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Revista Filipina, Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Verano 2013, Vol. 1, N
úm. 1

R
ESEÑAS Y COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
PDF: Magellan Fallacy
PDF: Revista Filipina–Verano 2013


Adam Lifshey,
The Magellan Fallacy. Globalization and the Emergence of Asian and African Literature in Spanish
Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2012, 323 pp.
[ISBN tapa dura: 978-0-472-11847-2; ISBN libro electrónico: 978-0-472-02866-5].



Era inevitable que tarde o temprano apareciera un norteamericano que se interesase por un mundo cultural que ya le pertenece: la extensión universal de la lengua española. Con un crecimiento demográfico imparable, y una presencia cultural cada vez más sólida como realidad estadounidense, la lengua española ya no es una disciplina exótica para estudiar la Guerra Civil peninsular o las turbulencias de América Latina, sino que penetra en el conjunto del mundo académico de Estados Unidos. Era obvia la falacia de una división maniquea de los departamentos de español entre España e Hispanoamérica, cuando el español alcanzó y alcanza los cinco continentes. Si se estudia la literatura en inglés desde Canadá a Singapur, y en portugués desde Brasil a Timor, era inexplicable por qué no se estudia la literatura en español desde California a Filipinas. Después de la magistral labor de John Lipski por exponer la mundialidad y diversidad de la lengua española, estaba claro que no tardaría en aparecer un norteamericano que aplicase similares conceptos al campo literario. Y Adam Lifshey es quien ha tratado de establecer las bases epistemológicas para un estudio de la literatura asiática y africana en español para un mercado en lengua inglesa.
      Acertadamente la obra señala la existencia de una actividad crítica y académica en torno al objeto de estudio del libro (It seems evident that a historical turn in global literary criticism is taking place in which the full breadth of the hispanophone world is finally being acknowledged, pp. 261-262), pero por otro lado, pretende haber dado forma al mismo objeto (This book operates in an scholarly space that is replete with obscurities and invisibilities. For starters, the field of Asian and African literature in Spanish does not exist as such. The Magellan Fallacy proposes its existence, p. 7). En cuanto al método, se señala que no se pretende hacer un estudio de arqueología literaria (This book is not primarily a recovery of unknown literary artifacts, not an archaeological expedition, p. 4), pero al final se dan instrucciones en esa línea (The easiest way to begin archaeological effort of unearthing and gathering the corpus of Filipino literature in Spanish […], p. 267), mientras se denostan como colonialistas empresas estrictamente filológicas, como «Clásicos hispanofilipinos» (Even seemingly unimpeachable projects of the recovery of Filipino texts in Spanish can carry neoimperial or nostalgically imperial overtones, p. 303). En cuanto a la bibliografía, se pretende ofrecer un trato exhaustivo de las referencias, incluso de material inédito hecho por estudiantes (Regarding cited scholarship, un unusually high number of unpublished theses by students at different levels are referenced in The Magellan Fallacy, p. 23), pero se dejan sin menciona obras capitales: la primera edición crítica del Noli me tangere de Rizal (2011), Literatura hispanofilipina actual (2011), y más grave, se tratan secundariamente o, directamente no se tratan, las colecciones de literatura hispanofilipina («Colección Oriente», ArCiBel & Wanceulen; y «Clásicos hispanofilipinos», Instituto Cervantes de Manila) e hispanoafricana («Biblioteca hispanoafricana», Verbum; «Casa de África», Sial). Así que, mientras se denosta lo arqueológico (pero al final la obra, donde resalta, es en exponer que se han pasado varias tardes entre adolescentes en la Biblioteca Nacional de Filipinas) se desdeña también lo filológico. Mientras se denosta la actividad filológica española como colonialista, todo el libro no puede ir más lejos de la crítica postcolonialista, tan típicamente norteamericana.
      En efecto, aquí tenemos la segunda de las falacias que la obra pretende exponer: la obra marginal hecha por individuos en un entorno colonial y postcolonial en la lengua de la metrópoli, acaba siendo más global y central que la obra de la propia Metrópoli. Eso sería la falacia del “conquistador conquistado”, Magallanes conquistado por Lapu-Lapu. Y esta idea se repite hasta la saciedad, no en términos críticos, sino políticos, es decir, la alegoría del mundo postmagallánico, el conflicto postcolonial, como eje vertebral de estas literaturas. El tratamiento artístico y estético siempre va en esa línea, la validez global que deben tener las literaturas filipina y ecuatoguineana, no como un ejercicio localista y costumbrista, sino como reflejo de las tensiones de la modernidad. La idea no es mala, el problema es que conduce a una nueva falacia que el autor no logra superar: las lenguas son alienas al colonizado, y la literatura en esas lenguas ajenas es un producto postcolonial. La lengua del colonizador nunca será la lengua del colonizado, argumento que señalaba Rizal en un magnífico español, y argumento que no se cita y que hubiera dado mucho juego a un volumen escrito por un estadounidense sobre literatura filipina en español. Nada como los estudios ingleses y postcoloniales para rizar el rizo de la mentalidad colonial. Ésa podría haber sido una falacia espléndida que el libro podría haber explorado.
      A partir de esta premisa, el volumen repite las mismas consignas que han lastrado un objeto de estudio tremendamente maltratado: 1) no existe una literatura filipina en español hasta Pedro Paterno; 2) la literatura actual hispanofilipina no existe o no tiene relevancia; 3) Rizal no quería la independencia, sólo reformas; 4) el español nunca se llegó a hablar en Filipinas; 5) el concepto de filipino sólo es aplicable a los criollos; 6) Filipinas fue una nacionalidad imaginada, siguiendo a Anderson; 7) los curas no enseñaron el español y existía una segregación racial, etc.
      A pesar de que el libro se presenta como un cambio en el paradigma, se mantienen muchos de los lugares comunes en torno a esta literatura: la literatura de la Propaganda es vista como un ejercicio protonacionalista que deambula en términos políticos hasta la Segunda Guerra Mundial, y no existe literatura desde 1571 hasta mediados del siglo XIX, como tampoco es relevante mencionar lo que se ha hecho desde 1987 hasta el presente. Se afirma repetidas veces que
Nínay es the first Asian Novel in Spanish. Otra cosa se diría si se hubiera dado crédito al mundo barroco, tan productivo en Filipinas como en América Latina. Para nuestro interés, Revista Filipina es mencionada esporádicamente, en ningún lugar para señalar su importancia en la globalización a través del ciberespacio del mundo filipino en clave hispánica. Se mencionan autores actuales como Edmundo Farolán y Guillermo Gómez Rivera, pero no como escritores originales, sino como divulgadores. En fin, se ataca la arqueología literaria (pero es lo que se hace a través de tesis de grado), se obvia la crítica textual, se rebaja el mundo académico filipino, se ataca el colonialismo (desde Estados Unidos), se evita caer en el orientalismo (empleando sin embargo una alegoría entre Magallanes y Lapu-Lapu, anacrónica y extemporánea), se circunscribe todo el análisis a la novela (en verdad al análisis de siete novelas) para explicar todo el mundo literaria asiático y africano en español; se olvida la poesía, el teatro y, más gravemente, el ensayo; se trata muy someramente de la literatura magrebí en español, de la que tanto hay escrito, no sólo actual, sino histórica (Marruecos, Sáhara, Argelia y, cómo no, la literatura morisca y sefardí de todo el Mediterráneo) y se minimiza el papel de la crítica literaria en torno a un objeto de estudio que se acuña como propio.
      Si es en términos políticos como se quiere ver, es cierto que el libro plantea un nuevo panorama, sobre todo para los departamentos de estudios hispánicos norteamericanos, excesivamente pragmáticos y divididos en dos esferas geográficas, tal vez porque Filipinas fue borrada precisamente por Estados Unidos, y Guinea Ecuatorial no ha comenzado a hacerse visible hasta que las compañías petrolíferas estadounidenses se han apoderado del país.
      Pero estrictamente en términos literarios, la obra hubiera hecho mejor favor si hubiera sido menos acomodaticia a las afirmaciones tradicionalistas y hubiera tenido en cuenta publicaciones que sí han agitado el estado de estos estudios. No sorprende por lo tanto que el autor afirme que desea cuanto antes ver superada la obra (The Magellan Fallacy
inspires such readers to forge further arguments about Asian and African literature in Spanish, to develop them passionately, and to render this book obsolete as soon as possible, p. 8). La lástima es que, presentándose en un volumen espléndidamente impreso, con una consigna revolucionaria, no plantea nada nuevo más allá de la atención del público estadounidense hacia una literatura que ha sido y será universal. Al menos eso sí que lo logra, y ya es reseñable, porque Estados Unidos tiene tanta responsabilidad para el mundo hispanohablante como el que más, y aun la va a tener más en el futuro.
      Por todo ello, y a pesar de las lagunas que hemos señalado, normales por otro lado en cualquier obra con un objeto de estudio tan extenso, la publicación del presente volumen nos llena de alegría y es una excelente noticia para la bibliografía hispánica.

donosofirma3

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