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Revista Filipina, Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Invierno 2013–Primavera 2014, Vol. 1, N
úm. 2

ÁRTICULOS Y NOTAS
PDF: Filipinas-Aullón
PDF: Invierno 2013 – Primavera 2014


Filipinas en un contexto actual y universal de la cultura

PEDRO AULLÓN DE HARO

I

Es preciso que Filipinas se proponga un análisis y reflexión acerca de sí misma como nación y entidad de civilización, acerca de la difícil y muy peculiar problemática heredada así como de la posibilidad de una emergencia que no acaba de configurarse. Es preciso igualmente obtener un diagnóstico completo, pues a fecha de hoy ya es hora de abordar una definitiva actitud crítica para un proyecto filipino de cultura universal en los cauces actuales de una globalización básicamente desprovista de pensamiento y arrojada a la inercia de las relaciones instrumentales y mercantiles, relaciones internacionalizadas casi en sumo grado o que accederán a él en un futuro no lejano. Adoptaremos a este fin un método de flexible interpretación fenomenológica que nos permita transitar desde el plano geopolítico a las manifestaciones culturales y sus claves, y desde éstas a una bien guiada y fundada interpretación especulativa.
      En primer término es preciso observar el hecho de que la complejidad geopolítica de Filipinas tiene ya como principal y evidente resultado una situación actual por completo singular y única. El país, de población malaya y de secular vinculación colonial hispánica no sólo se desenvolvió con la especificidad propia que representa el constituir una nación asiática sino que dio lugar, tras el desligamiento de la metrópoli española, a un curso histórico especial, por demás en muy poco relacionable con la evolución de los países hispánicos americanos. Ciertamente, aún menos si cabe, pudiera hallarse paralelismo posible respecto de Guinea Ecuatorial y Sahara Occidental, los dos países hispánicos africanos, sólo independientes muy avanzado el siglo XX.
      Es también un hecho de consecuencias políticas y culturales muy relevantes el que tras la disolución de la comunidad imperial hispánica no tuvo desarrollo establecimiento alguno destacable de una bien formada comunidad internacional de países hermanos. Sin duda el prolongado proceso de decadencia española, las extraordinarias distancias geográficas y el desquite tanto de las posturas nacionales como la internacional ante la transcendencia de la repercusión histórica concernida llevó buena parte en ello. Cabe decir que, desde un principio, la denominada “leyenda negra”, una de las mayores y más antiguas operaciones de propaganda y manipulación política, fue elemento de repercusión considerable a propósito de ese estado de cosas.
      Es también otro hecho de primer orden, y humanamente muy de subrayar, que el imperialismo hispánico, fundado en la fe cristiana y aun con todas las deficiencias que se quiera, nunca se fundó ni derivó en genocidio. Este fenómeno, de extraordinaria importancia, por más que no resulte cómodo, y comprensiblemente ofrezca dificultad en poder ser asumido por otras potencias históricas y culturales, atañe a todos los países hispánicos y podría ser base, con amplitud de miras, de todo buen entendimiento entre tan amplia gama de naciones como es la hispánica.
      En segundo término es de observar cómo el hecho de que la complejidad lingüística filipina constituye el aspecto netamente cultural cuyas evidentes consecuencias, muchísimo más que lingüísticas, según trataremos aquí de delinear, configuran el objeto preferente de examen a fin de obtener una interpretación de base histórica bien formada y con capacidad de proponer una proyección cultural convincente de cara al futuro. Porque el aspecto cultural de la lengua en que habitan y se comunican los pueblos no es, por supuesto, sólo lingüístico, o es mucho más que lingüístico, y, por consiguiente, hace posible un examen de gran perspectiva con resultados no ya de penetrante eficiencia sino de apreciable riqueza y objetividad interpretativa. Esto es particularmente necesario en el caso filipino.


II

      La configuración filipina, geográfica, étnica y subsiguientemente cultural, cabría decir que define un mosaico sobre la base de una encrucijada. Se trata de una encrucijada cuya disposición de caminos condujo finalmente a la creación de la “identidad nacional” del archipiélago. Éste, en su sentido fundamental, consiste en una gran base de pueblos malayos y autóctonos cuya estructura, por así decir, primaria, se vio penetrada por una segunda cultura administrativa, religiosa y lingüística española. Esta segunda cultura es la que, como es sabido, hizo acceder la fragmentación archipelágica subsistente a “idea moderna de nación” y entidad definida no ya política sino culturalmente y sin brusca imposición lingüística, pues cohabitó con las preexistentes autóctonas, alimentó sus lenguas, sobre todo léxicamente, y produjo el estudio de éstas por primera vez. Es la segunda cultura, la hispánica, aquella que facilitó, además, una dimensión no ya lingüística, pues también fue religiosa, ética y estética, haciendo posible una capacidad de autorreconocimiento internacional en la generalidad del mundo y creando un singularísimo vínculo occidental en Asia.
      Dichas idea de nación y entidad cultural pueden ser entendidas como un proceso histórico de imposición colonial, pero también como un encuentro e hibridación enriquecedores cuya consecuencia es un país culturalmente malayo-hispánico plural al tiempo que provisto de capacidad de unidad y definición. El cruce de caminos esquematizado, en primer lugar y sobre todo malayo y, en segundo lugar y sobre todo, hispánico, también lo fue ciertamente y en diferente proporción chino e incluso islámico, más el súbito y artificioso añadido último norteamericano. Es decir, el gran cruce de caminos asimilaba de manera natural y según sus propias capacidades una rica gama de encrucijadas menores e injertos (sólo el caso islámico, en tanto que coetáneo, produciría fricción o inasimilación de principio, por razones evidentes de incompatibilidad teísta cristiana/musulmana, en un contexto de expansión clerical y eclesial contrarreformista). Y en fin, la encrucijada filipina es de reconocer que, del mismo modo que orienta un movimiento geopolítico y cultural de grandes dimensiones, también especifica un juego de corrientes internas entre la rica gama de una pluralidad constituida o en proceso de constitución.
      El hecho resultante filipino cabe ser descrito como de país configurado a modo de mosaico archipelágico malayo-hispánico, el único país asiático que posee a un tiempo dos fuertes entidades culturales extremas y de resultado complementario, proyectado en curso histórico, cultural y asimismo lingüístico. Esta realidad tiene su fundamento último en la complementariedad general occidental/asiática, a la cual más adelante nos referiremos, pero también su frustración filipina.
      El mosaico cultural filipino ofrece a la perfección la imagen de un amplio conjunto de elementos pivotados por la lengua tagala y la incorporación secular de la española como complemento de la primera y asimismo del conjunto, al igual que a su vez el tagalo en tanto que filipino o lengua común en virtud, entre otras cosas, de su expansión cuantitativa que la convierte en hermana mayor de cebuano, ilocano, bicolano, tausug, chabacano, etc., y nótese que la diversidad lingüística es en Filipinas casi parangonable a la multiplicidad geográfica de las islas. Esto es simplemente la constatación de un hecho.
      Sin embargo, la extraordinaria relación cultural bipolarizada en sus extremos vernácula/hispánica, no alcanzó a formular la contribución natural y esperable de una síntesis como encuentro sino un dislocamiento cultural y lingüístico provocado por la intromisión de un tercero: la intromisión brusca e impositiva de la cultura y la lengua inglesas proseguida en su instalación nacional filipina al amparo de la presión neocolonial y bajo pretexto de un valor práctico modernizador. Evidentemente, la interrupción del proceso de interpenetración lingüística, de germinación secularmente formado ha sido de resultado lamentable, como no podía ser de otro modo: la realidad de un país singularísimo que no posee una lengua o un proceso de lenguas complementarias en el que reconocerse y sobre el cual trazar su propio camino sino un cuadro de fragmentaciones sometido a disfunción cultural y social sobrevenidas.
      La fragmentación sobrevenida hizo retrotraer la entidad y la marcha del curso lingüístico filipino a una situación semejante a la de la época prehispánica, pero además con un doble añadido agravante: a) La imposibilidad de autorreconocimiento lingüístico cultural como horizonte histórico propio bien arraigado, con un vértice claro de lengua plena y compartida; b) La malformación diglósica y acumulativa de incoherencias, lo cual alcanza y perturba desde la memoria histórica y el patrimonio nacional hasta una realidad fonética y léxica básicamente conducida a contradicción.
      Esta situación pudiera decirse que es, al menos en algún modo, de repercusión invaluable pero lo cierto es que sus consecuencias son patentes y funestas. De ahí la paradoja de un pueblo confundido, sin plenitud de lengua a resultas del dislocamiento del proceso histórico-lingüístico y que se ve impelido por naturaleza común humana y de instinto de conservación a una necesaria seguridad de ser aferrándose al vértice claro de la lengua tagala o filipina en convivencia con sus hermanas. Es necesario poseer una lengua arraigada y plena, en sentido humano interno individual y psíquico, cultural e históricamente consciente, una lengua viva en fundada progresión. Es necesario conducir la lengua filipina o tagala en hermandad y como vértice nítido, efectivo y compartido. Un pueblo sin lengua plena es un pueblo que no puede pensar o no puede pensar bien y, en cualquier caso, que no puede acceder a una cultura fuerte y altamente elaborada, a la verdadera dignidad que consiste en ser capaz de hablar sin exclusión consigo mismo así como de, subsiguientemente, dialogar en el mundo.


III

      La interesantísima y complicada situación filipina descrita es necesario a día de hoy poder observarla en el sentido inmediato que encierra una gran dificultad actual, pero también eminentemente en tanto que posible proyecto de cara al futuro, pues éste ha de ser el único modo de salida de la gran dificultad presente. Esa mirada del presente al futuro viene regida por la marcha general y mundializada denominada globalización, marcha que encierra grandes problemas como resultado de la aceptación de la mera inercia impuesta por el mercado, la velocidad de los nuevos transportes y la comunicación electrónica.
      A este propósito, en amplio sentido internacional el mayor de los problemas consiste en el establecido mecanismo no de encuentro sino de indiscriminada homogeneización cultural Asia/Occidente. Esto opera sobre la base de la afortunada capacidad de convivencia de esos dos polos Asia/Occidente, la cual resulta de la natural posibilidad de cohabitación de una vieja cultura teísta secularizada con otra vieja cultura no teísta, es decir no contradictorias. En este feliz acoplamiento existe, de ser preservado, una garantía de futuro para la humanidad, la cual en diferente disposición de extremos culturales muy probablemente no tendría lugar. Ambos extremos albergan a su vez ―digámoslo de manera breve― una capacidad tecnológica y una capacidad contemplativa o, con otras palabras, una potencia activa y una potencia contemplativa, la una y la otra simétricamente inversas pero cuya interpenetración y reversibilidad efectiva puede acceder a formas de depredación, como en nuestro tiempo es fácil de observar sucede en China.
      La situación filipina actual y de cara al nuevo escenario globalizado ofrece, a mi juicio, a) una gran dificultad previa; b) una carencia resultante de esa gran dificultad anterior; y c) una insólita e importantísima cualidad o ventaja. Ahora bien, estos tres aspectos, según explicaremos, son de realidad progresiva, se presuponen y, así, para acceder a (c) ha de ser superado (b) y sólo es superado éste mediante la inicial resolución de (a). Es decir, para que dicha insólita ventaja pueda hacerse efectiva y por tanto rentable es necesaria la superación de los dos problemas anteriores.
      La situación filipina presenta (a) una gran dificultad aún no resuelta pero que hemos de esperar y considerar que se halle en vías del encauzamiento y la resolución necesarios a fin de proveer la adecuada inteligencia del estado de cosas y la visión clara del camino trazado y a seguir: interpretación decidida y puesta en marcha de la lengua filipina o tagala como hermana mayor de un conjunto o familia, consciente de su pasado hispánico y dispuesta a erigirse por sí como gran lengua plena e inequívoca de cultura y pensamiento, como lengua vértice, propia, no sustituible y, en consecuencia capaz de superar el dislocamiento sufrido y acceder por sí misma a todo ámbito de actividad humana, privada y pública, artística y científica.
      Resolver este primer aspecto exige albergar el convencimiento de su necesidad y poseer la confianza en la capacidad de resolución del mismo. En realidad el reconocimiento y establecimiento positivo de estos dos factores significa ya de hecho la práctica resolución del problema, pues la voluntad ejerciente no es para el caso más que automática añadidura.
      La gran dificultad aún no resuelta pero en vías de resolución presenta, como correlato o consecuente, (b) la carencia de aquello que de manera breve podemos denominar visión perfilada y dominio coherente del patrimonio cultural y lingüístico. Esto es referible a multitud o a todos los ámbitos de la vida práctica e histórica, desde la arquitectura a la culinaria, desde la artesanía hasta las artes plásticas, pero que tanto efectiva como simbólicamente se ejecuta en ese contexto con versatilidad contundente y altamente significativa mediante el patrimonio lingüístico, mediante el saber consciente que resuelve el estudio o filología de la lengua propia y su familia. Es el establecimiento del propio haber discursivo en cuanto que patrimonio delimitado y respetado, en cuanto que canon literario y, en resumidas cuentas, Biblioteca Nacional, dicho en su más comprehensivo sentido. Todo ello no es sino la secundarización de la dificultad inicial.
      El respeto a la propia cultura ha de proveer la recapitulación del estudio de las gramáticas y léxicos autóctonos iniciados por la época hispánica, de los textos originarios críticamente editados con visión de conjunto, de la literatura popular, en fin de establecer la verdadera biblioteca con aspiración total de sus obras, desde el ilocano Bucaneg hasta el cebuano Sotto, los tagalos Balagtás o Espino Licsi, o el caviteño Gervasio Miranda…, desde los canónicos Rizal o Balmori hasta Gómez Rivera y Edmundo Farolán... Esto no significa, desde luego, que se hayan de olvidar los escritores filipinos en inglés, pues existen, eminentemente Nick Joaquín, los cuales sin embargo no dejan de ser resultado en gran medida de una impostura lingüística que alcanza desde la realidad fonética de las características del habla filipina autóctona hasta la presencia viva de la tradición creadora de un proceso cultural de base humanística que no llegó a culminar como síntesis final o encuentro precisamente en razón del dislocamiento lingüístico producido en el archipiélago por la intromisión del idioma inglés, como precisamente Nick Joaquín manifiesta. Filipinas ha de asumir la responsabilidad de integrar plenamente las ciencias humanas en su sistema educativo y su cultura, escapando a la corriente anglosajona contemporánea destructora de éstas y del espíritu humanístico, ya cristiano o ya filológico o científico; la cultura filipina tiene el derecho y el deber de involucrarse en un proyecto de dignidad humanística. Con ello iniciaría un verdadero camino que la convertiría en grande; sin ello descendería a la nimiedad, en algún grado mercantilizada en el mejor de los casos.
      La Biblioteca filipina necesariamente ha de proveerse de la completa restitución de su canon plurilingüe y con él de la restitución del canon de la literatura filipina en español, la lengua del padre de la patria, lengua que ha entregado los medios y ha ejercido en efecto el estudio humanístico de toda la familia de lenguas autóctonas y su convivencia como positivo conjunto, al cual se ha de añadir el criollo chabacano. Todo ello erige al español de Filipinas, en virtud de ese referido y otros sentidos importantes, en la “lengua clásica” de la nación.
      El lugar natural de recepción y aceptación respetuosa de la literatura filipina expresada mediante sus lenguas autóctonas y en español es el amplísimo ámbito hispánico, sencillamente por ser el correspondiente, a diferencia del anglosajón, éste por principio y comprobadamente refractario a tal propósito. De ahí la necesaria convergencia con la general comunidad hispánica, constituida por el mayor número de hablantes nativos de una misma lengua y el mayor número de países, desde el ingente México hasta las precarias tribus saharauis, desde Argentina o los pueblos andinos hasta la Guinea Ecuatorial.
      Por último, solventados, y sólo si, los aspectos (a) y (b), nuestra interpretación fenomenológica hace patente (c) una insólita e importantísima cualidad que consiste en que Filipinas se encontraría en la especial y única situación en el mundo de estar en posesión de una cultura capaz de resolver ya históricamente el problema más grave que la globalización plantea y nadie ha dirimido cómo pueda ser resuelto: la realización de un encuentro de culturas Asia/Occidente capaz de evitar la homogeneización depredadora. La cultura filipina en general y en lo que se refiere a sus propias lenguas en particular ha recorrido el camino del encuentro actualmente de exigencia globalista mediante una protosíntesis ya irreversible hispano-asiática, hallándose por ello en situación de efectuar y resolver en muy avanzado grado y por primera vez el más difícil y grave problema que ha de afrontar de forma inmediata el proceso mundial de globalización. Esto significaría la superación de la globalización mediante un auténtico proyecto de universalidad.