Revista Filipina
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Verano 2020, volumen 7, número 1
ENSAYOS
ESCRITORES Y ARTISTAS
PDF: Elizabeth Medina
EL IDIOMA CASTELLANO Y MI VIDA:
UNA ODISEA PERSONAL
ELIZABETH MEDINA
ESCRITORA FILIPINA
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Verano 2020, volumen 7, número 1
ENSAYOS
ESCRITORES Y ARTISTAS
PDF: Elizabeth Medina
EL IDIOMA CASTELLANO Y MI VIDA:
UNA ODISEA PERSONAL
ELIZABETH MEDINA
ESCRITORA FILIPINA
Una hija postiza de EE.UU.
Para 1987 ya había residido fuera de Filipinas durante 14 años, 10 en EE.UU. y 4 en Chile, de modo que no tuve noticia de que el español fuera dado de baja aquel año como idioma oficial filipino. De haberlo sabido me habría parecido un error, si bien en ese entonces el tema de la importancia histórico-cultural del español para Filipinas no podía estar más alejado de mi mente. Todavía estaba en plena etapa de shock cultural (que duró seis años) en Chile, seguía muy apegada al inglés y añoraba la vida libre de preocupaciones de los años en EE.UU..
….Nací en Kamuning1, Quezon City, en 1954, de padre ilocano hispanohablante y madre cebuana que hablaba cinco palabras de castellano. Mi certificado de nacimiento que conservo es bilíngüe, en castellano e inglés. Mi madre quiso que aprendiera castellano; cuando tenía cinco años ella intentó en dos ocasiones enseñarme el abecedario español “a grito pelado”, pero solo logró frustrarse y traumarme.
….Cuando empecé el kindergarten a los cinco años en el St. Joseph’s College, de monjas franciscanas, algunas de ellas holandesas, solo sabía tres palabras en inglés: yes, no, y tomorrow. A los ocho años el inglés ya era mi idioma, lo hablaba muy bien, pero no tenía acceso a una biblioteca. Cuando nos mudamos a Makati en 1964, cambié de colegio a St. Theresa’s College en calle San Marcelino, Paco, y tuve acceso a una excelente biblioteca. Leía un libro por día, los cuentos de hadas de Enid Blyton. Amaba los mitos griegos y romanos de la autora inglesa Dame Edith Hamilton.
….Mi primer encuentro con el español fue en cuarto año de enseñanza media, en el St. Theresa’s College, y sentí tal rechazo que casi reprobé la asignatura. La culpa la tuvo la enseñanza mecánica sin contexto cultural ni histórico ni lingüístico. Nuestra esforzada profesora, una hispanofilipina sesentona que para nosotras era una anciana reliquia de un pasado ajeno, nos hacía memorizar las terminaciones de los tiempos verbales: “o-as-a/amos-áis-an” y las recitábamos como loritos, riéndonos de ellas como si fueran versos de tonterías. Mi pasión era la literatura inglesa y sin saberlo aún, los idiomas. En mi primer año de estudios universitarios, en el programa de Artes de la Comunicación del Assumption College, en San Lorenzo, Makati, nació en mí la inquietud por aprender más castellano y estudiar francés para poder leer obras literarias originales en las dos lenguas, sin traducción. Gracias a Dios era obligatorio tomar cuatro semestres de español. Intenté leer cuentos cortos; me daba dolor de ojos tener que buscar palabras en el diccionario cada dos segundos y demoraba un día para leer una sola página. La bibliotecaria era mestiza de español y recuerdo haber recurrido a ella para dilucidar el significado de “seres queridos”.
….No pude terminar mis estudios en el Assumption College porque en 1973 salieron nuestras tarjetas verdes y con mi madre, mi hermana menor y mi hermano chico partimos a San Francisco, California.
….Por esas cosas del destino, un mes antes, durante las vacaciones de verano, había asistido a clases de francés en la Alianza Francesa de Pasay City, cuando nuestro joven profesor francés fue reemplazado por una joven rubia chilena con aire de señora y de carácter fuerte. No enseñaba tan bien como su predecesor y me estaba resignando a la nueva situación cuando, para mi sorpresa, una tarde al final de la clase empezamos a charlar y me invitó a conocer a los otros cuatro chilenos de entre 19 y 22 años de edad con quienes ella había llegado a Manila con la misión de formar los primeros grupos del movimiento Siloísta. A los 19 años yo estaba anhelante de estímulos, profundamente aburrida en mi restringido medio social, y queriendo con toda mi alma vivir mi idealismo. Fui la primera “contactada” que se sumó, con algunas dudas y bastantes advertencias de mi hermano mayor y de mi novio (un chico español filipino). Quedé encantada por el melifluo acento chileno y los conceptos que escuchaba por primera vez, de Gurdjieff y de Ouspensky, sobre la evolución humana, la transformación personal y social, ideas que resonaron profundamente en mi interior.
….Durante los siguientes diez años en EE.UU. el centro de mi vida sería el Siloísmo: mi universidad, mi entorno social, mi misión existencial. Éramos un grupo mixto de estadounidenses, chilenos, mexicanos, argentinos, y mi oído se acostumbró al español. Hablé en español cuando viajé a Tijuana, México y a Las Palmas de Gran Canaria en 1977 y 1978, en ambas ocasiones para asistir a una reunión organizativa y charlas de Silo. Ayudaba a traducir materiales al inglés, leía los libros y escuchaba grabaciones de conferencias en español.
….Conocí a mi futuro marido chileno en Ciudad de México a finales de 1981, cuando asistí a un encuentro del movimiento para los miembros de los países centro y norteamericanos. Un año y medio más tarde, en 1983, empezaba una nueva vida en Santiago de Chile.
Transformación
Esa segunda etapa de activismo llegó a su fin en 1990. Ya no encajaba con la vorágine externa de pasar horas y horas en reuniones, en actividades de difusión callejera (la Comunidad para el Desarrollo Humano era ahora el partido político Humanista), campañas para afiliar gente al partido, seminarios, retiros y organización comunitaria. Todo eso en calidad de voluntaria, aparte de mantener la casa funcionando como madre y esposa. Necesitaba estar tranquila con mi pequeña hija, aunque me daba miedo darme de baja por temor a perder el sentido de mi vida, o traicionar mis ideales. Pero no podía acallar la voz interior que me exigía salirme de la organización, que admitiera que ya no tenía sentido para mí seguir siendo un apéndice más, cada vez menos eficaz, de un proyecto ajeno. La separación del movimiento fue fuerte y lo hice con un profundo sentido de fracaso. Además, mi decisión hizo inevitable el fin de mi matrimonio.
….En esa crisis de vacío interior que duró dos años, ocurrió un reencuentro con Filipinas. Primero llegaron los sueños oníricos. Soñé con Rizal y con Sisa, la madre desdichada del Noli.
….En el primer sueño veía una mujer sentada en una silla desvencijada, la típica de madera con asiento de buri. La mujer se veía parecida a una momia; abrazaba con los brazos las rodillas flectadas, la cabeza hundida sobre ellas como si llorara un muerto. Estaba envuelta en harapos que casi le cubrían la cabeza. En el sueño yo sabía que era Sisa y después, que ella era al mismo tiempo Filipinas. La imagen estaba inserta en una escena, algo así como una reunión familiar campestre de la que yo formaba parte, pero nadie se daba cuenta de que la mujer estaba ahí. Solo yo me fijaba en ella. Al interpretar después los mensajes del sueño, intuí que Sisa era un símbolo de mi país, mas otra cosa: en el Noli Sisa enloquece de tristeza y desesperación por la pérdida de sus hijos. Yo tenía miedo a enloquecer como ella, si entrase en mi mundo interior para escuchar y enfrentar el caos dentro de mí.
….En el otro sueño yo entraba a un hospital de aspecto rústico, todo rodeado de malezas como si fuese muy antiguo, pero en vez de entrar por la puerta principal yo trepaba el muro de atrás. Entré al viejo edificio de ladrillos rojos. Adentro había enfermeras que circulaban, atendiendo a sus pacientes (que no se veían, solo se veían ellas). Había un aire como si se tratase de un evento especial y yo era la invitada. Sobre una pared en la sala de entrada colgaba un cuadro de Rizal. Él era el filántropo que había regalado el hospital al pueblo. Me explicaron las enfermeras que él fue un gran hombre, un filósofo sabio, un médico sanador. Fin del sueño.
….Yo no tuve opción: debí emprender la búsqueda en mi interior sin saber qué encontraría. Los sueños continuaron: muchas imágenes de tempestades en el mar, de un gran puente colgante (como el Golden Gate Bridge), las olas gigantes abajo, y yo, aterrada, debía cruzar. Un tsunami color esmeralda que venía a destruir mi casa, yo dentro de mi casa en el segundo piso, sentada sobre la cama en el dormitorio, conversaba con mi marido, y veía la gran ola venir desde lejos, cada vez más cerca, sabía que se llevaría mi casa hecha entera de delgados palitos, pero la ola era hermosa, magnética, sentía nervios, pero no la temía; todo lo contrario, sentía expectación. Todavía otro sueño: estaba en la Manila vieja, parada delante de un gran muro de ladrillo muy alto y macizo, de siglos de antigüedad, todo cubierto de plantas y lianas, y detrás el mar que había crecido, todavía más grande que el muro, que estaba por botarlo.
….En vista de que no tenía trabajo y sí una buena criada que me ayudaba con los niños, se me ocurrió que era un buen momento para volver a la universidad y obtener credenciales formales. Pero se me exigió primero revalidar la enseñanza media. Lo que en un principio me pareció un castigo terminó siendo un regalo. En las clases de historia aprendí la historia de Chile y de inmediato vi los paralelos entre ella y la historia de Filipinas. Entendí que las clases de historia que había recibido en la secundaria en Manila, sobre el período de la colonización española, habían sido tan superficiales que solo me confundieron y aburrieron. Otro descubrimiento en mis clases de literatura fue que Unamuno estuvo vinculado a Rizal por haber estudiado al mismo tiempo en la Universidad Central de Madrid en un curso anterior, y que tuvo contacto epistolar con algunos filipinos. Leí en Cartas inéditas de Miguel de Unamuno una que el gran filósofo español escribió en el año 1904 a un amigo filipino, y en la cual mencionó los artículos de un tal Retana que explicaban “cómo perdimos Filipinas”.
….Fui aceptada por la Universidad Católica y mediante el sistema de préstamos interbibliotecarios solicité copias de los artículos a la Biblioteca Nacional en Madrid. Para mi sorpresa, se trataban del “ensayo preliminar” de la biografía de Rizal.
….Solo tres años antes, en 1988, durante un julio invernal inusitadamente tormentoso en Isla grande de Chiloé en el sur de Chile, mientras cuidaba la nueva casa de una enfermera chilena que había vuelto de Canadá, con mis cinco meses de embarazo y acompañada solo por mi hija de tres años, me había propuesto convertirme en escritora, con temor y atrevimiento, aunque sin idea de sobre qué escribir. De vuelta en Santiago empecé con apuntes sobre las historias del pasado escuchadas de mi madre, y mis propias memorias familiares.
….En diciembre de 1990, durante la cena navideña en la Embajada Filipina, conozco a Ángel García, un mes antes de volver de visita a Filipinas; las entrevistas con él me hacen tomar la decisión de viajar a Ilocos por primera vez, y sobrevienen los descubrimientos y vivencias. Seis meses más tarde, en Santiago y ya asistiendo a clases en la universidad, experimenté una epifanía: comprendí la historia de mi familia, y de quién y de dónde venía. También entendí el porqué de mis fracasos en el movimiento y mi necesidad de separarme de él.
….Entonces escribí una crónica del viaje, el primer borrador que doce años después sería el libro Sampaguitas. El descubrimiento de Vida y Escritos del Dr. José Rizal y, más tarde, escuchar a mis vecinos hablar de sus vínculos con el pasado de Filipinas, hicieron que me sintiera llamada a investigar aquella Filipinas que desconocía y cuya ausencia en mi vida me había impulsado al exilio.
….Aún faltaba mucho para que empezara a escribir en castellano. Traduje la biografía de Rizal al inglés. En inglés escribí la crónica de mi viaje a Filipinas en 1991. Empecé a reflexionar en el gran cambalache de culturas, de idiomas y de identidad que sucedió en Filipinas, tomarle el peso y colegir que los filipinos que vivieron el crepúsculo de la colonia española y la invasión de EE.UU., todo lo transcurrido entre la revolución contra España, la guerra filipino-estadounidense, y la posterior norteamericanización del país, habían sufrido un trauma: la pérdida de un mundo profundamente amado y su sueño de libertad.
….Yo en cambio, había sido la cría de la era norteamericanizada. Toda la vida había estado dividida: vivía en un país y soñaba con otro. El inglés era mi idioma y diez años más tarde, en vísperas de irme a Chile, intenté nacionalizarme estadounidense pero por un problema de cambio de dirección perdí la entrevista. Ya estaba en Chile, demasiado enamorada y, a decir verdad, EE.UU. había perdido color para mí, porque tras algunos años de residencia, me había dado cuenta que mi sensibilidad no era norteamericana, aunque paradojalmente, iba a sentir rechazo por la mentalidad chilena clasista y autoritaria que permeaba el movimiento en Chile.
….La maternidad y los estudios fueron lo que finalmente me ayudó a asimilar la cultura popular y la emocionalidad chilena, reconociéndome a mí misma en ellas. Descubrir que la historia chilena era el reflejo y la llave maestra para comprender mi propia historia, poder colocar a las figuras de mi abuelo hispanofilipino, de Retana y de Rizal en el centro de ese mosaico, llevaron al nacimiento de algo nuevo en mí: una conciencia histórica e identidad filipina, el saber y sentirme filipina. Ya no sentía duda ni confusión. Yo era indígena de corazón y mestiza, con sangre malaya, china y española, con mentalidad e idioma estadounidense, y era la heredera de una compleja y asombrosa historia que empezaba a comprender al recuperar el idioma de mis antepasados.
….Mi tierra natal se me presentaba como otra, no como un país vacío, fácil de dejar y olvidar. Comprendí que ya era imposible separarme de ella porque Chile, tierra de frío y montañas, me había devuelto mi perdido Edén. Chile ya no era mi exilio, sino que era el eslabón que me unía a esa Filipinas renacida en mí, y que con todo amor quería compartir con mis dos familias: filipina e hispanoamericana.
….Sin embargo, en Chile, si no eres de aquí con una familia que te apoye, un matrimonio a prueba de todo y una red de contactos desde el kindergarten hasta la universidad, la precariedad y la incertidumbre serán el pan de cada día, tanto en el plano personal como en el profesional. No hubiera podido rearmar mi vida tras la disolución de mi matrimonio sin el apoyo de mi familia en Filipinas, es así que, en un sentido real, Filipinas me ha ayudado a desarrollar mi labor de investigación y escritura en Chile, cerca de mis hijos.
….El estudio del pasado es mi constante compañía y a lo largo de los años, los libros y materiales han llegado como por arte de magia. Ha sido un trabajo lento, minucioso para ir entendiendo cada vez un poquito más acerca de ese mundo desaparecido que necesito rever y -al igual que Rizal, sentado horas entre las ruinas de Roma- hacer vivir.
….Me naturalicé chilena en 2010 porque el pasaporte filipino empezó a traer muchas trabas para viajar dentro de Latinoamérica y a Europa. La búsqueda de una editorial para Rizal According to Retana y la publicación del libro en Santiago derivaron en varios viajes a España y Filipinas; conocí a importantes defensores del acervo cultural hispanofilipino como Pedro Ortíz Armengol, Guillermo Gómez Rivera y Fernando Zialcita. Participé en eventos culturales en Manila, en Reggio Calabria y Viena gracias al apoyo desinteresado de Virgilio Reyes cuando era cónsul general de la Embajada filipina en Santiago, Domenico Marcianò, consul filipino honorario en Italia y Angelina R. Banke de Rizal-Blumentritt Society Austria. Especialmente, gracias a la gestión del Padre Cayetano Sánchez del Archivo Franciscano de Madrid, pude realizar investigaciones en la Biblioteca Nacional, y durante los viajes a Filipinas también me metí en las microfichas de la National Library, más tarde visité el monte Banahaw y conseguí importantes documentos como la correspondencia rizalina en castellano y tagalo.
….En 2004, gracias a Resil Mojares, un joven investigador en Manila y amigo de Virgilio Reyes, supe de la existencia de la colección de filipiniana del eminente historiador chileno y filipinista, José Toribio Medina. Pude acopiar materiales tanto en la preciosa Sala Medina de la Biblioteca Nacional en Santiago, como en la Colección Budge en la Universidad Católica de Valparaíso. Mi estudio de la historia hispanofilipina ya constituye el foco de mi vida intelectual (impulsada y nutrida por emociones profundamente positivas), y el 99,9% de mis fuentes han sido los libros y trabajos de historiadores españoles e insignes filipinos. Estas investigaciones empezaron en 1997 con el estudio de Morga, Padre Alzina y los escritos de Retana, llegando a su punto más intenso entre 2016 y 2019, cuando realicé un estudio concienzudo de los trabajos de Fradera, Hidalgo Nuchera, Manuela Águeda García Garrido, Demetrio Ramos, Inarejos Muñoz, del Manifiesto del P. Burgos, y del libro de Sanciangco Goson, El Progreso de Filipinas. Después de cada lectura, escribía un resumen acabado del libro o del trabajo sobre la base de mis apuntes de lo que consideraba lo más pertinente, y fue así que logré una visión lo más completa posible de la historia hispanofilipina desde la perspectiva de escritores hispanos. Me entrené en la escritura en un registro culto, en la última y más importante etapa de mi preparación para emprender la ficción en español. Desde 2019 me encuentro en plena faena. Intento recrear en ficción un pasado que he vislumbrado en los libros de historia entretejido con las vivencias en Filipinas y Chile, España, mas todo lo leído, imaginado y soñado. La narrativa en español es la síntesis de mi proceso de recuperación de mi filipinidad. Esta ficción será mi aporte a la recuperación de nuestra memoria, y cultura.
Recuperación del tagalo, el problema lingüístico filipino, el castellano sanador
Para el filipino, el español está forzosamente ligado al tagalo, a todos los idiomas del archipiélago.
….El español me ha llevado a revalorar mi idioma natal y mejorar mi dominio imperfecto de él, para algún día poder hablar tagalo de corrido, sin trastabillar, sin mezclarlo con el inglés, aunque sí con el español porque esto es muy natural. Hace poco caí en la cuenta de la existencia de un serio problema: el inglés se volvió igualmente el idioma de la élite, tal como lo fue el español en el tiempo de Rizal. Entonces la separación que existió en el pasado entre el pueblo no hispanohablante y la élite hispanohablante, ha continuado, solo que ahora el español fue reemplazado por el inglés.
….La herencia histórica subyacente de desigualdad ha continuado y se ha intensificado.
….Existe en Filipinas un clasismo y elitismo solapados basados en el idioma. Entre los abismos entre la clase campesina-trabajadora, la clase media y la clase alta, entre los muchos pobres y los pocos súper ricos, está la brecha idiomática. Se expresa en los idiomas que usamos, cómo y para qué los usamos, y los idiomas que nos negamos a usar. El español 150 años atrás fue negado a los filipinos sin los medios para pagar una educación de calidad en los centros urbanos y/o en el extranjero. Lo mismo ocurre hoy en inglés. Y entonces, proponer el restablecimiento y la promoción del español ahora, cuando ni siquiera se está educando bien en inglés, suena forzosamente como un supremo disparate.
….Sin embargo, no se trata de un problema de idioma: es que el poder no quiere educación porque un pueblo con educación y cultura es un pueblo exigente y poderoso. Una educación en lenguas equiparía con herramientas a quienes el poder prefiere que no las tengan.
….Pero el poder que se resista a los cambios está mal parado en la era de Internet. Gracias a la globalización los internautas nos hemos transformado en ciudadanos de mundo virtuales. Los filipinos en Filipinas, en EE.UU. y en Europa ya tienen consciencia del mundo hispanohablante, y muchos están reflexionando en el pasado hispano y descubriendo sus vínculos familiares con aquel pasado. Esto es positivo porque la persona que rechace a su propia historia familiar es una rara avis. Descubrir la conexión con algún antepasado hispanizado tiende a ablandar la resistencia y neutralizar la ideología anti-español.
….En síntesis, creo que el futuro del español en Filipinas, tanto al interior del país como en los países de la diáspora filipina, dependerá de la valoración que le asignemos al castellano, sea como idioma comercial y profesional, como lengua de intercambio y enriquecimiento cultural, como herramienta de desarrollo y adquisición de saberes. Si nosotros como escritores logramos traspasar la barrera del inglés y transmitir amistosamente al filipino medio y a la juventud la real importancia del español, y mediante nuestras producciones estimulamos la curiosidad, el goce y el apego emocional hacia el español como lengua hermana del tagalo (y del cebuano, del chabacano, del ilocano, etc.), será un aporte al auténtico desarrollo cultural. Los filipinos adquirirán consciencia del castellano como idioma fundacional de la filipinidad que la norteamericanización les negó, más sutilmente que como la frailocracia les negó el español a sus antepasados, y con consecuencias mucho más funestas.
….Los rectores actuales de la sociedad filipina consideran irrelevante la recuperación del español porque solo ven una población aparentemente ya olvidada del pasado. Pero yerran, porque proyectan su propio sesgo cultural, ven al pueblo filipino solo como está en el presente, creyendo que así ha sido siempre y así será por siempre jamás. Les aqueja su inconsciente ahistoricidad, la mentalidad aislacionista, anglófila, fomentada exitosamente por EE.UU. Lo que el filipino moderno no quiere o es incapaz de reconocer, es que el costo de olvidar su pasado y entregarse a una modernidad servida en bandeja por un nuevo amo, fue que, por debajo del aparente y vistoso cambio y progreso, solo se eternizaron la desigualdad social, las diferencias raciales entre los filipinos “genuinos” y los “aristócratas”. No cambió la realidad histórica de que cualquier filipino que no aceptase ser cómplice de la injusticia, las corruptelas, o del autoritarismo tenía que huir al extranjero o a las montañas.
….Es así que, como pueblo, entrado el siglo XXI, el filipino sigue felizmente ajeno al concepto del equilibrio entre lo individual y lo social, de que la familia no es el centro del universo, sino que es parte de una sociedad mayor, que el respeto por los derechos humanos y civiles, el compromiso ciudadano de cumplir con los deberes cívicos, no son pura palabrería y mejor vayamos a comer rico y chismosear un rato. Rizal observó que el filipino era un individualista inconsciente, y a pesar de la modernización y las bendiciones del inglés, seguimos tal cual.
….Filipinas, cambios cosméticos aparte de una revolución, dos guerras, una neocolonización mesiánica que trajo el inglés y suprimió el español, sigue siendo la misma de siempre: un puñado de familias principales por encima de millones de siervos, en vez de unos pocos españoles por encima de millones de indios. El aparato gubernamental, si no está casado con la Iglesia, es su conviviente feliz, y la religión (sea católica, evangélica o protestante) sigue siendo el opio de la sociedad toda, sean pobres o ricos.
….Después de la larga búsqueda, los esfuerzos por esclarecer para mí misma la historia filipina y, en paralelo, adquirir una comprensión de la cultura, la historia y mentalidad del pueblo chileno, he llegado a lo siguiente: cuando los filipinos perdimos el español, perdimos toda una cultura de amor profundo y desinteresado por Filipinas. Se perdió el ideal de independencia, igualdad y justicia. Quedó el antiguo caciquismo y esclavitud sancionados por la religión de la pasividad y aceptación del sufrimiento. Quedamos incapacitados para continuar la lucha que dieron nuestros antepasados y que aparentemente fracasó 119 años atrás. Sobrevino una segunda esclavitud, esta vez de tipo mental. Entonces los filipinos nos entregamos al olvido de nosotros mismos, a la fuga y al silencio. Si algún día queremos sanar y superar esa tragedia y ruptura, cuyas consecuencias son los problemas sociales que nos aquejan en el presente, la falta de vigor existencial y el miedo al cambio, deberemos emprender una labor cultural y espiritual, plenamente conscientes de su peso, parte indefectible de la cual será recuperar nuestro perdido idioma, el castellano.
Santiago de Chile, 25 de marzo de 2020
Para 1987 ya había residido fuera de Filipinas durante 14 años, 10 en EE.UU. y 4 en Chile, de modo que no tuve noticia de que el español fuera dado de baja aquel año como idioma oficial filipino. De haberlo sabido me habría parecido un error, si bien en ese entonces el tema de la importancia histórico-cultural del español para Filipinas no podía estar más alejado de mi mente. Todavía estaba en plena etapa de shock cultural (que duró seis años) en Chile, seguía muy apegada al inglés y añoraba la vida libre de preocupaciones de los años en EE.UU..
….Nací en Kamuning1, Quezon City, en 1954, de padre ilocano hispanohablante y madre cebuana que hablaba cinco palabras de castellano. Mi certificado de nacimiento que conservo es bilíngüe, en castellano e inglés. Mi madre quiso que aprendiera castellano; cuando tenía cinco años ella intentó en dos ocasiones enseñarme el abecedario español “a grito pelado”, pero solo logró frustrarse y traumarme.
….Cuando empecé el kindergarten a los cinco años en el St. Joseph’s College, de monjas franciscanas, algunas de ellas holandesas, solo sabía tres palabras en inglés: yes, no, y tomorrow. A los ocho años el inglés ya era mi idioma, lo hablaba muy bien, pero no tenía acceso a una biblioteca. Cuando nos mudamos a Makati en 1964, cambié de colegio a St. Theresa’s College en calle San Marcelino, Paco, y tuve acceso a una excelente biblioteca. Leía un libro por día, los cuentos de hadas de Enid Blyton. Amaba los mitos griegos y romanos de la autora inglesa Dame Edith Hamilton.
….Mi primer encuentro con el español fue en cuarto año de enseñanza media, en el St. Theresa’s College, y sentí tal rechazo que casi reprobé la asignatura. La culpa la tuvo la enseñanza mecánica sin contexto cultural ni histórico ni lingüístico. Nuestra esforzada profesora, una hispanofilipina sesentona que para nosotras era una anciana reliquia de un pasado ajeno, nos hacía memorizar las terminaciones de los tiempos verbales: “o-as-a/amos-áis-an” y las recitábamos como loritos, riéndonos de ellas como si fueran versos de tonterías. Mi pasión era la literatura inglesa y sin saberlo aún, los idiomas. En mi primer año de estudios universitarios, en el programa de Artes de la Comunicación del Assumption College, en San Lorenzo, Makati, nació en mí la inquietud por aprender más castellano y estudiar francés para poder leer obras literarias originales en las dos lenguas, sin traducción. Gracias a Dios era obligatorio tomar cuatro semestres de español. Intenté leer cuentos cortos; me daba dolor de ojos tener que buscar palabras en el diccionario cada dos segundos y demoraba un día para leer una sola página. La bibliotecaria era mestiza de español y recuerdo haber recurrido a ella para dilucidar el significado de “seres queridos”.
….No pude terminar mis estudios en el Assumption College porque en 1973 salieron nuestras tarjetas verdes y con mi madre, mi hermana menor y mi hermano chico partimos a San Francisco, California.
….Por esas cosas del destino, un mes antes, durante las vacaciones de verano, había asistido a clases de francés en la Alianza Francesa de Pasay City, cuando nuestro joven profesor francés fue reemplazado por una joven rubia chilena con aire de señora y de carácter fuerte. No enseñaba tan bien como su predecesor y me estaba resignando a la nueva situación cuando, para mi sorpresa, una tarde al final de la clase empezamos a charlar y me invitó a conocer a los otros cuatro chilenos de entre 19 y 22 años de edad con quienes ella había llegado a Manila con la misión de formar los primeros grupos del movimiento Siloísta. A los 19 años yo estaba anhelante de estímulos, profundamente aburrida en mi restringido medio social, y queriendo con toda mi alma vivir mi idealismo. Fui la primera “contactada” que se sumó, con algunas dudas y bastantes advertencias de mi hermano mayor y de mi novio (un chico español filipino). Quedé encantada por el melifluo acento chileno y los conceptos que escuchaba por primera vez, de Gurdjieff y de Ouspensky, sobre la evolución humana, la transformación personal y social, ideas que resonaron profundamente en mi interior.
….Durante los siguientes diez años en EE.UU. el centro de mi vida sería el Siloísmo: mi universidad, mi entorno social, mi misión existencial. Éramos un grupo mixto de estadounidenses, chilenos, mexicanos, argentinos, y mi oído se acostumbró al español. Hablé en español cuando viajé a Tijuana, México y a Las Palmas de Gran Canaria en 1977 y 1978, en ambas ocasiones para asistir a una reunión organizativa y charlas de Silo. Ayudaba a traducir materiales al inglés, leía los libros y escuchaba grabaciones de conferencias en español.
….Conocí a mi futuro marido chileno en Ciudad de México a finales de 1981, cuando asistí a un encuentro del movimiento para los miembros de los países centro y norteamericanos. Un año y medio más tarde, en 1983, empezaba una nueva vida en Santiago de Chile.
Transformación
Esa segunda etapa de activismo llegó a su fin en 1990. Ya no encajaba con la vorágine externa de pasar horas y horas en reuniones, en actividades de difusión callejera (la Comunidad para el Desarrollo Humano era ahora el partido político Humanista), campañas para afiliar gente al partido, seminarios, retiros y organización comunitaria. Todo eso en calidad de voluntaria, aparte de mantener la casa funcionando como madre y esposa. Necesitaba estar tranquila con mi pequeña hija, aunque me daba miedo darme de baja por temor a perder el sentido de mi vida, o traicionar mis ideales. Pero no podía acallar la voz interior que me exigía salirme de la organización, que admitiera que ya no tenía sentido para mí seguir siendo un apéndice más, cada vez menos eficaz, de un proyecto ajeno. La separación del movimiento fue fuerte y lo hice con un profundo sentido de fracaso. Además, mi decisión hizo inevitable el fin de mi matrimonio.
….En esa crisis de vacío interior que duró dos años, ocurrió un reencuentro con Filipinas. Primero llegaron los sueños oníricos. Soñé con Rizal y con Sisa, la madre desdichada del Noli.
….En el primer sueño veía una mujer sentada en una silla desvencijada, la típica de madera con asiento de buri. La mujer se veía parecida a una momia; abrazaba con los brazos las rodillas flectadas, la cabeza hundida sobre ellas como si llorara un muerto. Estaba envuelta en harapos que casi le cubrían la cabeza. En el sueño yo sabía que era Sisa y después, que ella era al mismo tiempo Filipinas. La imagen estaba inserta en una escena, algo así como una reunión familiar campestre de la que yo formaba parte, pero nadie se daba cuenta de que la mujer estaba ahí. Solo yo me fijaba en ella. Al interpretar después los mensajes del sueño, intuí que Sisa era un símbolo de mi país, mas otra cosa: en el Noli Sisa enloquece de tristeza y desesperación por la pérdida de sus hijos. Yo tenía miedo a enloquecer como ella, si entrase en mi mundo interior para escuchar y enfrentar el caos dentro de mí.
….En el otro sueño yo entraba a un hospital de aspecto rústico, todo rodeado de malezas como si fuese muy antiguo, pero en vez de entrar por la puerta principal yo trepaba el muro de atrás. Entré al viejo edificio de ladrillos rojos. Adentro había enfermeras que circulaban, atendiendo a sus pacientes (que no se veían, solo se veían ellas). Había un aire como si se tratase de un evento especial y yo era la invitada. Sobre una pared en la sala de entrada colgaba un cuadro de Rizal. Él era el filántropo que había regalado el hospital al pueblo. Me explicaron las enfermeras que él fue un gran hombre, un filósofo sabio, un médico sanador. Fin del sueño.
….Yo no tuve opción: debí emprender la búsqueda en mi interior sin saber qué encontraría. Los sueños continuaron: muchas imágenes de tempestades en el mar, de un gran puente colgante (como el Golden Gate Bridge), las olas gigantes abajo, y yo, aterrada, debía cruzar. Un tsunami color esmeralda que venía a destruir mi casa, yo dentro de mi casa en el segundo piso, sentada sobre la cama en el dormitorio, conversaba con mi marido, y veía la gran ola venir desde lejos, cada vez más cerca, sabía que se llevaría mi casa hecha entera de delgados palitos, pero la ola era hermosa, magnética, sentía nervios, pero no la temía; todo lo contrario, sentía expectación. Todavía otro sueño: estaba en la Manila vieja, parada delante de un gran muro de ladrillo muy alto y macizo, de siglos de antigüedad, todo cubierto de plantas y lianas, y detrás el mar que había crecido, todavía más grande que el muro, que estaba por botarlo.
….En vista de que no tenía trabajo y sí una buena criada que me ayudaba con los niños, se me ocurrió que era un buen momento para volver a la universidad y obtener credenciales formales. Pero se me exigió primero revalidar la enseñanza media. Lo que en un principio me pareció un castigo terminó siendo un regalo. En las clases de historia aprendí la historia de Chile y de inmediato vi los paralelos entre ella y la historia de Filipinas. Entendí que las clases de historia que había recibido en la secundaria en Manila, sobre el período de la colonización española, habían sido tan superficiales que solo me confundieron y aburrieron. Otro descubrimiento en mis clases de literatura fue que Unamuno estuvo vinculado a Rizal por haber estudiado al mismo tiempo en la Universidad Central de Madrid en un curso anterior, y que tuvo contacto epistolar con algunos filipinos. Leí en Cartas inéditas de Miguel de Unamuno una que el gran filósofo español escribió en el año 1904 a un amigo filipino, y en la cual mencionó los artículos de un tal Retana que explicaban “cómo perdimos Filipinas”.
….Fui aceptada por la Universidad Católica y mediante el sistema de préstamos interbibliotecarios solicité copias de los artículos a la Biblioteca Nacional en Madrid. Para mi sorpresa, se trataban del “ensayo preliminar” de la biografía de Rizal.
….Solo tres años antes, en 1988, durante un julio invernal inusitadamente tormentoso en Isla grande de Chiloé en el sur de Chile, mientras cuidaba la nueva casa de una enfermera chilena que había vuelto de Canadá, con mis cinco meses de embarazo y acompañada solo por mi hija de tres años, me había propuesto convertirme en escritora, con temor y atrevimiento, aunque sin idea de sobre qué escribir. De vuelta en Santiago empecé con apuntes sobre las historias del pasado escuchadas de mi madre, y mis propias memorias familiares.
….En diciembre de 1990, durante la cena navideña en la Embajada Filipina, conozco a Ángel García, un mes antes de volver de visita a Filipinas; las entrevistas con él me hacen tomar la decisión de viajar a Ilocos por primera vez, y sobrevienen los descubrimientos y vivencias. Seis meses más tarde, en Santiago y ya asistiendo a clases en la universidad, experimenté una epifanía: comprendí la historia de mi familia, y de quién y de dónde venía. También entendí el porqué de mis fracasos en el movimiento y mi necesidad de separarme de él.
….Entonces escribí una crónica del viaje, el primer borrador que doce años después sería el libro Sampaguitas. El descubrimiento de Vida y Escritos del Dr. José Rizal y, más tarde, escuchar a mis vecinos hablar de sus vínculos con el pasado de Filipinas, hicieron que me sintiera llamada a investigar aquella Filipinas que desconocía y cuya ausencia en mi vida me había impulsado al exilio.
….Aún faltaba mucho para que empezara a escribir en castellano. Traduje la biografía de Rizal al inglés. En inglés escribí la crónica de mi viaje a Filipinas en 1991. Empecé a reflexionar en el gran cambalache de culturas, de idiomas y de identidad que sucedió en Filipinas, tomarle el peso y colegir que los filipinos que vivieron el crepúsculo de la colonia española y la invasión de EE.UU., todo lo transcurrido entre la revolución contra España, la guerra filipino-estadounidense, y la posterior norteamericanización del país, habían sufrido un trauma: la pérdida de un mundo profundamente amado y su sueño de libertad.
….Yo en cambio, había sido la cría de la era norteamericanizada. Toda la vida había estado dividida: vivía en un país y soñaba con otro. El inglés era mi idioma y diez años más tarde, en vísperas de irme a Chile, intenté nacionalizarme estadounidense pero por un problema de cambio de dirección perdí la entrevista. Ya estaba en Chile, demasiado enamorada y, a decir verdad, EE.UU. había perdido color para mí, porque tras algunos años de residencia, me había dado cuenta que mi sensibilidad no era norteamericana, aunque paradojalmente, iba a sentir rechazo por la mentalidad chilena clasista y autoritaria que permeaba el movimiento en Chile.
….La maternidad y los estudios fueron lo que finalmente me ayudó a asimilar la cultura popular y la emocionalidad chilena, reconociéndome a mí misma en ellas. Descubrir que la historia chilena era el reflejo y la llave maestra para comprender mi propia historia, poder colocar a las figuras de mi abuelo hispanofilipino, de Retana y de Rizal en el centro de ese mosaico, llevaron al nacimiento de algo nuevo en mí: una conciencia histórica e identidad filipina, el saber y sentirme filipina. Ya no sentía duda ni confusión. Yo era indígena de corazón y mestiza, con sangre malaya, china y española, con mentalidad e idioma estadounidense, y era la heredera de una compleja y asombrosa historia que empezaba a comprender al recuperar el idioma de mis antepasados.
….Mi tierra natal se me presentaba como otra, no como un país vacío, fácil de dejar y olvidar. Comprendí que ya era imposible separarme de ella porque Chile, tierra de frío y montañas, me había devuelto mi perdido Edén. Chile ya no era mi exilio, sino que era el eslabón que me unía a esa Filipinas renacida en mí, y que con todo amor quería compartir con mis dos familias: filipina e hispanoamericana.
….Sin embargo, en Chile, si no eres de aquí con una familia que te apoye, un matrimonio a prueba de todo y una red de contactos desde el kindergarten hasta la universidad, la precariedad y la incertidumbre serán el pan de cada día, tanto en el plano personal como en el profesional. No hubiera podido rearmar mi vida tras la disolución de mi matrimonio sin el apoyo de mi familia en Filipinas, es así que, en un sentido real, Filipinas me ha ayudado a desarrollar mi labor de investigación y escritura en Chile, cerca de mis hijos.
….El estudio del pasado es mi constante compañía y a lo largo de los años, los libros y materiales han llegado como por arte de magia. Ha sido un trabajo lento, minucioso para ir entendiendo cada vez un poquito más acerca de ese mundo desaparecido que necesito rever y -al igual que Rizal, sentado horas entre las ruinas de Roma- hacer vivir.
….Me naturalicé chilena en 2010 porque el pasaporte filipino empezó a traer muchas trabas para viajar dentro de Latinoamérica y a Europa. La búsqueda de una editorial para Rizal According to Retana y la publicación del libro en Santiago derivaron en varios viajes a España y Filipinas; conocí a importantes defensores del acervo cultural hispanofilipino como Pedro Ortíz Armengol, Guillermo Gómez Rivera y Fernando Zialcita. Participé en eventos culturales en Manila, en Reggio Calabria y Viena gracias al apoyo desinteresado de Virgilio Reyes cuando era cónsul general de la Embajada filipina en Santiago, Domenico Marcianò, consul filipino honorario en Italia y Angelina R. Banke de Rizal-Blumentritt Society Austria. Especialmente, gracias a la gestión del Padre Cayetano Sánchez del Archivo Franciscano de Madrid, pude realizar investigaciones en la Biblioteca Nacional, y durante los viajes a Filipinas también me metí en las microfichas de la National Library, más tarde visité el monte Banahaw y conseguí importantes documentos como la correspondencia rizalina en castellano y tagalo.
….En 2004, gracias a Resil Mojares, un joven investigador en Manila y amigo de Virgilio Reyes, supe de la existencia de la colección de filipiniana del eminente historiador chileno y filipinista, José Toribio Medina. Pude acopiar materiales tanto en la preciosa Sala Medina de la Biblioteca Nacional en Santiago, como en la Colección Budge en la Universidad Católica de Valparaíso. Mi estudio de la historia hispanofilipina ya constituye el foco de mi vida intelectual (impulsada y nutrida por emociones profundamente positivas), y el 99,9% de mis fuentes han sido los libros y trabajos de historiadores españoles e insignes filipinos. Estas investigaciones empezaron en 1997 con el estudio de Morga, Padre Alzina y los escritos de Retana, llegando a su punto más intenso entre 2016 y 2019, cuando realicé un estudio concienzudo de los trabajos de Fradera, Hidalgo Nuchera, Manuela Águeda García Garrido, Demetrio Ramos, Inarejos Muñoz, del Manifiesto del P. Burgos, y del libro de Sanciangco Goson, El Progreso de Filipinas. Después de cada lectura, escribía un resumen acabado del libro o del trabajo sobre la base de mis apuntes de lo que consideraba lo más pertinente, y fue así que logré una visión lo más completa posible de la historia hispanofilipina desde la perspectiva de escritores hispanos. Me entrené en la escritura en un registro culto, en la última y más importante etapa de mi preparación para emprender la ficción en español. Desde 2019 me encuentro en plena faena. Intento recrear en ficción un pasado que he vislumbrado en los libros de historia entretejido con las vivencias en Filipinas y Chile, España, mas todo lo leído, imaginado y soñado. La narrativa en español es la síntesis de mi proceso de recuperación de mi filipinidad. Esta ficción será mi aporte a la recuperación de nuestra memoria, y cultura.
Recuperación del tagalo, el problema lingüístico filipino, el castellano sanador
Para el filipino, el español está forzosamente ligado al tagalo, a todos los idiomas del archipiélago.
….El español me ha llevado a revalorar mi idioma natal y mejorar mi dominio imperfecto de él, para algún día poder hablar tagalo de corrido, sin trastabillar, sin mezclarlo con el inglés, aunque sí con el español porque esto es muy natural. Hace poco caí en la cuenta de la existencia de un serio problema: el inglés se volvió igualmente el idioma de la élite, tal como lo fue el español en el tiempo de Rizal. Entonces la separación que existió en el pasado entre el pueblo no hispanohablante y la élite hispanohablante, ha continuado, solo que ahora el español fue reemplazado por el inglés.
….La herencia histórica subyacente de desigualdad ha continuado y se ha intensificado.
….Existe en Filipinas un clasismo y elitismo solapados basados en el idioma. Entre los abismos entre la clase campesina-trabajadora, la clase media y la clase alta, entre los muchos pobres y los pocos súper ricos, está la brecha idiomática. Se expresa en los idiomas que usamos, cómo y para qué los usamos, y los idiomas que nos negamos a usar. El español 150 años atrás fue negado a los filipinos sin los medios para pagar una educación de calidad en los centros urbanos y/o en el extranjero. Lo mismo ocurre hoy en inglés. Y entonces, proponer el restablecimiento y la promoción del español ahora, cuando ni siquiera se está educando bien en inglés, suena forzosamente como un supremo disparate.
….Sin embargo, no se trata de un problema de idioma: es que el poder no quiere educación porque un pueblo con educación y cultura es un pueblo exigente y poderoso. Una educación en lenguas equiparía con herramientas a quienes el poder prefiere que no las tengan.
….Pero el poder que se resista a los cambios está mal parado en la era de Internet. Gracias a la globalización los internautas nos hemos transformado en ciudadanos de mundo virtuales. Los filipinos en Filipinas, en EE.UU. y en Europa ya tienen consciencia del mundo hispanohablante, y muchos están reflexionando en el pasado hispano y descubriendo sus vínculos familiares con aquel pasado. Esto es positivo porque la persona que rechace a su propia historia familiar es una rara avis. Descubrir la conexión con algún antepasado hispanizado tiende a ablandar la resistencia y neutralizar la ideología anti-español.
….En síntesis, creo que el futuro del español en Filipinas, tanto al interior del país como en los países de la diáspora filipina, dependerá de la valoración que le asignemos al castellano, sea como idioma comercial y profesional, como lengua de intercambio y enriquecimiento cultural, como herramienta de desarrollo y adquisición de saberes. Si nosotros como escritores logramos traspasar la barrera del inglés y transmitir amistosamente al filipino medio y a la juventud la real importancia del español, y mediante nuestras producciones estimulamos la curiosidad, el goce y el apego emocional hacia el español como lengua hermana del tagalo (y del cebuano, del chabacano, del ilocano, etc.), será un aporte al auténtico desarrollo cultural. Los filipinos adquirirán consciencia del castellano como idioma fundacional de la filipinidad que la norteamericanización les negó, más sutilmente que como la frailocracia les negó el español a sus antepasados, y con consecuencias mucho más funestas.
….Los rectores actuales de la sociedad filipina consideran irrelevante la recuperación del español porque solo ven una población aparentemente ya olvidada del pasado. Pero yerran, porque proyectan su propio sesgo cultural, ven al pueblo filipino solo como está en el presente, creyendo que así ha sido siempre y así será por siempre jamás. Les aqueja su inconsciente ahistoricidad, la mentalidad aislacionista, anglófila, fomentada exitosamente por EE.UU. Lo que el filipino moderno no quiere o es incapaz de reconocer, es que el costo de olvidar su pasado y entregarse a una modernidad servida en bandeja por un nuevo amo, fue que, por debajo del aparente y vistoso cambio y progreso, solo se eternizaron la desigualdad social, las diferencias raciales entre los filipinos “genuinos” y los “aristócratas”. No cambió la realidad histórica de que cualquier filipino que no aceptase ser cómplice de la injusticia, las corruptelas, o del autoritarismo tenía que huir al extranjero o a las montañas.
….Es así que, como pueblo, entrado el siglo XXI, el filipino sigue felizmente ajeno al concepto del equilibrio entre lo individual y lo social, de que la familia no es el centro del universo, sino que es parte de una sociedad mayor, que el respeto por los derechos humanos y civiles, el compromiso ciudadano de cumplir con los deberes cívicos, no son pura palabrería y mejor vayamos a comer rico y chismosear un rato. Rizal observó que el filipino era un individualista inconsciente, y a pesar de la modernización y las bendiciones del inglés, seguimos tal cual.
….Filipinas, cambios cosméticos aparte de una revolución, dos guerras, una neocolonización mesiánica que trajo el inglés y suprimió el español, sigue siendo la misma de siempre: un puñado de familias principales por encima de millones de siervos, en vez de unos pocos españoles por encima de millones de indios. El aparato gubernamental, si no está casado con la Iglesia, es su conviviente feliz, y la religión (sea católica, evangélica o protestante) sigue siendo el opio de la sociedad toda, sean pobres o ricos.
….Después de la larga búsqueda, los esfuerzos por esclarecer para mí misma la historia filipina y, en paralelo, adquirir una comprensión de la cultura, la historia y mentalidad del pueblo chileno, he llegado a lo siguiente: cuando los filipinos perdimos el español, perdimos toda una cultura de amor profundo y desinteresado por Filipinas. Se perdió el ideal de independencia, igualdad y justicia. Quedó el antiguo caciquismo y esclavitud sancionados por la religión de la pasividad y aceptación del sufrimiento. Quedamos incapacitados para continuar la lucha que dieron nuestros antepasados y que aparentemente fracasó 119 años atrás. Sobrevino una segunda esclavitud, esta vez de tipo mental. Entonces los filipinos nos entregamos al olvido de nosotros mismos, a la fuga y al silencio. Si algún día queremos sanar y superar esa tragedia y ruptura, cuyas consecuencias son los problemas sociales que nos aquejan en el presente, la falta de vigor existencial y el miedo al cambio, deberemos emprender una labor cultural y espiritual, plenamente conscientes de su peso, parte indefectible de la cual será recuperar nuestro perdido idioma, el castellano.
Santiago de Chile, 25 de marzo de 2020
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1 Descubrí al leer una carta enviada por Rizal de Calamba a Blumentritt fechada 1887, que el kamuning es una flor filipina. Acabo de googlearla: es una pequeña flor blanca delicada, bonita y con propiedades medicinales.