervores de la Gloria.
Porque su reinado resonó hasta el final de la epifanía.
Soy su nada, tus latidos son sus tonterías. El Mesías permanece desconocido, nada sirve como defensa. Ellos predicen que desde este hoyo ardiente, él debería anular. Las estrellas caerán sobre él, pero sus gritos deberían crucificar.
¿Cómo se atreve un viejo a romper una parodia tan ambiciosa? Tu Rey absoluto decapitaría a un tonto tan rápido. Nada se debe librar, él ha hecho todo lo suyo. Para cualquier ladrón se desvanecen y la retribución es su fiesta.
Soy del aire, y sus diafragmas son tu sepulcro. Soy un manso cordero y tu humo es una oferta querubínica. Soy su nada, pero él debe ser tuyo todo. Tu identidad es una anomalía, tu propósito es no ser nada.


SEGUNDA PARTE: Documento anónimo de 34 d.C.

41 años después, he perdido mi cadencia. Mi pluma ha visto la sangre en Gehena, donde mi mente había quedado grapada en el destino de la vida. Un sirviente que era, es y siempre será nada, se quedó sin tacto. 57 años en el nadir de las suelas de los Reyes han desvanecido el entusiasmo de mi tiempo. La obra de este humilde esclavo ha sido escrita a través de este papiro donde reside mi alma hasta que despierta para la gloria de Su promesa después de mi fallecimiento.
Sácame de este fuego y azufre. Mi cuerpo se derritió frente a sus miradas reales en la parte posterior de sus cabezas. ¡Qué grandioso es el trabajo del Rey que ni siquiera miraría las motas que mata! Tírame al mar. Límpiame en los bordes de mi respiración. Apuñálame con graciosas cimitarras. Perfórame con la luz del Paráclito.
Sácame de este fuego y azufre. La mezcla de colores me baña en Sión. Estoy acercando sus manos como si pudiera insertar las mías en las suyas. La luz está cerca y mi final también.
Finalmente.
“¡Darse prisa!”
¿Cómo se atreve esa cimitarra a echarme de menos?
Error, debo volver al trabajo.

Alicia: “¿Cuánto tiempo es para siempre?”
Conejo Blanco: “A veces, solo un segundo”.

(Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas,
Lewis Carroll 1865)

FIN