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Revista Filipina, Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Otoño 2014, Vol. 2, Núm. 1


Ensayo
PDF: El proceso filipino de colonización…
PDF: RF Otoño 2014


El proceso filipino de colonización y emancipación española:
Visión comparada con América Latina


ELIZABETH MEDINA


Presentación
Este trabajo parte de un conjunto de intuiciones vivenciadas, posteriormente hiladas en una hipótesis que se ha desarrollado a base de las obras de eminentes historiadores y escritores, aunque no está avalada en sus conclusiones por otras fuentes.
     No es, sin embargo, mi propósito presentar una teoría acabada. Mi objetivo es más modesto y consiste en compartir con Uds. una visión que he llegado a percibir tras largos años de residencia en Chile, la observación de su realidad y el estudio de su historia, vivencia que me ha permitido vislumbrar los contornos del gran pasado que une a muchos países hasta el día de hoy, entre ellos España, Filipinas y América Latina, un pasado digno de profunda reflexión y respetuoso intercambio entre todos nosotros, sus pueblos.
     Esta hipótesis es parte de una propuesta más elaborada que desarrollo en mis escritos, de abordar la historia como la memoria de un pueblo que debe incorporar tanto los registros corporales como las emociones—vale decir, una historia somática (Berman, 1990)—de modo que pueda infundirle vida y relevancia para el presente y el futuro. Junto a incorporar el aspecto somático, propongo la aplicación de una visión global y procesal (es decir, no aislada y estática). Esto, con el fin de descubrir nuevas relaciones entre los actos de los grandes protagonistas históricos, que son las naciones, cada una con su propia intencionalidad. De este modo se podrá percibir el contexto histórico mayor y la dinámica que se desarrolla en él entre distintas intenciones que se encuentran, se determinan y se transforman entre sí, en procesos vivos que siguen una lógica y simétrica evolución. Sería posible, además, vincular la historia al tema de la evolución de las identidades culturales (Uslar-Pietri, 1969; Riggs, 1994), asunto de suma importancia en la nueva realidad globalizada dentro de la cual nos toca convivir y desarrollarnos, sea como países, como regiones o como individuos.
     Aprovecho el momento para aclarar que la palabra “académica” la utilizo según las acepciones enunciadas en el
Merriam Webster’s Collegiate Dictionary, a saber: primero, “lo que versa sobre o dice relación con los estudios literarios o artísticos más que con lo técnico o profesional”, y segundo, “de naturaleza teórica o especulativa”. Este trabajo, más que una monografía historiográfica, es una reflexión literario-psicológico-histórica sobre el nexo invisible que existe entre el pasado de mi país y el de Hispanoamérica. Nexo invisible que podríamos denominar, en principio, como “la intencionalidad de Occidente”, expresada a través del conquistador español.
     Un anexo sigue a las conclusiones, que expone algunas ideas sobre el futuro desarrollo de la identidad latinoamericana y filipina y el papel que le cabría desempeñar a los historiadores en apoyo de dicho desarrollo.


Hipótesis
     Al cotejar la historia de la colonización y emancipación de Filipinas con la de América Latina, dentro del proceso mayor del imperio español, se accede a la visión de un conjunto de similitudes y contrastes que facilitan la comprensión de la historia hispanofilipina, abriendo posibilidades de emprender nuevas líneas de investigación histórica y futuros intercambios culturales entre nuestros países.


Palabras claves1
     Intención: Concepto complejo que refleja la unidad e interacciones de distintos procesos que predeterminan un curso práctico de conducta humana. Consiste en: 1) una determinación intuitiva o racional que transforma un deseo en una aspiración dirigida hacia el logro de un objetivo; 2) formulación para sí y para otros del sentido o significado de dicho objetivo; 3) elección de los medios; y 4) acciones prácticas para la realización de la meta.
     
Conciencia: Capacidad de percepción de los fenómenos de los mundos externo e interno, y la estructuración de ella en información significativa y coherente que orienta conductas humanas.
     
Identidad: 1) Estructura mental configurada por datos de memoria, codificada a partir de experiencias vividas y expresada en una imagen de sí, llamada en el caso del individuo el “yo” psicológico. 2. Autoimagen de una colectividad humana que se da con claridad en determinados momentos por acumulación de experiencia sociohistórica, orientando conductas y expresando una determinada intencionalidad.


Desarrollo
     Los dos factores principales a tomar en cuenta que condicionan fuertemente ambos procesos, tanto el hispanofilipino como el latinoamericano, son: primero, ubicación física y características geográficas; y segundo, las condiciones creadas por la dinámica del encuentro en cada espacio geográfico entre las dos civilizaciones: la nativa y la española. Dicho de otro modo, los factores determinantes y condicionantes de estos dos procesos, en el nivel de análisis abordado por el presente trabajo, son por un lado el espacio físico en el cual se desarrolla cada uno y, por el otro, la dinámica cultural originada en el encuentro entre colonizadores y colonizados.
     Filipinas es un archipiélago ubicado en el sudeste de Asia, separado de España por dos océanos, el Atlántico y el Pacífico, y de América por el Pacífico. Tanto la imagen de América como la de Filipinas surge en la imaginación europea en el mismo momento histórico como elemento del nuevo horizonte geográfico bautizado
Mundus Novus por los cartógrafos europeos y descubierto por los hombres de Portugal y España en la transición entre el Medioevo y el Renacimiento. Filipinas, a partir de su descubrimiento por la expedición española encabezada por el capitán portugués Fernão de Magalhaes, pasa a formar parte de la historia de Occidente, aunque sus habitantes indígenas pertenecen por raza y tierra a Oriente.
     Según la teoría científica actualmente aceptada de Alex Hrdlicka, los primeros habitantes de América llegan con la gran emigración asiática que cruza el estrecho de Bering en 40.000 a. de C. —la misma raza de la cual provienen los primeros habitantes del archipiélago filipino—. Tras su descubrimiento en 1492, América recibe una gran inmigración de españoles que llevan a cabo la Conquista de las dos civilizaciones principales que ahí encuentran: la azteca y la incaica. El descubrimiento de grandes yacimientos de oro y plata sella el destino de los indígenas americanos y sólo los más aguerridos entre ellos y las tribus que se desplazan a las regiones altiplánicas o que habitan las selvas impenetrables logran preservar su modo de vida y cultura (Galeano, 1990). El influjo de soldados para la pacificación da lugar a la destrucción de la cosmología indígena y el cruce de razas (Herren, 1991). Nace el mestizaje latinoamericano. Nace también una clase criolla, fruto de la llegada posterior de los “segundones”, los hijos de españoles que no son primogénitos y por lo tanto no reciben herencia, que van a América en busca de fortuna y la consiguen por medio de la iniciativa y el esfuerzo personal. Ellos desposan a mujeres españolas traídas desde la Península y sus hijos nacidos en América hablan todos el castellano y se identifican con la nueva tierra. Este es el grupo criollo que liderará los procesos de emancipación americana, que se inician en 1809 tras la invasión de España por Napoleón y el encarcelamiento del rey español Fernando VII (Villalobos et al., 1984).
     Filipinas está más distante que América, sus habitantes están repartidos de modo disperso por las islas y son en su mayoría tribus pacíficas (Agoncillo, 1975).
No se descubre depósitos espectaculares de riqueza mineral y por tanto llega a las islas una emigración mucho menor de soldados y, más adelante, gobernantes y buscadores de fortuna, a diferencia de lo que ocurre en Hispanoamérica. No se forma una clase auténtica criolla, tampoco se da un mestizaje numéricamente importante. Los indígenas aceptan la religión católica y los sacerdotes españoles se arraigan en la futura vida popular, transformándose en una presencia permanente sustentada en una política invariable y por tanto referenciadora. Inevitablemente, frente a los constantes cambios de gobierno en la Península y el relevo de sus representantes, con el tiempo las órdenes religiosas se convierten en el gobierno tácito con plena conciencia de su poder. La Metrópoli llega a considerarlas como la mejor garantía de la conservación de la colonia y de su continuada presencia en Asia.
     En la España medieval, antes de la unificación de Aragón y Castilla y el fin de la era de gran riqueza cultural andalusí, la educación es privilegio exclusivo de la nobleza y del estamento religioso (Herring, 1956). Después de la pérdida de las colonias americanas, se alza el temor de que las ideas de la Ilustración francesa y el ideal de gobierno democrático de la revolución estadounidense también penetrasen en las colonias que van quedando.
Las corporaciones religiosas en Filipinas, con la colusión o la no interferencia de la autoridad colonial, se constituyen en un muro contenedor de toda idea progresista y potencialmente revolucionaria.
     A la supresión de la educación se suma otro factor más importante aún, que es el hecho de la
diferenciación racial entre los españoles y los nativos que se transforma en la marginación racial y cultural de los últimos. A diferencia de Hispanoamérica, donde el mestizaje actúa como una especie de conectiva social entre la raza española y la indígena, en la sociedad hispanofilipina existe una forma de 'apartheid', una línea divisoria invisible e infranqueable entre las razas y las clases sociales. En el fondo, en todas las colonias donde los españoles se imponen como gobernantes y modelo cultural se arraiga la misma mentalidad diferenciadora. Sin embargo, en Filipinas se agrega un agravante especial: el uso del idioma español como herramienta de exclusión y no de comunicación y trasvase cultural. Los pocos criollos nacidos en Filipinas y los españoles forman el núcleo de poder de la sociedad, son un grupo cerrado y tajantemente diferenciado racial y culturalmente de la gran masa de nativos.
     Sobre los filipinos nativos recae la prohibición tácita de asimilar la cultura y lengua españolas. Reciben el catolicismo para llenar el vacío creado por la destrucción de su cosmología original; sin embargo, aunque pasan a ser "hijos de Dios", en los ámbitos de interacción social siempre serán el Otro, los
indios.
     En el caso de América Hispana,
las luchas de emancipación se dan sobre una masa continental, lideradas por las clases criollas que comparten una misma identidad y aúnan sus esfuerzos para poner fin a la supremacía política de los funcionarios españoles y los aparatos representantes del poder de la monarquía absolutista. Entre 1810 y 1824, Argentina, Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile y Perú declaran su independencia, gracias al esfuerzo concertado de los grandes líderes criollos, entre ellos Simón Bolívar, José Antonio de Sucre, José de San Martín y Bernardo O'Higgins. En el caso de Chile, el pueblo no tiene concepto de independencia y se suma al ejército patriota sólo por lealtad a sus amos o por obligación (Encina-Castedo, 1953). La mayoría del pueblo, al igual que los indígenas, están de la parte de los españoles y los religiosos. Derrotada España, se establecen repúblicas, la mayoría de las cuales sigue el patrón de gobierno republicano francés. En el caso de México, la lucha por la independencia es liderada principalmente por religiosos seguidos por el pueblo indígena. La clase criolla no apoya la revolución. Derrotados los primeros líderes revolucionarios, los caudillos asumen el protagonismo, sentando una condición difícil para el futuro proceso del país (Herring, 1956). El caso de México en este sentido presenta un mayor parecido con el de Filipinas porque no hay una visión unificadora entre el pueblo y las clases ilustradas de forjar un país para todos. Al contrario, cada facción percibe los intereses del otro como contrarios a los propios.
     
La condición más importante para poder desencadenar y llevar a buen término los movimientos de emancipación es la formación de una conciencia nacional, cohesionada por una clara identidad que hace posible definir el objetivo común e implementar los medios elegidos para el logro de la independencia.
     ¿Cómo se da el proceso de emancipación filipino?
Los filipinos debemos esperar 88 años después de América, antes de encontrarnos en condiciones de luchar por la independencia. Es sólo a mediados del siglo XIX y como fruto de la prosperidad económica, que se forma una clase media nativa ilustrada, que asume el papel de catalizador revolucionario desempeñado por la clase criolla hispanoamericana. Al igual que en América Latina, el proceso que llevará a la separación de España principia con el deseo de autonomía política e integración cultural por parte de los coloniales. El movimiento reformista es la expresión de las ansias de lograr reformas políticas en el gobierno colonial, recuperar la representación en las Cortes y poner fin a los abusos de las corporaciones religiosas (Agoncillo, 1975). Pero los reformistas filipinos ―primero en el movimiento de secularización de las parroquias, luego en el movimiento propagandista llevado a cabo por los exiliados en España― reciben como respuesta el inmovilismo político de una Metrópoli en plena crisis interna y el virulento revanchismo de los frailes. Se radicaliza el proceso y pasa a la etapa insurreccionista con la fundación del Katipunan.
     
El catalizador del proceso de emancipación filipina es entonces la clase media nativa ilustrada, la Generación de los héroes de 1896, hispanofilipinos que plasman la primera conciencia nacional filipina. Esta generación es sobre todo una vanguardia cultural. No tiene una composición racial homogénea: entre ellos hay mestizos así como nativos puros. En términos de mentalidad, representan el mestizaje psíquico que se forma en Filipinas tras la larga convivencia entre dos culturas que abarca al menos 17 generaciones, desde el establecimiento del primer asentamiento español en las islas en 1565. Esto explica por qué los reformistas no propondrán en un principio la separación de España, que consideran la madre patria, y por qué, después de la anexión estadounidense y dadas las condiciones de relativa libertad de asociación y expresión que EE.UU. establece en el país, se produce un florecimiento de la cultura hispanofilipina. Este fenómeno no es sino la libre exteriorización de la identidad hispanofilipina, reprimida por la anterior sociedad colonial que la percibe como políticamente amenazante y, dada su mentalidad determinista y naturalista, como una construcción cultural inferior e inválida.
     Los revolucionarios filipinos derrotan a una España en plena decadencia tras sólo dos años de lucha militar, a diferencia de los latinoamericanos. En el caso de Chile, los patriotas luchan durante más de diez años, incluido el período llamado la Reconquista. Pero ganada la independencia,
la primera República filipina no surge en el mismo escenario mundial estable como el que existe a principios del siglo XIX y que permite que las nuevas repúblicas hispanoamericanas se desarrollen sin peligro de nuevas invasiones y ocupaciones extranjeras. En 1898 el mundo se encuentra en pleno auge de la era de colonialismo occidental2 y, de no habernos anexionado EE.UU., lo habría hecho otra potencia colonial europea.
     Hasta aquí se daría por terminado el desarrollo de la visión comparada de los procesos de colonización y emancipación filipino y latinoamericano.


Conclusión
     Sintetizando lo anterior:
     1. Los dos factores determinantes para ambos procesos son el espacio físico en el cual se desarrolla cada uno y la dinámica cultural originada en el encuentro entre colonizadores y colonizados.
     2. Debido a su aislamiento geográfico, la relativamente fácil tarea de pacificación de los naturales y el no descubrimiento de grandes depósitos de riqueza mineral, en Filipinas, a diferencia de América Latina, no se forma ni una clase auténtica criolla ni tampoco un mestizaje numéricamente importante.
     3. Las corporaciones religiosas se constituyen en un muro contenedor de las ideas europeas y de las experiencias de emancipación americana, bloqueando exitosamente el traspaso de la cultura y lengua españolas a los nativos.
     4. Mientras que en América es la clase criolla la que primero desarrolla una conciencia nacional y voluntad de autogobierno, liderando así a un pueblo que no las ha adquirido aún, en Filipinas es la clase media ilustrada la que lidera, primero el movimiento reformista y, luego y conjuntamente con el pueblo, la revolución de 1896. Debido al bloqueo de la transculturación hispanofilipina, el proceso de emancipación filipina es atrasado en 88 años en comparación con el de América, pero el protagonismo en el proceso filipino es asumido por la clase media y el pueblo, rasgo que lo asemeja a aquel de los mexicanos.
     5. Los hispanoamericanos luchan contra una España todavía vigorosa y las guerras de emancipación americanas son, en la mayoría de los casos, largas. Filipinas sólo lucha dos años pero enseguida es invadida por una emergente y arrolladora fuerza imperialista: EE.UU.
     6. Las nuevas repúblicas latinoamericanas se constituyen en un momento histórico que permite su desarrollo sin peligro de nuevas invasiones. La primera República filipina surge en el escenario mundial de la tercera fase del colonialismo y su posterior anexión por una nueva potencia colonialista es inevitable, dado al momento de proceso histórico.
     7. Tras el logro de la independencia, se establecen repúblicas latinoamericanas que se guían según el modelo francés, o sea, no se produce una ruptura cultural de fondo porque se mantiene el paradigma europeo. En Filipinas, después de la anexión por EE.UU., hay una ruptura que se expresa en el cambio lingüístico y la superposición sobre la mentalidad hispanofilipina del paradigma anglosajón. La evolución políticocultural encierra para ambos casos implicancias importantes en cuanto al posterior desarrollo de la identidad. En el caso de los filipinos, se produce el olvido de la memoria cultural hispanofilipina pero se democratiza la estructura sociopolítica. En el caso de los latinoamericanos, hablando en términos generales, las clases criollas no implementan en la praxis los altos ideales de los próceres de la independencia y no se producen cambios profundos en las condiciones sociales sentadas durante la época colonial.



Anexo

ALGUNAS APRECIACIONES SOBRE LA HISTORIA POST-EMANCIPACIÓN FILIPINA Y LATINOAMERICANA:
IDENTIDAD, FUTURO Y EL PAPEL DEL HISTORIADOR


     A partir de la anexión de Filipinas por EE.UU. en 1898, Filipinas se separa de las excolonias españolas y acontece el evento más espectacular de nuestra historia en términos culturales: la violenta y abrupta superposición de una nueva cultura—la anglosajona—sobre la primera capa de fusión sincrética indígena-española. Un factor importantísimo que ayuda a que el nuevo proceso de transculturación se implante en el cortísimo período de una generación, es el hecho que EE.UU. utiliza una política opuesta a la de los españoles: propaga sus patrones culturales mediante la educación pública masiva en su idioma.
     El factor de aislamiento geográfico que las órdenes religiosas españolas aprovechan para prevenir la llegada a las islas de las ideas de la Ilustración y de las luchas libertarias americanas es aprovechado esta vez por EE.UU. para fomentar el olvido de nuestro pasado e identidad hispanofilipina, mediante la monopolización de los espacios de la vida política y económica en la nueva colonia. Es importante señalar que EE.UU. incursiona en el Pacífico no sólo por motivos geopolíticos sino también por motivos económicos. A fines del siglo XIX, EE.UU. experimenta una depresión económica y necesita nuevos mercados para sostener el crecimiento de su estructura productiva (Herring, 1956; Zinn, 1980). Filipinas satisface este requerimiento maravillosamente, suministrando a EE.UU. una fuente asegurada de materias primas baratas y un mercado de unos seis millones y medio de habitantes ávidos de modernidad y productos de consumo.
     No es de interés para EE.UU. que los filipinos conservemos nuestra identidad y memoria hispanofilipina, pero astutamente no opone resistencia al deseo de los filipinos de mantener el patrón cultural español durante las primeras décadas del siglo XX. EE.UU. finalmente se gana a los filipinos, por medio del ofrecimiento de protagonismo político-económico a la clase media nativa, la formación de nuevas generaciones educadas en inglés y entregadas al nuevo orden que las eleva al estatus de interlocutores válidos y, finalmente, la promesa—después de un período de entrenamiento en la gestión nacional democrática—de devolver la soberanía al país.
     Los estadounidenses no sólo cumplen su palabra y nos dan la independencia; más importante que esto (ya que dicha independencia es sólo formal y EE.UU. mantiene un férreo control sobre el proceso político hasta mediados de la década de los ochenta), efectivamente democratizan la estructura socioeconómica del país. Bajo EE.UU., la aristocracia hispanofilipina pasa a ser un estamento que, si bien sigue siendo económicamente importante, se hace invisible, marginándose de la actividad política perceptual y cultivando siempre un bajísimo perfil.
     No ocurre la misma democratización social en Latinoamérica, a pesar de que en algunos países como Costa Rica, Argentina, Uruguay y Chile se desarrollan auténticos procesos democráticos
3.
     Mientras España, tras el ocaso de su imperio, continúa y completa su proceso de transformación en un estado moderno, en sus colonias, donde el poder socioeconómico y político pasa a manos de las clases criollas en el mejor de los casos y en manos de caudillos y dictadores en otros, la mayoría de los criollos sienten mayor compromiso para con su clase social que para con la dignificación de sus países. La experiencia real de los últimos dos siglos ha mostrado que en la mayoría de los países latinoamericanos los ideales de
liberté, égalité, fraternité que inspiraron las nuevas repúblicas, terminan convertidos en privilegios exclusivos de las clases que, sea por nivel económico, apellido o rango militar, están en situación de hacer valer sus derechos. El mestizaje latinoamericano no tiene aún una clara identidad ni tampoco un proyecto unificador y se encuentra supeditado a las intenciones y proyectos de los descendientes y/o sucesores de la antigua aristocracia castellana-vasca. En cuanto a los descendientes de los indígenas, han sido marginados de los procesos sociopolítico y económico y sólo en años recientes empiezan a hacer sentir su presencia. Ellos sí tienen una clara identidad, pero una bastante dañada y menoscabada por la larga memoria del despojo de sus tierras y la actitud desentendida para con las minorías del grupo cultural y racial dominante.
     Los filipinos, en este sentido, nos encontramos en una situación privilegiada. Nuestro pueblo está intacto—tanto los conquistadores españoles como los anglosajones han terminado por dejarnos solos y felices en nuestro territorio—. Ha ocurrido un proceso de maduración política entre la independencia en 1946 y la Revolución no violenta de EDSA de 1986. Pero sigue habiendo serios problemas de inequidad social y corrupción. Estos problemas no se deben a que seamos una “raza mala”. Son el legado del pasado, la extrapolación al presente de la condición ontológica de caos psicológico y moral que sentó las bases del posterior desarrollo de todas las sociedades coloniales hispánicas. En este sentido fue un factor positivo que en Filipinas no se descubriera gran riqueza mineral, ya que de esta forma no se dio en nuestro territorio la misma magnitud de despojo y desorden social y moral que aconteció en América, sobre todo en México y Perú durante más de doscientos años (Herren, 1991). Sin embargo, en la conciencia colectiva filipina han quedado las secuelas del trauma psicosocial colectivo, manifestadas en problemas de corrupción política endémica y un registro profundo de enajenación de lo propio y de desconocimiento o negación del pasado. Dicha enajenación se expresa concretamente en el éxodo masivo a EE.UU. de profesionales y trabajadores filipinos a partir de los años sesenta.
     El rasgo sobresaliente de tal éxodo es que efectivamente se trata de un fenómeno en que la mayoría de los emigrantes filipinos dejan su país para nunca más volver. La emigración es un fenómeno mundial y entre los latinoamericanos que más salen de sus países están los chilenos. Sin embargo, la mayoría de los chilenos, incluso los que alcanzan gran éxito profesional y económico en el exterior, incluyen entre sus proyectos el de retornar mientras están en edad productiva. Los filipinos generalmente vuelven sólo de viejos y dedican los años de mayor productividad a su país adoptivo, aunque les pese la consciencia de que en EE.UU. no se los reconoce como una minoría de categoría, no obstante la larga historia de lealtad y apoyo filipino para con EE.UU.
     Es el indicador de que para los filipinos, falta el paso primordial de volver a apropiarnos de nuestro país, de nuestra historia, de nuestro destino. En definitiva, de apropiarnos de nuestro propio ser.
     En cuanto a nuestros primos hermanos latinoamericanos, ellos también se encuentran en el umbral de una importante toma de conciencia de sí mismos.
     América Latina hoy se encuentra enfrentada por la invasión económica y cultural estadounidense, experiencia ya superada por los filipinos. Si nos imaginamos mirando nuestras respectivas imágenes en el gran espejo metafórico del Pacífico, es probable que los latinoamericanos y los filipinos nos encontremos en la curiosísima situación de vernos reflejados los unos en los otros, pero en un reflejo temporalmente enrevesado. Los filipinos veríamos el reflejo de nuestro pasado en el rostro de Latinoamérica, pudiendo así reconectar con nuestra imagen interior de pueblo con profundo sentido de dignidad y autovaloración. Los latinoamericanos, por su parte, verían reflejado su futuro en el rostro de Filipinas, en la imagen de sí mismos en plena construcción de una nueva realidad, basada en el rescate de verdades negadas o ignoradas y la superación de las falsas identidades y divisiones.
     Y ambos reflejos serían dos caras de una misma realidad.
     Mientras los filipinos necesitamos recuperar nuestra memoria hispanofilipina y reconocer las potencialidades que esperan con paciencia su largamente postergado reconocimiento y aprovechamiento, los latinoamericanos necesitan producir diálogos y acuerdos dentro de sus sociedades con el fin de cerrar las brechas socioculturales y económicas que los dejan absolutamente desprotegidos frente a intereses ajenos que condicionan su vida nacional, imponiendo un sistema de valores de cuestionable deseabilidad. Esto, porque sus clases pudientes todavía no caen en la cuenta de que, o todo el país avanza, o todo el país se hundirá ―experiencia que para los filipinos es ya materia de observación empírica―. La tendencia actual entre las clases privilegiadas en América Latina es concentrar cada vez más el poder político y socioeconómico para el beneficio exclusivo de sí mismas, a costa del presente y futuro de sus pueblos, sin alcanzar a ver que ese presente y futuro que les cierran a sus clases despreciadas, es también el presente y futuro de sus hijos.
     La cultura del afán de riqueza con el menor esfuerzo, el desprecio por el trabajo (y por ende por el trabajador) y el elitismo y arribismo social implantados por la vetusta mentalidad española en las sociedades coloniales seguirán obstaculizando la imperiosa necesidad de evolución social mientras los países excolonias españolas no asuman que el pasado no se ha ido y no se irá, hasta que se tome la decisión consciente de transformarlo. En este mundo globalizado, cuyas nuevas pautas son la convivencia armoniosa, la reciprocidad y la sustentabilidad, el legado del pasado sigue presente y seguirá siendo una cadena para nuestras mentes que seremos incapaces de romper y transformar en material de construcción, mientras no escuchemos su sabiduría y apliquemos sus enseñanzas.
     El papel que cabe a los que estudian e interpretan la historia, si se quiere apoyar y encauzar este proceso de transformación, de ruptura del encadenamiento histórico, será el de esclarecer, sobre todo para las nuevas generaciones, el sentido transformador de los eventos y procesos históricos. El historiador rumano de las religiones Mircea Eliade (Rocquet, 1984) enuncia el concepto de una historia que va de la mano con la hermenéutica en estas palabras: “Un evento histórico justificará su acontecer en el momento en que es comprendido. Esto puede significar que las cosas ocurren ―que la historia existe― con el solo fin de obligar a los seres humanos a entenderla”.
     Quisiera finalizar señalando mi convicción de que reflexionar sobre la propia historia ya no es ―hoy por hoy― el privilegio de los expertos, sino la necesidad de todo el pueblo filipino. Es por esto que, siendo lego en la materia, me desafío a exponer estas ideas sobre la historia de mi país, aunque en términos estrictamente académicos la empresa pudiera parecer presuntuosa o débil en su fundamentación bibliográfica. Sin embargo, propongo que apropiarse de la propia historia ―en el mejor sentido de la palabra― es apropiarse del propio ser y defender el valor primario de progreso social, el cual no puede tener otra consecuencia que el logro de un auténtico desarrollo
4.

___________________________________
Conceptos desarrollados por Silo (1976).
Se propone una visión a grandes rasgos de la era colonial como dividida en tres etapas de expansión colonialista. La primera sería la llegada de Portugal a Africa y a la India, de España a América y de Holanda al Lejano Oriente entre los siglos XIV, XV y XVI; la segunda fase sería la colonización de África por Alemania, Francia, Bélgica e Italia, de Indochina por Francia, la llegada de Inglaterra a la India, la compra por EE.UU. de Luisiana y la anexión del norte de México y de la Florida en el siglo XIX. La tercera sería la expansión militar y geopolítica de EE.UU. en Oceanía y América Latina en el siglo XX.
“Democracia” en este contexto no se refiere estrictamente a que un país haya mantenido una tradición ininterrumpida de gobierno en base a la representación popular, sino al desarrollo sostenido del proceso democrático, vale decir, una clara evolución hacia el gobierno representativo, que admite la posibilidad de momentos de revolución o de dictadura militar, pero que tiende a superar tales momentos y retomar una línea de evolución democrática. Cuatro criterios fundamentan la definición de una experiencia nacional como proceso democrático: 1) libertad de la ingerencia extranjera en el proceso político del país ('ingerencia' incluiría el establecimiento y mantenimiento en el territorio nacional de bases militares extranjeras); 2) una evolución hacia la superación del caudillismo; 3) separación entre la Iglesia y el Estado; 4) la ausencia de ocupación interna militar, o una dictadura militar impuesta contra la voluntad popular.
La autora agradece la valiosa colaboración y asesoría prestadas por Mirtha Alarcón, filóloga, y Marco Saavedra, profesor de historia.


Referencias
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    Mander, Jerry.
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   Paz, Octavio.
El Laberinto de la soledad. Posdata: Vuelta a el laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica Chile S.A., Santiago de Chile, 1994.
    Riggs, Marlon. Entrevista televisiva realizada por PBS - Canal 9, San Francisco, California, 1994.
    Rocquet, Claude-Henri.
Mircea Eliade: Ordeal by Labyrinth. Conversations with Claude-Henri Rocquet. Tr. Derek Coltman. University of Chicago Press, Chicago, IL, 1984.
    Silo. Contribuciones al pensamiento: Sicología de la imagen y Discusiones historiológicas. Ed. Planeta SAIC, Buenos Aires, Argentina, 1990.
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Diccionario del nuevo humanismo . Ed. Virtual, Santiago de Chile, 1997.
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    —,
Humanizar la tierra. Editorial Planeta, Buenos Aires, Argentina, 1988.
    Trinh Minh-ha.
Woman, Native, Other: Writing Postcoloniality and Feminism. Indiana UP, Bloomington and Indianapolis, IN, 1989.
    Uslar-Pietri, Arturo.
En Busca del Nuevo Mundo. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, México, 1969.
    Villalobos, Sergio et al.
Historia y Geografía de Chile. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1984.
    Zinn, Howard.
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