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I Certamen juvenil de creación literaria
“Rafael Palma” (2019)

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I Premio


23 de febrero de 1945

de
Vincent del Castillo
(alumno de la Universidad de Filipinas, Dilimán)



Ella se despierta de repente, ni siquiera recuerda cómo se quedó dormida.

Empieza, lentamente, delicadamente, a abrir sus ojos, aún somnolientos, para echar un vistazo hacia fuera por su ventana: un rayo penetra su cuarto, llenándolo con el brillo tranquilo de la mañana; el sol, alto en su puesto entre las nubes, le saluda, ya listo para enfrentarse al ajetreo de la ciudad.

Inmediatamente se da cuenta de que ya va un poco retrasada en su horario acostumbrado… ‘Pero qué más da’, piensa, sus recuerdos de la noche anterior inundando su pensamiento, ‘no creo que hoy me dejen en paz’.

En realidad, ayer fue un día tal como los demás; de hecho, había pasado una tarde más o menos ‘normal’, comoquiera que la palabra se aplicara a su vida de entonces: visitó la casa de su amiguita, quien, como ella, había elegido quedarse en la ciudad, y compartieron sus asuntos, si bien en realidad nunca les pasaba nada de nuevo; luego se fue a rezar a San Ignacio, su iglesia favorecida entre las ocho de la ciudad; y por fin, después de pasar un rato de reflexión y dar un lento paseo por su camino, pavimentado de oro en la luz del atardecer, regresó a descansar a su casa.

Muy poco descanso pudo obtener, sin embargo, como no más de unas horas habían pasado cuando los ruidos
―conmoción por las calles, gritos y sollozos en su vecindad e incluso, según le parecía, algunas explosiones en la distancia― empezaron a turbarla mientras se acostaba en su cama; el sueño, que desesperadamente buscaba, resultó cada vez más lejano a su alcance.

Bueno, no era completamente ignorante, ni tan ingenua como para dejarse creer que no vivían en tiempos difíciles. En su fuero interno sabía muy bien que una guerra había estallado, y un peligro verdadero e implacable le esperaba en el momento en el que saliera de la seguridad que ofrecía la capital.

Sólo que
―le daba vergüenza admitirlo― viviendo dentro de la protección de sus murallas, que habían demostrado ser tan firmes y fiables a lo largo de la historia, en una de las áreas más adineradas de la ciudad además, era bastante fácil para ella fingir que su vida transcurría en otro mundo entero, aislado e inalcanzable desde el externo; uno donde la gente vive en constante lujo y esplendor, lleno de riquezas aportadas no sólo por sus recursos sino también por la cultura, la historia, el arte y, sobre todo, la eterna devoción religiosa.

Con todo eso, piensa, ‘¿Qué tiene que ver esta guerra conmigo?’ Fue ésta la pregunta que le hizo a sus padres, hermanos, otros parientes, quienes ya se habían fugado a sus residencias en la provincia; también a tantísimos amigos y amantes suyos, todos ellos pidiendo que se fuese de la ciudad. ‘Aquí me quedo, y les juro que ningún conflicto
―especialmente uno que no me corresponde― me sacará de esta ciudad que amo más que ninguna otra’. En todos los instantes que se negó a marcharse, en realidad tenía razón: ¿por qué ha de cambiar su vida para ajustarse a las exigencias de una guerra ajena?

Pero ahora que la realidad injusta de la guerra se está acercando más y más, ya infiltradas las murallas supuestamente impenetrables de su querida ciudad, empieza, por primera vez, a dudar de su decisión: ‘¿Me debí haber escapado cuando me lo dijeron?’

La respuesta inmediata es ‘no’, y esa duda se borra. Al fin y al cabo, cree que cuenta con la protección de algo aún más fuerte que las defensas de la ciudad; más valioso que la cantidad de dinero que sus padres le habían dejado; de hecho, incluso más poderoso que las miles de oraciones que ha ofrecido para que Dios vele por su seguridad.

Finalmente se alza de su cama, se sienta en frente del tocador, se mira en el espejo y… allí está la respuesta: la máxima protección es su belleza, pues es de saber que podríamos estar hablando de la criatura más hermosa que jamás se haya visto en su país, tal vez en todo el mundo. Y nadie, ni la guerra, ni la muerte que entraña, podrá atreverse a tocar belleza tan bien preservada. Ella, con tanta confianza, se pregunta, ‘¿Cómo es que me van a matar, cuando ya miles de personas han muerto, y seguramente miles más morirán?’

Desafortunadamente, aprenderá, muy pronto, que incluso belleza tan pura como suya, sólo le habría salvado si no se hubiera enfrentado a la guerra. La guerra, vil, cruel y despiadada en sus motivos, es fuego: no elige a nadie, devora a todo. No importa quién eres; no importa quién sean tus padres; no importa tu riqueza, ni siquiera tu belleza; no importa tu pasado, tampoco tu futuro. Ni importa si eres amigo o enemigo. La guerra es fuego y devoró todo: la vida de una persona, acabada en segundos; la historia de un país, alterada con la caída de algunas bombas, soltadas del cielo como gotas de lluvia.

¿Y qué hay de ella, una vez que se apagan las llamas?
Yace, derrotada, devastada, en su tumba marcada sólo por sus ruinas, los únicos rastros de la grandeza del pasado. Pero gracias a Dios por ellos, pues ya nadie
casi nadie― recuerda que, érase una vez, allí en esas ruinas nació, creció, floreció,
la perla más brillante del oriente.






II Premio


MÁQUINA DEL TIEMPO DE MARCO

de
Diane Amor T. García
(alumna de la Universidad de Santo Tomás, Manila)



      ―¡Hurra! ¡Ya lo tengo terminado! ¡Tiene que funcionar! ―Marco marcha corriendo triunfante hacia su laboratorio. Cogiendo desprevenida a su esposa, algo desconcertada, la abraza y la levanta en el aire.
      ―Pareces emocionado… ¿Qué pasa? ―pregunta mientras se ríe. Él la besa en los labios.
      ―Luego, todo será mejor ―le dice después de darle otro beso. Corre emocionado de vuelta a su laboratorio. Mira fijamente el dispositivo parecido a un reloj con admiración e incredulidad, y lo ata a su muñeca. Comprobando si ha puesto las coordenadas correctas, verifica los números otra vez.
      ―08.05.2004.10.06 ―susurra para sí mismo por quinta vez―. Es correcto. No lo podría olvidar
      Marco mira al vacío, con el arrepentimiento tallado en su cara: “Nada más que errores y vergüenza”, pensó para sí mismo. Pero finalmente los había resuelto. Con la determinación en los ojos, hizo clic en el botón rojo. Se oyeron pitidos y chispas en la máquina y, como un rayo, desapareció de su laboratorio. Marco se sintió como si estuviera en una montaña rusa mil veces más rápido que cualquier otro viaje existente en la tierra. Ni siquiera podía abrir los ojos.
      Entonces todo se detuvo. Pudo sentir su sudor goteando por la frente, pudo escuchar su propio corazón latiendo aceleradamente en el pecho.
      ―¿Por fin? ―abriendo lentamente sus ojos, se encontró en un pequeño y estrecho cuarto. Sus ojos comenzaron a escanear el espacio. Una escoba, una fregona, y todo tipo de productos de limpieza.
      ―Un armario para conserjes. Aquí me ha traído mi máquina del tiempo… ¿un éxito? ―susurró. Lentamente abrió la puerta y se asomó al pasillo vacío. Vio un reloj colgado en la pared: 11:06 a.m. Mirando alrededor un poco más lejos, vio una pancarta escolar: Escuela secundaria de St. Raymund, 2004.
      Sus ojos se agrandaron, y también su sonrisa: “¡Funciona! ¡Dios mío, funciona!”, clamó en voz alta mientras saltaba en el armario.
      Después de unos minutos de celebración, se calmó y comenzó su plan: “La feria de ciencias está a solo unos días… tengo que detenerla”, cogió el uniforme extra de conserje, se vistió y marchó por los corredores de su antigua escuela.
      ―Sé que está por aquí en alguna parte… papel azul… papel azul… papel azul… ―susurraba para sí mismo mientras miraba las paredes atentamente. Sus ojos se posaron en un papel azul brillante destacado entre los demás en el tablero de anuncios. Lo miró apresuradamente, y leyó la descripción: Feria de Ciencias 2004, hoja de registro. Verificó los nombres escritos para ver si era demasiado tarde.
      Cerró sus ojos y suspiró aliviado: “Todavía no lo ha visto”, pensó.
      En la distancia, vio a un chico muy familiar caminando por el pasillo. Rompió apresuradamente el papel del tablero y se escondió detrás de uno de los casilleros. El chico caminó por el pasillo. Ni el hombre disfrazado ni un papel azul brillante llamaron su atención. Suspirando de alivio, Marco vio al niño despreocupado ir a la cafetería a almorzar. Sonrió.
      ―No puedo creer que fuera tan ingenuo, tan inocente ―pensó.
      Cuando su yo más joven desapareció de su vista, Marco miró fijamente el pedazo de papel arrugado en su mano. Feria de Ciencias: “Nunca debería haberme registrado para esto”, pensó.
      Recordaba ese día muy bien. Todos se enteraron de su pasión por la ciencia. Recordaba a la gente, incluso sus propios amigos, burlándose y llamándole empollón, un gran perdedor. Recordaba lo ilusionado que estaba por hablar del viaje en el tiempo y cómo los niños grandes destrozaron sus ilusiones. Durante roda su vida en el instituto, la burla nunca se detuvo. Hasta el presente, la duda nunca se detuvo.
      Miró el trozo de papel por última vez: “Nunca lo hice”, tiró el papel en el cubo de basura y regresó al armario para conserjes. Ingresó las coordenadas para regresar al presente y se desvaneció.
      En el presente, miró atrás aliviado: “Está hecho. Finalmente se acabó”, lentamente abrió los ojos y miró a su alrededor confundido.
      ―¿Cómo he acabado en mi antigua habitación de vuelta a casa de mis padres? ―pensó. No lo entendía. Pero no parecía demasiado importante, así que fue a su casa y llamó. Miró con incredulidad al extraño que abrió la puerta. ¡No era su esposa!
      ―¿Perdóneme, pero qué hace en mi apartamento? ¿Dónde está mi esposa? ―enfadado le preguntó al hombre.
      El joven le devolvió la mirada, desconcertado e impaciente: “¿Tu apartamento? Lo siento pero vivo aquí. No sé quién eres o quién es tu esposa. Por favor, vete”, dijo el desconocido mientras cerraba la puerta de golpe en la cara de Marco.
      Aturdido y sin palabras, Marco sintió cómo su cerebro estaba a punto de explotar: ¿N… No puse las coordenadas correctas? ―balbuceaba mientras miraba su máquina del tiempo.
      Su corazón dio un vuelco.
      Sus ojos se volvieron lentamente hacia su muñeca desnuda. El dispositivo… No estaba ahí. En pánico y completamente confundido, salió corriendo del edificio para saber qué pasaba. Pasó por un puesto de periódicos y vio los papeles: “Espere… éste es el titular de hoy. Estoy en el momento adecuado. ¿Qué diablos está pasando?”, las preguntas le retumbaban en la cabeza.
      ―¿Se rompió mi máquina del tiempo? ¿Dónde está mi esposa? T… tal vez esté en la casa de sus padres ¡Si, claro! ―con esperanza, corrió a la casa de su esposa y llamó fuertemente a la puerta. Una ola de felicidad y comodidad le inundó cuando vio a su esposa de pie junto a la puerta.
      ―Pensé que te había perdido. Me alegra que estés bi…
      ―Lo siento, ¿te conozco? ―preguntó la mujer.
      Congelado, se quedó sin palabras y pálido como el color agotado de su rostro.
      ―¿Yo… no me recuerdas? ―Marco tropezó para encontrar las palabras― ¡Soy tu esposo! Nos conocimos en la escuela secundaria. ¡¡Llevamos diez años casados!! ―la desesperación se mezclaba en sus palabras mientras buscaba complicidad en los ojos de la mujer.
      ―Debes haberme confundido con otra mujer. Estoy casada y mi esposo está adentro ahora mismo. Vete o llamo a la policía ―asustada, la mujer volvió a entrar y cerró la puerta.
      Es como si su corazón se hubiera roto en un millón de pedazos: “¿C… cómo puedes no recordar?”, susurró. Todavía confundido y roto, comenzó a caminar para aclarar su cabeza: “Hice todo bien… hice todo bien…”, sus ojos se empañaron.
      De repente, amaneció. Lo único que toda su vida había lamentado era la razón de lo que era hoy. Si no hubiera sido por la feria de ciencias, no habría impresionado al juez que le ofreció una beca universitaria. Si no hubiera sido por la feria de ciencias, los abusones nunca habrían destrozado su dignidad. Nunca habría conocido a la increíble chica que le ayudó a recuperarla. Si no hubiera sido por la feria de ciencias…
      Marco se detuvo, miró arriba y suspiró. Pudo ver el cielo azul bailando con los rayos naranjas del sol. Se detuvo en un puente y se apoyó en la barandilla. Se quedó mirando el sol poniente, cerrando los ojos para sentir los rayos reconfortantes calentando su rostro. El mundo se calló cuando su mente llegó a comprender las consecuencias.
      Entonces de repente, la claridad.
      Una sonrisa irónica se deslizó sobre su cara: “Nunca debería haberme registrado para esto”, Palabras que escondían ironía. A medida que el sol desaparecía, todo lo que se encontró en el puente fue un par de zapatos.






III Premio


MEMORIAS Y SOLICITUDES

de
Sheen Don Derrick C. Lampaya

(alumno de la Universidad de Filipinas, Dilimán)




Que me recuerdes para siempre
Como el guerrero
Que luchó contra el mundo entero
Para ganar tus labios, tus manos
Y tu abrazo celestial

Que me recuerdes para siempre
Como el hombre
Que nunca ha renunciado
A pesar de lo que decían los demás
Para poner una sonrisa bella en tu cara

Que me recuerdes para siempre
Como el amante
Que solía besar tu frente
Tan blanca y brillante como la luna
Casi todas las noches antes de despedirnos

Que me recuerdes para siempre
Y nuestras aventuras divertidas
Los sitios que hemos visitado
Los tiempos que juntos hemos pasado
Añadiendo color en mi vida monocromática

Que me recuerdes para siempre
Y nuestros planes olvidados
Nuestros deseos abandonados
Nuestros futuros desaparecidos
A causa de tu amor mentiroso

Que me recuerdes para siempre
Y cómo jugabas con mis sentimientos
Haciéndome tu prisionero
Tirándome con tus grilletes sofocantes
Y engañándome con tu disfraz oscuro

Que me recuerdes para siempre
Y la expresión de mi cara
Cuando te atrapé en los brazos de otro

Que me recuerdes para siempre
Porque te voy a recordar
Hasta que nos volvamos a encontrar
En las puertas del infierno