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Revista Filipina
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Verano 2020, volumen 7, n
úmero 1

ENSAYOS
ACADÉMICOS DE LA LENGUA

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Macario Ofilada Mina


EL TESTIMONIO DE UN SOBREVIVIENTE

MACARIO OFILADA MINA
ACADEMIA FILIPINA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

El español siempre ha estado presente en mi vida, desde mi más tierna infancia. Claro, junto con el inglés y el filipino (tagalo de Manila). Era consciente de que con todos no se podía hablar español, únicamente dentro de la familia, y aún ahí, no se hablaba en español con todos los familiares, sólo con los mayores, que siempre me corregían, o con sus amigos, o con sus coetáneos y algunos de nuestros vecinos. Siempre con católicos, pues el hablar entonces era muy piadoso. Todo se encomendaba a Dios o a la Virgen Santísima, sobre todo cuando uno se enojaba, en medio de un disgusto o una noticia desconcertante.

El español en Filipinas en los años setenta
Me acuerdo perfectamente de cómo los tíos de mi madre se apostaban si Franco, ya agonizante, sobreviviría a la noche o no. Yo creo que fue una de las primeras veces que oí hablar de España, la España lejana, tierra de los antepasados hacia la cual miraban los de la generación de mis abuelos con cierta nostalgia, con cierta preocupación como la mayoría de los españoles entonces, sin conocerla directamente. También se hablaba de Cuba y de los vínculos de la isla caribeña con nuestra tierra, incluso algunos de los de la generación de mi abuela fumaban unos cigarros habanos. Entonces yo tenía cuatro años e hice mi primer año de preescolar en una escuela protestante (de la Iglesia del Nazareno) y con una preceptora estadounidense. Mis padres me metieron ahí porque querían que yo aprendiera bien el inglés americano a la vez que en casa mi padre me hablaba en inglés y me ayudaba a leer los periódicos, las revistas y sus libros en inglés. También me invitaba a ver la tele junto con él y ver películas en inglés. Mi madre (junto con su madre o mi abuela materna), quien me enseñó el español, aprobaba este plan mientras que ella cada noche me acompañaba en los rezos en español y antes de acostarme hablábamos en español.
….Volviendo a los tíos de mi madre, estos, sin pisar nunca España, se alimentaban de los cuentos pasados de generación en generación y esta tradición se encarna en diversas formas como la devoción a la Virgen del Pilar, el rezo del rosario, los platos de origen español como la paella, el cocido, ciertas costumbres como los tres reyes (no se llamaban por estos pagos los tres reyes magos), etc. Pero los tíos de mi madre (incluyendo a mi mismísima abuela), todos ellos filipinos de nacimiento con ascendencia española y amantes de la tierra que los vio nacer, se preocupaban de temas de otro país, que en cierto modo consideraban suyo. Quizá el hecho de tener amistades entre los españoles entonces afincados en esta isla era un factor para este interés. Pero yo creo que esta pasión con la que discutían el destino incierto entonces de la ‘Madre Patria’, expresión ésta muy en boga entonces entre los denominados mestizos o filipinos con ascendencia o sangre española (entre ellos frailes misioneros), se debe ante todo a un sentimiento de compartir la misma patria, más allá de las distancias geográficas, sociológicas y culturales, gracias a la lengua compartida con ciertas diferencias lingüísticas debido a los distintos rumbos históricos que tomaron España y Filipinas así como las circunstancias y los contextos en los que no puedo entrar con mucho detalle aquí. Baste estas alusiones por ahora.

Presencia, pero de uso limitado
En esta frase puede condensarse mi historia personal como usuario de la lengua española junto con las dos otras lenguas ya mencionadas. En mi juventud, se me cruzaban los cables, por así decirlo y hablaba más bien el spanglish o el spangalog, que ya incluso los frailes españoles agustinos (con quienes estudié a partir de los 6 años hasta los 17 cuando ingresé en la universidad de los dominicos, teniendo a algunos hijos de Santo Domingo castellanos por profesores y amigos) toleraban, pues hacían lo mismo; desde su larga estancia su manera de hablar su lengua materna cambió por el contacto con este ambiente multilingüe y multicultural. Asimismo, puede decirse que los insulares o mestizos contagiaron a los peninsulares con su manera de hablar el español poniendo de relieve su universalidad. Varios frailes españoles me contaron que sus familiares en España, con quienes se hospedaban durante sus vacaciones cada cinco o dos años, no entendían algunas de sus expresiones en español. De hecho, coincidí con tres dominicos españoles asignados a la universidad en Filipinas en sus pueblos en España y esto lo vi con mis propios ojos. Lo mismo puede decirse de varios religiosos españoles que habían pasado sus vidas misionando en Latinoamérica al regresar a la Madre Patria de vacaciones o por motivos de salud.

Nostalgia
Yo creo que es esta la actitud fundamental de los hispanoparlantes de la generación de mis abuelos, y de mis padres que todavía conservaban el español. Eran conscientes de que el inglés se imponía, sobre todo, tras la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos nacieron en tiempos ya de la colonización americana. Aunque vieron que el español hasta cierto punto estaba prohibido por los americanos, pudieron conservarlo. De hecho, la etapa dorada de las letras filipinas en lengua española fue durante la belle époque de antes de la Segunda Guerra Mundial y persistió hasta la década de los cincuenta. Eran conscientes de que el español no era la lengua del momento o de moda, sino que era un vestigio de un pasado tal vez glorioso, pero ya superado hacia el cual se miraba con nostalgia. Junto a la nostalgia está la continuidad de la identidad a través de la lengua cuya sobrevivencia ya era precaria, pues la generación siguiente se educó en inglés. El tagalo se hablaba e incluso se le miraba con cierto desdén, pues la mentalidad colonial de antaño siempre ha considerado las diversas lenguas autóctonas de las islas Filipinas como la lengua de la calle, de la servidumbre.
….En la medida en que yo crecía se hablaba en español con nostalgia. Se hablaba entonces de que el español desaparecería con la generación de mi madre. Yo solo sabía hablar y leer. Por lo que mi madre me matriculó en el entonces Centro Cultural de la Embajada de España. Inmediatamente me matriculé en un curso superior, entonces el nivel 4 o Gramática Superior y Conversación. Después hice más cursos de Gramática Superior, Redacción y Literatura Española. Me di cuenta de que los filipinos utilizábamos menos los subjuntivos que los españoles (como el resto de Hispanoamérica). También me di cuenta de los distintos modismos. En dicho Centro, aprendí a cecear, a usar bien el pretérito perfecto, el vosotros (en vez de ustedes), etc. Al principio mi madre se reía de como pronunciaba yo las zetas, pero dijo al final que era lo correcto (en esto no estoy de acuerdo). Una de las profesoras, por cierto, madrileña, me dijo que yo hablaba el español antiguo, pero que era correcto y que lo que se enseñaba en el Centro era el español actual, pues el español de Filipinas no evolucionó después de la Segunda Guerra Mundial. Fue mi primer contacto con el E/LE (Español como Lengua Extranjera). Entonces, no se llamaba E/LE, simplemente Español o como me dijo un padre agustino, el español que se habla en España. Existía aún o ya se estaba muriendo el español que se habla(ba) en Filipinas o el español filipino. Entonces, el E/LE no era un producto a vender o a imponer. Era simplemente el Español, un legado que también pertenece a los filipinos, pues me acuerdo de muchos profesores filipinos de español que acudían al Centro para cursos de actualización o metodología. Aunque yo era entonces solo un estudiante o un adolescente (esto ocurrió circa 1984 cuando enfermó mi abuela materna, quien solo hablaba el español filipino, con la enfermedad de Parkinson y el ictus por el que perdió el habla), por mi dominio del español, la entonces directora me permitía que asistiera a las sesiones para profesores tal vez pensando que acabaría siendo uno de ellos (ella tenía razón). Para mí el Centro no significaba las clases sino la biblioteca con su fondo rico (que para mí era una gozada), los periódicos y las revistas de corazón en español, las películas y los videos de las noticias semanales traídos desde España gracias a la valija diplomática.

Vino el año 1987
Vino el año 1987 con su legislación que decretaba la pérdida de la oficialidad de la lengua española. Para mí no era un shock. Lo veía venir. Yo aún no era universitario, seguía en el colegio, pero me acuerdo de las caras preocupadas de dos de las primas de mi madre que entonces eran profesoras de español en dos universidades filipinas distintas. Incluso una de ellas me pidió una vez que le echara una mano corrigiendo los exámenes de sus alumnos, eran preguntas gramaticales, pues no se empleaba entonces el método comunicativo en la enseñanza del español. Y vi que entonces los cursos universitarios ponían hincapié en la memorización de estructuras, de textos, de rimas en vez de subrayar la comprensión, la expresión, la manipulación creativa de la lengua.
….Entré en la universidad en 1988. Formaban parte del currículo para la Licenciatura en Artes, con especialización en Filosofía, 2 créditos de Español. En realidad, para mí no valían para casi nada: la metodología era anquilosada, no era comunicativa. De hecho, había algunos errores gramaticales que se toleraban o que se enseñaban como la norma. No es este el lugar para dar explicaciones. Ni los mismos dominicos españoles se interesaban por la enseñanza correcta del español, pues todos pensaban que era una causa perdida. También el nivel de inglés tanto en el profesorado como en el estudiantado no era de la altura deseada. Había que centrarse en esto y no seguir viviendo del romanticismo. Era preciso una actitud pragmática al respecto.

El cierre del siglo XX
Con el cierre del siglo XX, también se cerró el talón para el español en Filipinas. En el siglo XX, murieron los últimos de Filipinas, por así decirlo. El español filipino prácticamente está muerto desde los albores del siglo XXI. El puñado de filipinos, que cuentan con la lengua española como una de las lenguas maternas, ya pueden contarse con los dedos de la mano. No somos los suficientes como para formar una comunidad estable, duradera, verdadera. Yo soy (seré) el último sobreviviente.
….Algunos opinarán, de hecho, ya han opinado, que el español que ahora manejo no es el español filipino «castizo». Hasta cierto punto tienen razón, pues mi español, con base en el español filipino de antaño, ha evolucionado, adaptándose a las modas, a los cambios, a los vaivenes. Pero sigue conservando mucho saber filipino, como, por ejemplo, en el uso de ustedes, del pretérito indefinido en vez del pretérito perfecto y en algunas expresiones antiguas como: tú cuidao, sé yo, sí pues, en esta manera o el uso de algunos verbos como platicar en vez de hablar o de algunas palabras como carro. Mi español ha evolucionado primero en el Centro Cultural de la Embajada de España allá en los años ochenta, luego durante mi estancia en España para conseguir el doctorado y después con los contactos posteriores tanto con españoles e hispanoamericanos como con aprendientes del E/LE de diversas naciones.

Una lengua viva está siempre en vías de transformación
Es esta mi experiencia viva de la lengua española hoy en día: siendo el último parlante del español filipino en un mundo, en un país, se está constantemente experimentando transformaciones para no quedarse como reliquias raquíticas de un tiempo que ya fue y que ya no es. La transformación abre caminos para que el tiempo se conceptualice como algo que será, será, como reza aquella canción de la película estadounidense
The Man Who Knew Too Much (1956).
….La evolución es necesaria para la sobrevivencia. Es ley de vida. Repito mi tesis: el español filipino está prácticamente muerto. Solo existe el E/LE. Es el producto que desean casi todos los aprendientes filipinos sobre todo para conseguir puestos de trabajo en multinacionales que se han establecido en el país o para poder trepar o subir en círculos sociales o culturales (ni siquiera quieren aprender el español hispanoamericano o estándar).
….Estamos en la época de la globalización, mercantilización, comunicación excesiva que no ha logrado definir espacios y que ha permitido la proliferación de las noticias falsas. Todo lo que cuenta es la imagen y no la verdad, la proyección y no la introspección, la fábula y no la identidad.
….Pero aún nos queda la esperanza: el E/LE puede ser vínculo para el renacimiento, el redescubrimiento, la resurrección del español filipino. Cualquier producto o mercancía puede modificarse, transformarse, renovarse. Solo puede llevarse a cabo este proyecto mediante una enseñanza centrada en las tareas culturales, con mucho contenido cultural, centrado en el patrimonio filhispánico cuyos vestigios todavía pueden verse, sobre todo en las letras filipinas en lengua española que deben formar parte como textos o muestras, incluso para una enseñanza con enfoque en las tareas, en los manuales de la enseñanza.
….No hay que olvidar que la esperanza siempre conlleva un reto. Sobrevivir es el reto fundamental, pues es la esperanza originaria.