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Revista Filipina, Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Primavera 2016, Vol. 3, N
úm. 1

B
IBLIOTECA
PDF: Obra dispersa
PDF: Revista Filipina–Primavera 2016


G
UILLERMO GÓMEZ RIVERA

OBRA DISPERSA



Edición de
Isaac Donoso





Revista Filipina
Manila
2016





Stacks Image 949

LA FALENCIA FILIPINA
Y LA RUINA DE LA EXPRESIÓN






Y nuestro pueblo llora, porque es pesado el yugo
y protestar no puede, porque es débil su grey,
porque los ancestrales todos ya sucumbieron
sin dejarnos su aliento, sin legarnos su fe.

Claro Mayo Recto, Oración al dios Apolo, 1910



I

      La primera interrogante que se presenta siempre es: ¿Cuál es la literatura filipina original? Es de comprender que la confusión surja porque existen diversos idiomas en el país. Para empezar, diremos que hay una literatura filipina en inglés, a raíz del neocolonialismo estadounidense. También existe otra literatura filipina que está en el actual idioma nacional a base del tagalo. Finalmente, coexisten con las anteriores literaturas filipinas en bisaya, ilocano y en, por lo menos, diez otras lenguas más.
      Para aclarar dicha confusión nos vemos obligados a explicar el concepto de lo filipino. El surgimiento de la nación se remonta a la constitución del Estado filipino bajo la Corona de España el 24 de junio de 1571 con la fundación de Manila, en la isla de Luzón, como la cabecera de dicha entidad política.
      En 1599 se celebró un sínodo en Manila, al que asistieron los principales jefes tribales que representaban a los grupos étnicos del archipiélago para responder a la pregunta de si aceptaban al Rey de España “como su natural soberano” (véase
La Hispanización de Filipinas por John Leddy Phelan, 1952, páginas 25 y 26. Preferimos citar esta fuente americana porque resume, aunque sea a regañadientes, lo que dicen varios documentos españoles sobre este suceso histórico).
      Al referirnos a “grupos étnicos” aludimos a las colectividades prehispánicas existentes como los tagalos, ilocanos, pampangueños, bicolanos, bisayas, lumad o los aborígenes de Mindanao, y así también los moros de los sultanatos de Joló y Maguindanao. Cada uno de estos estados tenía, y tiene, su propio idioma. El de los tagalos es el tagalo, base inicial de la propuesta lengua nacional filipina, el de los ilocanos es el iloco, el de los bisayas es el bisaya (a base del sugbuhanon, del hiligaynon y del winaray), los mayoritarios de los moros son el tausug y el maguindanao, y los lumad poseen diferentes lenguas de raíz austronesia variadas y fragmentadas.
      Cuando los principales líderes de estas comunidades aceptaron al Rey de España como su natural soberano en diferentes momentos históricos, que van desde el siglo XVI al XIX, incorporaron de hecho sus respectivos estados étnicos a la administración española establecida en Manila. En la órbita del Consejo de Indias, la Gobernación de las Islas Filipinas dependió jurídicamente del Virreinato de Nueva España con capital en México. Después de la independencia de este virreinato (1821), Filipinas pasó a conformar, junto con Cuba y Puerto Rico, una provincia de ultramar de España.
      Manila, “la muy noble y la muy leal ciudad”, vino a ser el asiento del gobierno central que tenía al castellano como su lengua oficial y principal. Decimos principal porque el tagalo, el bisaya, el ilocano y otras lenguas vernáculas, funcionaban como idiomas auxiliares, sobre todo en el terreno de la evangelización de los nativos.


II

      Resultado de este proceso histórico lo constituye la literatura filipina en castellano, que dividiremos en cuatro etapas principales: la primera es la formativa, la segunda la de su crecimiento, la tercera es la de la plenitud y la cuarta la de su decadencia, causada como es evidente por la supresión de la lengua castellana tras la ocupación del país por las fuerzas norteamericanas y la consiguiente imposición del idioma inglés.
      Veamos, pues, estos diferentes períodos históricos. La primera etapa o de génesis tuvo como autores a peninsulares avecindados en el archipiélago y a los naturales y chinos cristianos admitidos como súbditos españoles. Entre los pioneros se pueden incluir a Antonio Pigafeta, Antonio de Morga, Gaspar de San Agustín, Francisco Blancas de San José, Gaspar Aquino de Belén, Baltasar de Santa Cruz, y los conocidos como ladinos: Tomás Pinpín y Fernando de Bagongbanta.
      Consolidada la unidad administrativa y territorial, creada una nueva sociedad con una identidad cultural fruto de la adaptación y transformación de la cultura hispánica, nuevos autores criollos y mestizos emergieron, junto a otros peninsulares y novohispanos: la familia Villavicencio, Luis Rodríguez Varela, Vicente Alemany, y los presbíteros Mariano Gómez, José Burgos, Jacinto Zamora, ya en la última época de finales del siglo XIX. Otros muchos autores peninsulares desarrollan una prolífica literatura de artículo o ensayo, poesía y narrativa de tintes costumbristas y en cierto modo orientalistas: Juan Álvarez Guerra, Navarro Chapuli, Pablo Feced, Francisco de Cañamaque, Vidal Soler o Francisco de P. Entrala. Esta etapa consiste en un amplio periodo de tiempo que va desde la Ilustración a la crisis decimonónica.
      Pasemos a la siguiente fase, el tercer período, que coincide con la cumbre literaria. En este siglo de oro destacaremos a Pedro Paterno, José Rizal, Marcelo H. del Pilar, Graciano López Jaena, Antonio Luna, Gregorio Sansiangco, Apolinario Mabini, en su primera ola, y a Cecilio Apóstol, Jesús Balmori, Teodoro M. Kalaw, Macario Adriático, Epifanio de los Santos Cristóbal, Tirso de Irureta Goyena, Fernando María Guerrero… hasta llegar a Pacífico Victoriano, Evangelina Guerrero de Zacarías, Manuel Bernabé y Claro M. Recto, entre tantos otros.
      Finalmente, culminamos una literatura que estaba llamada a la eclosión de todo un proceso histórico de siglos, nada menos que con el hurto de la voz. Es la destrucción de la expresión filipina, el aniquilamiento del cosmos hispánico y la lengua española, todo lo cual lleva a una crisis generacional y a que los hijos ya no entiendan, e incluso renieguen, de sus padres. Un pueblo condenado al silencio, a la inacción, a no ser capaz de poder expresarse por sí mismo, y necesitar inevitablemente al colonizador, a la extraña lengua inglesa. Trágicamente, a este periodo ignorado y desacreditado por propios y ajenos se le ha venido llamando “etapa de decadencia”, que es, en efecto, la ruina por haber perdido la expresión de la lengua española. Ahora, entre los escritores principales se encuentran Carlos Rómulo, León M. Guerrero, Manuel Briones, Antonio Serrano, Benigno del Río, Enrique Fernández Lumba, los hermanos Gómez Windham, Emeterio Barcelón y Barceló Soriano, Flavio Zaragoza Cano, Antonio María Cavana, Teodoro Valdes Bacani, José María Delgado, Francisco Zaragoza Carrillo, Nilda Guerrero de Barranco, Antonio Molina y otros tantos.
      Por último, en cuanto a los autores presentes, a quienes podríamos situar en la etapa contemporánea figuran: Edmundo Farolán Romero, Federico Licsi Espino, Concepción Huerta, Isabel Medina, Guillermo Gómez Rivera, Antonio Fernández Pasión, Edwin Lozada, Paulina Constancia, Macario Ofilada y Marra Lanot.
      El número total de autores filipinos en español es de muchos centenares. Y sus obras conforman una verdadera biblioteca.
      Con la oficial marginación entre los filipinos de la lengua española, la estrictamente denominada “literatura filipina” parece que se encuentra en un inexorable camino hacia la extinción. Pero tampoco se puede decir de seguro que ya se extingue, como casi siempre se vaticina, puesto que, hasta ahora, continúan apareciendo por doquier jóvenes cultores del castellano, según nos lo señalan dos recientes investigadores, Isaac Donoso y Andrea Gallo en su libro
Literatura hispanofilipina actual (Madrid, 2011).
      Desde luego que, por el otro lado, viene surgiendo una literatura extranjerizada, descrita como sin raíces en la tierra filipina, que se escribe en inglés. La vernácula, la que se expresa en el idioma nacional a base del tagalo, es sorprendentemente débil (con un puñado de publicaciones anuales para un total de cien millones de hablantes), al igual que las demás literaturas que se escriben en las otras lenguas principales del archipiélago. Esta falencia es consecuencia de una diglosia destructora que padece la actual sociedad filipina entre sus diversas lenguas maternas, entre ellas la castellana, frente al inglés obligatorio, idioma éste ajeno a toda raigambre histórica.


III

 

      Lo que pudiera ser el futuro de esta actual situación, depende de la exitosa recuperación, o no, del idioma español por parte del actual pueblo filipino. Y esa recuperación depende mucho de las economías que lo favorezcan, ya que la política actual de este país, en cuanto a lenguas y cultura, mucho debe a la disponibilidad de fondos para realizar el objetivo de tal recuperación. De momento, el movimiento en pro del idioma español está en auge, porque existe un incentivo económico, por ahora en la enseñanza del idioma y en las empresas de “centrales de llamadas” sobre todo, gracias a las cuales se considera al español como un instrumento de desarrollo y relación con América.  La importancia, la necesidad de poseer el idioma español, todavía no ha llegado plenamente a la esfera de la literatura, pues su cultivo literario es, actualmente, bien limitado.
      La diglosia es, por el otro lado, lo que condena al idioma filipino a base del tagalo, a un cultivo literario poco vigoroso, por no decir pobre o casi nulo. A pesar de millones de hablantes del filipino, no contamos con una producción literaria representativa en este idioma. Y por ello, un servidor, como muchísimos otros, a pesar de poseer el filipino lo suficientemente bien como para cultivarlo literariamente, no lo hacemos, por saberlo de antemano sin salida dentro del mundo local en que nos encontramos.
      Un servidor también fue escritor y poeta laureado en lengua bisaya-hiligaynon (también conocido como el ilongo), pero no vuelve a escribir en este idioma porque este idioma no tiene ni prensa ni la menor industria publicista como hace cincuenta años la tenía. Tanto en esta lengua, bisaya, como en el tagalo, idiomas de estas islas Filipinas, el cultivo literario esta vedado por las circunstancias, tanto económicas como políticas, circunstancias que conducen a una terrible diglosia que resulta ser todo un genocidio cultural e idiomático de estas lenguas autóctonas.
      La diglosia, está claro, juega exclusivamente, y tiránicamente, a favor del cultivo literario del inglés, porque éste cuenta con el total apoyo político y económico. Pero dado que este idioma no tiene raigambre en lo filipino pasado ni actual, como históricamente el idioma español sí bien que lo tenía en lo filipino, resulta evidente que no puede obtener ese idioma inglés raigambre que lo naturalice como filipino en el futuro.  Con tal vacío, no podemos producir, en el caso de un servidor, y en el de tantísimos otros, una literatura que podamos llamar filipina en idioma inglés, puesto que si nos empeñamos, como ya ha ocurrido con la producción de películas filipinas en inglés en el reciente pasado, vamos a salir nada más que con aberraciones, cuando no falsedades, respecto de lo que es verdaderamente la cultura filipina. Y ni servidor, ni los otros escritores que también pudieran escribir en inglés, al parecer estamos dispuestos a crear literatura en ese idioma sobre temas propiamente filipinos: de inmediato se vería que el inglés no pertenece a ese ámbito de la vida filipina y, por ende, de la creación literaria o artística.
      Después de un siglo de inglés obligatorio, el único autor que más o menos pudo darle a ese idioma cartas de naturaleza filipina fue  Nicomedes “Nick” Joaquín. Pero lo pudo hacer por haber tenido como base y referencia la cultura hispanofilipina. Y como la inmensa mayoría de los actuales poseedores del inglés en estas islas
YA PERDIERON esa misma base y referencia cultural filipinas que Nick Joaquín poseía, nada tienen que contar. Y de ahí el vacío resultante en el terreno de la literatura filipina.
      Ante semejante percance, la necesidad de volver al idioma español como medio para la creación y como instrumento para el pensar, es algo que creo inevitable.

10 de febrero de 2013,
Makati, Metro Manila,
Filipinas


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