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Revista Filipina, Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Invierno 2016, Vol. 3, N
úm. 2

E
NSAYO
PDF: Aute, templo de carne y canciones
PDF: Revista Filipina–Invierno 2016


AUTE, TEMPLO DE CARNE Y CANCIONES

LUIS GARCÍA GIL



“Como olvidar la memoria que empuja su historia a la soledad sin recordar cada noche, cada día de la biografía que va haciendo edad…”. Son versos que pertenecen a “Mar en fuga”, una obra maestra desconocida de Luis Eduardo Aute que figuraba en el disco Fuga grabado en 1981. “Mar en fuga” es un ejemplo de la riqueza poética y plástica del cancionero de Aute, de los hallazgos que ofrece su obra infinita, donde conviven la ensoñación, las formas del deseo, la reflexión filosófica y la ironía sutilísima. Otro ejemplo de excelencia lírica en Fuga ―tampoco muy reconocido― es “Flor de un día”, quintaesencia de la escritura amorosa y existencialista de Aute. En ambos casos encontramos a Luis Mendo que ya ejerce de responsable de las producciones de Aute, dotando a sus canciones de una impronta pop-rock que lo aleja de la estética de ciertos cantautores que proliferaron en la década anterior como voces coyunturales de la disidencia antifranquista.

     Antes que nada pintor, de onírica paleta, Aute empieza a escribir canciones sin imaginar las consecuencias. El éxito inesperado de “Aleluya” o de “Rosas en el mar” sitúan al cantautor de origen filipino en una inesperada encrucijada artística de la que decide salir huyendo, retirándose del primer plano que le había llevado a protagonizar portadas en revistas musicales de la época como Discóbolo. Sus fogonazos líricos en forma de elepé titulado 24 canciones breves habían dejado un poso indudable en aquel contexto musical, pero Aute temía que la fama devorase su autenticidad y su dedicación a la pintura de manera prioritaria. Era el año 1968 y Aute se entrega al silencio creador, al margen de los focos, pero no dejará de alternar distintos quehaceres artísticos. Pinta, esculpe, oficia de portadista no acreditado de discos de la época, escribe poemas y compone canciones con su guitarra. De todo ello nacerán dos trabajos singularísimos, Rito y Espuma, donde la personalidad poética de Aute se desborda con canciones osadas, arriesgadas, imaginativas y cruciales para entender su cancionero. En esa línea de creación se ubican los poemas de La matemática del espejo en una época en la que importa y mucho la presencia del poeta jerezano José Manuel Caballero Bonald que alentó el regreso discográfico de Aute que pasó de RCA a Ariola, que aceptó el talante más bien huidizo de quien no quería caer en las trampas de una comercialización mal entendida.

     De ese modo Aute fue gestando una discografía en los años setenta plagada de himnos palpitantes, de trilogía de amor y muerte rematada por la oscuridad mortuoria de Sarcófago. La nostalgia de “Las cuatro y diez” convivía con el onanismo de “Dentro” o con la melancolía tañendo su lira en “De alguna manera”, donde el tiempo se peina con gesto de amante y las horas de piedra parecen cansarse. En esa época Aute es capaz de entregar obras satíricas y demoledoras sobre la España carpetovetónica como Forgesound o Babel que acentúan su discurso crítico desde una perspectiva notablemente desenfadada. Son como contrapuntos de hilaridad en su cancionero que alcanza en “Al alba” una cima de naturaleza simbólica convirtiéndose en una canción de resistencia en los estertores del franquismo. Rosa León tomaba el testigo de Massiel como intérprete concienzuda de Aute, capaz de convertir una desasosegadora canción de desamor en una pieza contra la pena de muerte, dedicada a los últimos fusilados del régimen. Un himno pues contra la infamia.

     Aute graba Albanta en 1978 e incluye “Al alba” y se entrega a los arreglos de Teddy Bautista que suple a Carlos Montero en ese cometido. De ese modo Aute deja claro que no quiere someterse a un sonido de cantautor tradicional, lo que lleva hasta las últimas consecuencias en la rockera “Anda suelto Satanás”, que grabará en su ópera prima el grupo de heavy metal Barón Rojo, un grupo en el que figuraba Armando de Castro, presencia significativa en Albanta.

     Son años en los que Aute encuentra la mano abierta, sensible y atenta del productor Gonzalo García Pelayo, preludio del inicio de una etapa expansiva del artista que se plantea la posibilidad de formar una banda y tocar en directo. Los años setenta culminan para Aute con De par en par cuya portada nos muestra un primer plano del artista sonriendo, como si dejara entrar algo de luz en su melancólico universo de dudas existenciales, de escepticismo vital. Entre aquellas canciones destaca “Queda la música” donde pesa el tiempo trascurrido en los amantes que ya no son los que fijaba el instante de una fotografía. Las pérdidas arrecian como un alud y el cantor recompone con ellas su travesía. En su guitarra anidan canciones que son como restos de un naufragio cotidiano, de cuerpos desvelados que ya no se encuentran, autotangos del cantautor que huye de sí mismo. Aute edifica una catedral creciente de poemas finamente entrelazados. El joven que escuchaba a Bob Dylan, que se encontraba con los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory o con la poesía surrealista de Espadas como labios de Aleixandre traza ahora su machadiana palabra en el tiempo. Es chanson cuando homenajea a Jacques Brel o dialoga con el poeta Paul Eluard pero también tiene algo de catalán cuando evoca aquella Barcelona de su primera memoria con los primeros ecos de la Nova Cançó, tan importancia en la consolidación de una canción de autor como faro de resistencia lírica.

     Aute abre los años ochenta con Alma, uno de sus mejores discos, de los más sutiles. Basta asomarse al interior de una canción como “Tarde, muy tarde” para comprobarlo. Aute será capaz de ofrecer no sólo canciones amorosas sino otras más encajadas en el tiempo histórico que le toca transitar. En esa onda generacional, coloquial, profundamente urbana se sitúa “Mira que eres canalla”, donde bulle Madrid como ciudad habitada e ineludible. Aute pisa aquí un territorio narrativo que no será habitual en su cancionero pero que merece ser citado por su excepcionalidad.

     Los ochenta le serán propicios a Aute que triunfa con un disco en directo que titula Entre amigos, pura celebración del artista que ya se siente parte de la escena musical, alejado de la imagen de introversión y malditismo de los años setenta. Casi a disco por año la producción de Aute crece con Luis Mendo como persona de absoluta confianza. Cuerpo a cuerpo, grabado en 1984, será otro éxito con canciones que alcanzarán una popularidad inmediata como “Una de dos”, “Cine, cine” o “Sin tu latido”. Un año más tarde vendrá Nudo que sí revela cierto agotamiento creativo, previo al revisionismo que supone 20 canciones de amor y un poema desesperado, guiño a Pablo Neruda al que ya había homenajeado en su canción “Pétalo”. Todo ello prepara el camino hacia la obra probablemente más ambiciosa de Aute y que mejor define ese modo de sintetizar lo religioso con lo pagano, la liturgia con el desorden, el misticismo con la carnalidad. Templo parece releer a San Juan de la Cruz y refleja el inconformismo de Aute como creador, su necesidad de experimentar, de indagar, de no someterse a la industria. No extraña que Aute lo considere su mejor disco y en cierto modo una empresa quijotesca donde la pintura, la poesía y la canción se entrelazan de modo armónico y natural, reflejo del espíritu renacentista del autor.

     Aute seguirá explorando nuevas vías expresivas en su carrera pero sin abandonar su mundo poético de asombrosa coherencia. Se cerrará su etapa con Luis Mendo pero buscará aliarse con músicos de experimentación y riesgo como Gonzalo Lasheras o Suso Saiz que en cierto modo buscan situar al artista en consonancia con los tiempos que corren, con las programaciones y los sintetizadores. Llegan Segundos fuera en 1989 y Ufff! en 1990. La obra de Aute asume durante todos estos años el desencanto generacional. La democracia anhelada no será la panacea y el socialismo que triunfa en las elecciones de 1982 terminará traicionándose, generando una corriente de malestar del que no es ajeno el cancionero de Aute. “Siglo XXI” será una canción definitoria de la ciénaga de los tiempos. Pero quedará la oda al sueño, al prodigio encendido, el amor cantado, la erótica de los cuerpos, el deseo febril, la cinefilia, los guiños literarios, los paraísos encontrados y no perdidos, Albantas y Vailimas.

     En 1992 Aute sabe volver al primer plano de la actualidad musical con Slowly. Próximo a la cincuentena el artista cruza una senda más reconocible para no perder el pulso a su audiencia fidelísima. Animal, el siguiente disco de Aute, será una obra de alcance más minoritario pero donde Aute persiste en su manera de entender el oficio, la creación literaria, la experimentación y experiencia vertiginosa con el lenguaje. Nacen la serie de los poemigas en sucesivas entregas librescas donde el ingenio, el impacto de lo visual, del flechazo verbal, de lo onírico conforman una línea de trabajo e indagación de enorme valor. Se suceden poemigas y canciones pero también pinturas y proyectos de animación como Un perro llamado dolor. La capacidad creativa de Aute resulta absolutamente excepcional en su contexto. Nadie es capaz de ofrecer en el mundo musical español una línea de trabajo tan heterogénea y a la vez tan complementaria.

     Habrá tiempo para giras tan hermosas como la que le une con Silvio Rodríguez en los años noventa y también lo habrá para ofrecer un disco tan sensual e inspirado como Alevosía y un doble cedé como el bilingüe Aire/ Invisible de 1998. El cancionero en lengua inglesa de Aute será poco representativo pero situará al artista en su propia raíz, en aquella Manila bombardeada en la que se conocieron sus padres, Gumersindo y Amparo, él llegado desde Barcelona para formar parte de la Compañía de Tabacos de Filipinas, ella afincada en la ciudad, manejándose en tagalo y en inglés. Toda esa vivencia dará pie muchos años más tarde a la canción “El niño que miraba el mar” del enorme y menospreciado disco homónimo. Un malecón, la memoria sangrante de la Segunda Guerra Mundial, un padre, un hijo, la niñez del asombro, el pintor en ciernes copiando a Botticelli, la tarde cayendo sobre un tiempo de posguerra.

     El poeta y la esencialidad de las cosas, el cantor y su guitarra, el pintor y su paleta, la canción “Cinco minutos”, obra maestra de un artista en la plenitud de su arte, capaz de ofrecer todo un tratado de mexicanidad en forma de homenaje a la actriz Katy Jurado. Ese Aute al borde del susurro, melancólico, crepuscular como un western de Sam Peckinpah, yendo al fondo mismo de las cosas, de la emoción sin ambages.

     En el año 2003 aparece Alas y balas y el inicio de una nueva etapa discográfica que le lleva al titánico objetivo de regrabar todas sus canciones bajo un prisma nuevo en esa necesidad continua de reinventarse. Esa tentativa aparece bajo el nombre de Auterretratos que conformarán otra de sus trilogías, en este caso interrumpidas. En ellos el nombre de Tony Carmona se une a esa relación de músicos cómplices que han sabido otorgar al cancionero de Aute nuevos matices, enriqueciéndolo.

     A día de hoy (2007), Intemperie (2010) o El niño que miraba el mar (2012) conforman la última trilogía ―hasta la fecha― de Aute como cantautor. Son discos excelentes, cuajados de hallazgos, que no reciben la consideración que merecen. No aparecen en esas listas pretenciosas de los mejores discos del año en revistas sesudas tipo Rockdelux que construyen una especie de santoral indie en el que Aute, artista siempre libre e inconformista, no parece tener cabida. Como si lo suyo no fuera canción de autor de primerísimo nivel al margen de modas y coyunturas varias. En este tiempo Aute no ceja en su empeño creador y se permite grabar proyectos tan personales como El desenterrador de vivos donde rinde homenaje a su admirado Carlos Edmundo de Ory en un trabajo de poesía cantada firmado a medias con el cantautor Fernando Polavieja.

     En 2016 Aute celebraba sus cincuenta años de carrera con una gira de celebración que le hizo recalar en el Teatro Circo Price de Madrid o en el Palau de la Música de Barcelona. Quedaban muy lejanos los tiempos de los Diálogos de Rodrigo y Jimena, pero Aute persistía en su modo de pintar la canción y acariciarla. En esas estaba cuando llegó el infortunio, el grave contratiempo de salud y la incertidumbre. Los proyectos quedaron bruscamente interrumpidos pero queda, mientras escribo estas líneas, la esperanza de que Aute vuelva a su estudio madrileño a convocar a las musas, las mismas que cantara en El niño que miraba el mar:

[…] Y vienen siempre sin haberlas invitado,
haciendo suyo mi derecho de admisión
con mil torturas de palabras al dictado
soltando notas que no encuentran diapasón.

Ay, ay, ay, las musas, las musas,
son todo un prodigio, las musas,
de mala educación.

Ay, ay, ay, las musas, las musas,
jamás me responden, las musas,
evitan la cuestión.

Ay, ay, ay, las musas, las musas,
cuando les pregunto a las musas
de dónde sale, de dónde viene
una canción.