Navigation
Revista Filipina
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Verano 2020, volumen 7, n
úmero 1

ENSAYOS
INVESTIGADORES Y PROFESORES

PDF:
Marlon James Sales


NOTAS DE UN HISPANISTA FILIPINO
VAGANDO POR EL MUNDO

MARLON JAMES SALES
UNIVERSITY OF MICHIGAN
Si de algo puedo presumir como hispanista, es de que soy de la generación que vivió la desaparición del español como materia obligatoria en el sistema educativo de Filipinas. Nací unos meses antes del asesinato del senador Benigno Aquino, cuya muerte desencadenaría una serie de acciones políticas que acabarían derrocando a Ferdinand Marcos y llevarían a la promulgación de una nueva constitución en 1987. Fue esta constitución la que definió el papel institucional del español a partir de aquel entonces en un país profundamente marcado por las turbulencias de la ley marcial a la que fue sometido entre 1972 y 1981, así como por un vertiginoso auge del nacionalismo que dio paso al levantamiento popular de 1986.
….Tal desaparición no se produjo de golpe. Ya en 1973, cuando la dictadura aún estaba en ciernes, el español perdió su estatus de lengua oficial al ser ratificada una constitución que respaldaba la ley marcial. Los de la generación de mis padres fueron los últimos alumnos que cursaron español por obligación. Conozco a varias personas de esa generación que no tendrían reparo en resaltar lo innecesario que les resultó el estudio de un idioma que ya no se hablaba en Filipinas y que además se realizaba a base de repetición. Una tortura, por no decir otra cosa, de la que se libraban recitando de memoria el último adiós de Rizal o cantando el himno nacional de Filipinas en su versión original en castellano.
….Cuando por primera vez me percaté más conscientemente de la presencia del español en mi entorno familiar —quizás en alguna frase que escuché de un tío-abuelo dominico que lo había aprendido en Santo Tomás, quizás en alguno de esos chistes sobre los kastila que se solían intercambiar entre los que creían manejar el idioma, quizás en alguna de esas telenovelas latinoamericanas que empezaban a emitirse en los años noventa—, todo indicaba que el español pertenecía a un pasado grandemente desvinculado de mi aquí y ahora. Estaba confinado en aquel lugar memorístico poblado de una extraña mezcla de conquistadores ataviados de morrión y gorguera, monjas con un rosario en ristre que murmuraban un Ave María y actores que hacían de galanes galopando con el pecho desnudo al son de un merengue de fondo. Para un niño como yo que vivía en las afueras de Manila, el español era un lujo que no se podía permitir. Para llegar a dominarlo, uno había de ser amamantado en el idioma o contar con los recursos para estudiarlo a conciencia. ¿Y quién lo estudiaría a propósito si no había siquiera colegios donde lo impartieran?
….Por eso, cuando decidí estudiar español después de hacer dos optativas en mi primer semestre en la Universidad de Filipinas, varias personas a mi alrededor pensaron que iba a hacerlo como pasatiempo. Era bastante inusual seguir ese camino profesionalmente a no ser que quisieras dedicarte a la enseñanza. Las oportunidades laborales en Filipinas eran escasas y sacar un título en cualquiera de las filologías era, para empezar, casi como hacerte un harakiri. Es más, pocos programas universitarios te dejaban elegir una lengua extranjera como segunda especialidad. Como alumno de grado en ciencias de la comunicación, tenía tan solo tres asignaturas de libre elección para ‘gastar’ en lenguas extranjeras. Pero no fue por falta de espacio en la programación, porque en realidad me obligaron a hacer diez optativas en distintas materias en total. Fue más bien porque en los planes de estudios de las universidades de Filipinas no se contemplaba la enseñanza de lenguas extranjeras para llegar a surtir verdaderos resultados. Si no estudiabas Hispánicas, todo el español al que podías acceder te prepararía tan solo para espetar alguna frase mientras te zampabas un canapé en una fiesta chic o para pedir que te hablen en inglés si te encuentras algún día viajando por Madrid. No era el español para trabajar en relaciones internacionales, traducir textos complejos, hacer de intérprete simultáneo… vamos, ¡que no era el español para conseguir trabajo! Para eso había que especializarse en otro curso, lo cual no era factible para muchos estudiantes de mi edad. En mi caso particular, tuve que finalizar mis estudios de grado y, aferrado a la promesa de mis padres de que me echarían una mano por si el dinero no me alcanzaba, me matriculé en el único máster de español en Filipinas, el de la Universidad de Filipinas. La situación no era la más propicia: como no estaba licenciado en Hispánicas, debí cursar cinco asignaturas de grado antes de hacer las del posgrado. Compaginaba esos estudios con mis responsabilidades en una empresa que me penalizaba quitándome una fracción del salario cada vez que salía temprano del trabajo para ir a mis clases. La verdad es que ya estaba a punto de abandonar mis pretensiones hispanistas si no fuera por una beca de posgrado que me concedió el Ministerio de Asuntos Exteriores de España un año más tarde.
….Después de dos años de estudios en España, volví a Filipinas y me incorporé al Instituto Cervantes de Manila como profesor colaborador. Esto fue hace tres lustros coincidiendo con el boom de los centros de atención al cliente en el país, muchos de los cuales prestaban sus servicios a la clientela en EE.UU. La política laboral entre EE.UU. y Filipinas hizo que varias empresas americanas de servicio a terceros mudaran al archipiélago en busca de bajos costes de operación. Lo más común en estas empresas era contratar telefonistas para atender a sus clientes en inglés. Pero dado el poder económico de la comunidad hispana en América, también se contrataban bilíngües en español e inglés con salarios que rondaban los 80.000 pesos mensuales, o unos 1.500 dólares americanos, una suma más contundente que la del personal exclusivamente anglófono. En un país como Filipinas donde el sueldo mínimo era menos de 200 dólares al mes, cualquier trabajo que prometiera un sueldo hasta ocho veces mayor por hablar un idioma más era el mejor reclamo para aprenderlo. Así volvió a hacerse notar el español en el panorama educativo del país. Lo que en su día frustró a los hispanistas que deseaban ver el retorno de la lengua a las aulas lo logró un mercado internacional cada vez más orientado al comercio virtual.
….Sin embargo, gracias a la derogación de la enseñanza obligatoria del español en Filipinas, este idioma ha dejado de figurar entre las competencias de muchas universidades. Había muy pocos centros de educación superior donde daban cursos de español como lengua extranjera, por lo que el grueso de las matrículas iba para las escuelas de idiomas. Como profesor de español no me quejaba, pues tenía clases que enseñar y con eso se llegaba a fin de mes. Pero sí me inquietaba que la motivación de esta nueva generación de alumnos se quedara en lo transaccional. Muchos alumnos que tuve en mis clases siguieron los cursos solo hasta el nivel que sus empresas les exigían (los siete primeros cursos para la mayoría con un total de 210 horas). El objetivo era capacitarlos para pronunciar bien, leer de un guión preparado cuando atendían llamadas telefónicas o responder a consultas por escrito.
….Admito que cada quien tiene el derecho de estudiar español según sus necesidades, pero si la idea es recuperarlo en pro de su conservación, no sería una mala idea repensar su promoción en Filipinas. Me parece bien que hablemos del español como la segunda lengua más hablada del mundo y la tercera más utilizada en la red. También me parece bien que señalemos que es la lengua extranjera preferida por más alumnos en el Reino Unido o EE.UU., o la que goza del mayor ascenso en China. Pero la extrapolación descuidada de estos datos al caso local a fin de convencer a los filipinos de que vale la pena aprenderlo es un desmerecimiento del verdadero valor que este idioma tiene para el país. Aparte de evocar fuertes connotaciones de servilismo, contribuye al alejamiento del español en el día a día del ciudadano de a pie. Según esta visión, el español está en un país lejano, en una ciudad extranjera o en una oficina local donde la gente trabaja de noche contestando llamadas de día desde el otro lado del planeta.
….Se ve además una contradicción importante en qué tipo de español pretendemos divulgar en Filipinas. Hay una cierta incoherencia en decir, por un lado, que nuestros programas de español como lengua extranjera responden a las demandas del mercado y asumir, por el otro, que la variante castellana septentrional debería ser la norma, teniendo en cuenta que aquel mercado al que nos referimos es americano. Me acuerdo de muchos exalumnos que, una vez finalizado el nivel requerido por sus empresas, volvieron a contactar conmigo para comentar que en su trabajo nunca utilizan ni el vosotros ni el ceceo o que sus homólogos en América prefieren tal palabra para tal concepto. ¿Qué diríamos en estos casos? ¿Estamos dispuestos a conceder que el espacio que adjudicamos al español de América en nuestro plan de estudios en Filipinas es bastante exiguo en comparación con su peso demográfico y poder económico, los cuales utilizamos para promocionar nuestros cursos en primer lugar? Y con todo esto, ¿dónde queda el español de Filipinas? ¿Somos capaces de reconocer y desarrollar ese depósito cultural en nuestros alumnos? ¿O lo rechazamos directamente porque no lo conocemos?
….Otro trabajo pendiente es mover la enseñanza del español en Filipinas más allá de sus tópicos coloniales. Confieso que me incomoda el énfasis que ponen los defensores más férreos del idioma en las glorias de un pasado colonial como el lugar común de donde habría que emanar todo lo que tiene que ver con el hispanismo de Filipinas, pero sin el escrúpulo histórico y el espíritu autocrítico que cualquier empeño académico precisa. Resulta perturbador leer declaraciones generalizadoras al respecto tales como que el español fue la lengua que nos civilizó, o que el español y la religión van de la mano, o que el español fue la lengua franca de Filipinas durante el período colonial. Por más halagüeñas que suenen, estas declaraciones no aportan nada a la difusión del hispanismo filipino y no hacen más que reducir las complejidades de nuestra vivencia colectiva con el español, con todas sus luces y sus sombras, a eslóganes triunfalistas.
….Pongo por ejemplo la intervención de un colega hispanista de California en el congreso anual de la Asociación de Lenguas Modernas en Seattle en enero de este año. Con suma lucidez explicó los recelos que provoca la campaña de rescatar del olvido la memoria de los llamados últimos de Filipinas para reivindicar la amistad hispano-filipina. Acertó en decir que aun cuando hemos podido reinterpretar la terquedad de aquella banda de soldados como un acto de heroísmo, se nos ha escapado mirar hacia los filipinos y hacer que les valga esta historia. Prueba de ello es la ausencia casi completa de personajes filipinos cuando narramos el sitio de Baler. Ya lo dijo en su momento el recién desaparecido George Steiner: se recompone la memoria olvidando algunos pasados. En cuanto al español, parece que en Filipinas hay quienes lo rememoran ofreciendo una apología indiscriminada por el colonialismo en lugar de asumir su legado claroscuro y examinar con menos romanticismo las instituciones sociales que lo hicieron posible, incluido el idioma.
….Finalmente, merece la pena reflexionar sobre la presencia del hispanismo filipino a nivel internacional. He tenido que lidiar muchísimo con esta invisibilidad en mi empleo actual como investigador y docente en EE.UU. e ignoro si he ganado la batalla. Independientemente de los avances que hayan realizado los compañeros repartidos por varias universidades, Filipinas todavía es la gran desconocida del mundo hispano. Es preocupante porque quiere decir que nuestras conversaciones en Filipinas han repercutido muy poco en el desarrollo del hispanismo como una disciplina internacional. En una época donde se habla tanto de la diversidad educativa y la interdisciplinaridad, conviene preguntarnos si Filipinas tiene cabida en un hispanismo más global e incluyente o si la invocamos meramente de paso para dar una semblanza de pluralidad a un modelo rígido e inamovible.
….La pérdida de la oficialidad del español en Filipinas supuso un antes y un después para un país muy proclive a malentenderse a sí mismo al desposeerle de una parte fundamental de su identidad. Pero si hay algo que esa coyuntura nos ha dejado patente, es la verdad de que a pesar de las determinaciones de una ley o las fluctuaciones del mercado o el constante girar de la pirueta ideológica, un idioma seguirá vivo siempre y cuando haya personas que quieren hablarlo. Quizás el reto que tenemos que afrontar en la actualidad ya no es cómo reinstaurar el estatus oficial del español, sino más bien cómo seguir persuadidos de que es una lucha que aún nos importa ganar.