Navigation
Revista Filipina
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Invierno 2020, volumen 7, n
úmero 2

BIBLIOTECA Y ACTUALIDAD
PDF: Lolo…

LOLO

Es posible rezar un Padre Nuestro en filipino
y que Dios lo escuche en español 


LUIS ARRIOLA AYALA

El anciano filipino parecía un engranaje más de los hornos de la planta incineradora de basura. Jamás bajaba su ritmo de producción. Era el primer trabajador en llegar y el último en irse. Siempre se quedaba horas extras buscando lo que aún se podía reciclar. De cuerpo muy delgado, con sus huesudos brazos cargaba pesadas bolsas pestilentes, sosteniéndose en sus débiles piernas. Por el calor extremo, en los surcos de su rostro se acumulan gotas de sudor.
….Aunque éramos los únicos trabajadores extranjeros apenas conversábamos en los descansos. Lo había intentado innumerables veces con preguntas simples en japonés, en inglés; y él, a las justas, balanceaba su cabeza para afirmar o negar con una sonrisa. Pensé que era una descortesía suya y me molesté por esa sonrisita irónica, pero luego comprendí que tal vez el anciano imaginaba que yo había sido contratado para quitarle su puesto.
….Nuestro trabajo consistía en separar la basura de los gaijin que vivían en Tokio. Si bien los japoneses son muy organizados y dividen los desechos del día a día en combustible y no combustible, la mayoría de extranjeros siempre se confunden y meten ambos en bolsas negras que ya estaban prohibidas de usar por las municipalidades japonesas. Por eso cuando el camión recolector las traía, el jefe nos llamaba a gritos porque los demás obreros se negaban a abrirlas por su hediondez.
….Las bolsas de basura de Tokio son transparentes. En su exterior los japoneses escriben qué contiene cada una con armoniosa caligrafía. Dependiendo del día, llegan con rumas de periódicos, revistas y cajas de cartones plegadas; o con botellas de plásticos y de vidrio lavadas y sin etiquetas; o con ropas usadas limpias y dobladas; o pilas, clavos, tijeras de varios tamaños; o cds y plásticos; o electrodomésticos que todavía se pueden usar.
….Solo un día me tocó separar la basura de los japoneses. Me sorprendí cómo esos desechos no olían tan mal. Fue como estar de vacaciones porque el verdadero trabajo eran las temibles bolsas oscuras. Era un misterio lo que guardaban en su interior. Aunque por su penetrante olor se adivinaba que era una mezcla de restos de comidas malolientes, vegetales pudriéndose, papeles higiénicos usados, filosas latas abiertas, restos de pescados fétidos, entre otras cosas.
….Para no enfermarnos, usábamos botas de jebe con punta de acero, delantales y guantes de plásticos, y también máscaras. A pesar de esta protección, una leve distracción al manipular una bolsa de basura me produjo un profundo corte en la mano derecha. En segundos, la sangre empezó a brotar. Asustado me saqué los guantes. Fingí que no pasaba nada porque el cascarrabias jefe japonés me podía despedir, y si eso ocurría me quedaría sin un lugar donde dormir.
….Como si hubiera hecho una travesura, el anciano filipino tomó mi brazo con fuerza y me jaló al baño. Se sacó los guantes, dejó correr el agua tibia del caño y lavó mi mano con jabón. Luego, del bolsillo de su pantalón, extrajo una bolsa de tela que ocultaba una pequeña botella, abrió la tapa y me echó un chorro del líquido incoloro. La herida se incendió del ardor.
….—Sake is good —dijo al ver mis gestos de dolor.
….Mientras soplaba la herida, tapó la botella y de otro bolsillo sacó varias hojas arrugadas. Escogió las más grandes y las colocó encima de la herida. Entonces, empezó a rezar en voz muy baja. En un momento me pareció escuchar un padre nuestro que sonaba a español. A los pocos minutos, dejé de sangrar y por la curiosidad le pregunté si hablaba castellano.
….—Hablo chabacano —respondió—. Filipinas fue española.
….—Igual que Perú —repliqué.
….Salimos del baño. Intenté ponerme los guantes pero el anciano me ordenó que descansara dentro del almacén. Él ordenaría la basura sin que se diera cuenta el japonés renegón. Le agradecí y prometí devolverle el favor.
….Durante el primer mes de trabajo, descubrí una de las dos razones que tenía el anciano para comer sin compañía en el patio: era imposible quitarse el hedor del cuerpo. Hice lo mismo. Decidí no entrar al comedor de la fábrica para no molestar al resto de obreros en el almuerzo. Al filipino no le incomodó que comiera con él y, a veces, me hacía probar lo que había preparado. Con los días me di cuenta de que muchas comidas se parecían a las de Perú, tanto de nombre como de sabor. Al estofado lo llamaba estopado y a las sopas, sopas.
….Solo un plato de Filipinas no me abría el apetito, y para ser más preciso hasta me lo quitaba. El olor del balut era tan nauseabundo como las bolsas de basura de los extranjeros en Japón. Lo peor era observarlo comer el huevo con el patito muerto con placer. Al verme con cara de asco, el anciano filipino me reveló que todas las mañanas comía uno para tener energía. Y vaya que la tenía. Cuánto tiempo tendrá viviendo en Japón, pensé y me animé a comentarle mi duda. Quince años, precisó. Nunca he regresado a Filipinas, dijo.
….—Tengo dos años y voy a quedarme varios más en Japón. No tengo mucho dinero ahorrado porque soy ilegal —comenté.
….El filipino dejó la botella vacía. Me aconsejó que si quería seguir en estas islas sin temor a la migra, había escogido el mejor lugar. Que los dos meses que tenía trabajando en la planta irían aumentando sin que me diera cuenta. Y como garante estaban los quince años que tenía aquí: ningún agente de Migraciones se había asomado a la planta por el mal olor.
….—¿Qué trabajo tenías en Filipinas?
….El anciano me contó que muy cerca de su casa en Zamboanga pasaba el tren, una vez al día en una hora fija y él aprovechaba las líneas ferroviarias para trasladar gente de un distrito a otro sobre una plataforma móvil que le prestaba un amigo ferroviario. Solo así podía alimentar a sus siete hijos y quince nietos.
….—¿Cómo se dice abuelo en filipino?
….—Lolo —contestó, y desde ese momento empecé a llamarlo así.
….A Lolo no le importaba convivir con enjambres de moscas porque era un experto con las bolsas negras: caminaba sin miedo entre las rumas pestilentes. Para que yo no tuviera más accidentes, él abría las mías y yo metía las manos con cuidado.
….—Gracias, Lolo —le decía.
….Al calor de los grandes hornos se sumó el verano de Tokio. Para que las altas temperaturas no deshidraten a los trabajadores, el arisco jefe japonés ponía platos con sal encima de los caños de agua. El único que no la consumía era Lolo. Prefería tomar sake. De una pequeña botella pasó a tres diarias. Aunque trabajaba ebrio no se le notaba porque la máscara que usaba le tapaba el aliento. Además el olor del alcohol se perdía en medio de tanto hedor. Esa era la segunda razón de por qué le gustaba ser solitario a la hora del almuerzo: tomaba la bebida de arroz como gaseosa.
….Según Lolo, el sake lo ayudaba a ver qué ocultaban las bolsas de los extranjeros. Pero llegó a un punto que sí me preocupó: ya venía a trabajar ebrio y a las 10 a.m., en el primer descanso de la mañana, tomaba más. En el almuerzo seguía en la borrachera. Y por las tardes, a las justas se podía mantener de pie. Aún en ese estado, seguía trabajando y me señalaba qué bolsa no era peligrosa. Lolo nunca erraba. Por la curiosidad le preguntaba cuál era su truco.
….—Habla el milagro, pero no menta el santo —decía en chabacano y reía.
….Una mañana llegó tarde y sobrio a la planta. Pensé que el jefe lo regañaría, pero no le reprochó nada. Lolo se puso el uniforme, abrió una bolsa oscura y corrió al baño. Pensé que se había cortado. Miré el interior de la basura. No había ni una lata o cuchillo. Para devolverle los favores entré. Lolo estaba en el urinario, cada pequeño chorro de orina salía muy lento y era seguido de gemidos de dolor. Sudaba como si fuera mediodía. Terminó exhausto. De su bolsillo sacó una pequeña botella de sake y la tomó. Solo así pudo recuperarse.
….En la hora del almuerzo estuvo callado. Comió rápido, bebió más sake y prefirió dormir los minutos que aún quedaban del descanso. Esa tarde su ritmo de trabajo disminuyó y al día siguiente sucedió lo inimaginable: el mejor trabajador faltó dos semanas. En su ausencia, un japonés lo reemplazó. Así me enteré que él estaba curándose en un hospital. A su regreso ya no fue el mismo. Su cuerpo estaba mucho más delgado. Y tampoco Lolo hacía ya nada para recuperar peso.
….—¿Tiene tu comida? —le preguntaba en lo poco que había aprendido de su lengua.
….—No hay yo comida —respondía y sacaba el sake.
….Una tarde el jefe japonés al ver que Lolo trabajaba muy lento le gritó sin compasión. Él no respondió. Siguió a su ritmo. Sin embargo, horas después el gruñón japonés lo insultó al descubrirlo tomando sake en el patio de la fábrica. Los gritos paralizaron la planta. Esta vez, siempre hay una primera vez, Lolo no se dejó. Le respondió con voz más fuerte y se le fue encima. Si el japonés se asustó al escucharlo, quedó pasmado al verlo agresivo. Pidió ayuda pero ninguno de sus compatriotas salió a defenderlo. No le quedó más que correr a su oficina y no volvió a salir al patio.
….Dejamos de trabajar. Nos sentamos en el piso y Lolo me entregó un billete filipino. Lo miré con atención: veinte pesos, color anaranjado y al medio un hombre con corbata, frente ancha y mirada serena. Lolo me contó sobre Manuel Quezon, el segundo presidente de su país, que nunca se dejó vencer por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial.
….—Tú también eres un héroe, Lolo —le dije.
….Él sonrió. En ese momento retornó a Filipinas. Necesitaba distraerlo. Temía que Lolo quisiera matar al jefe, pero no lo hizo. Siguió tomando más sake y terminó la jornada. Marcó su tarjeta de salida, se despidió de todos los trabajadores y salió a la calle a seguir tomando.
….Al día siguiente, al mediodía, llegó el camión repleto con basura de extranjeros. Lolo salió del almacén para indicarle al chofer dónde dejarla. Tardaría unos diez minutos, pero regresó mucho antes. Muy tranquilo me dijo que el jefe venía con cuatro policías y añadió que ya era hora de ver a su familia. Lo miré asustado. No había adónde escapar. Reaccioné por su propuesta: tenía que ocultarme debajo de la basura que se quemaría. Obedecí y él con rapidez me tapó con más bolsas oscuras. En segundos, formó un cerro nauseabundo encima de mí. Lo peor era un líquido pegajoso y putrefacto que chorreaba por mi cara. Dejé de quejarme al escuchar que el jefe japonés le preguntaba dónde estaba yo. El anciano le respondió que no sabía. Afiné el oído: una voz desconocida le ordenó a Lolo que alzara varias bolsas negras. El anciano empezó a levantarlas, a desgarrar las bolsas y a tirar la basura al suelo. La misma voz le exigió que levante las que formaban un montículo.
….Lolo cumplió. Cada bolsa que sacaba la rompía con rapidez y la pestilencia se esparcía. El calor veraniego fermentaba el olor a tripas de pollo podridas. Me mordí los labios. Empecé a temblar. Por entre las pocas bolsas que me ocultaban los pude observar. A punto de vomitar, vi que dos policías se doblaban por las arcadas. El jefe gruñón le ordenó a Lolo que se detuviera. El anciano obedeció y caminó a su encuentro. Lo esposaron y escuché alejarse la voz de Lolo, rezando en chabacano. Esperé que atardeciera, salí de la planta oliendo a mierda, pero libre.
Stacks Image 431

_______________________

“Lolo” es uno de los ocho cuentos del libro Otosan, publicado por la Asociación Peruano Japonesa en 2015. En este libro hay cuentos relacionados entre Asia y Perú. El cuento “Lolo” nace de las experiencias laborales del autor en fábricas japonesas con filipinos. El encuentro entre el joven peruano y el anciano filipino, en una planta donde se procesa basura, refleja cómo la nostalgia, la distancia, la soledad puede unir a personas que no hablan el mismo idioma.
….Luis Arriola Ayala es licenciado en Periodismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En el 2011 publicó su novela Gambate, que narra la historia de un peruano que viaja a Japón para trabajar, ahorrar dinero y regresar a Lima lo antes posible. Sin embargo, su condición de ilegal hace que la promesa que le hizo a su padre antes de partir se postergue durante seis años. Por el libro de cuentos Otosan logró una mención honrosa en el «Premio de Creación Literaria José Watanabe», de la Asociación Cultural Peruano Japonesa. En la «XV Bienal de Cuento Premio Copé Internacional 2008» quedó también finalista con “Ajuste de cuentas”.