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Revista Filipina
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Invierno 2018, volumen 5, n
úmero 2
PDF: Vocabulario de la lengua tagala


RESEÑAS Y COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS


Juan de Noceda y Pedro de Sanlúcar,
Vocabulario de la lengua tagala,
edición y traducción de Virgilio Almario, Elvin Ebreo y Anna María Yglopaz

Manila, Komisyon sa Wikang Filipino, 2013, 878 pp. [978-971-0197-26-2]



La «Komisyon sa Wikang Filipino», Academia ―o Comisión― de la Lengua Filipina, es el organismo dependiente del Gabinete de la Presidencia de la República de Filipinas encargado de velar y estudiar el patrimonio lingüístico del archipiélago filipino. El origen de la institución hay que buscarlo en la convención constitucional de 1935, que establecía, junto al inglés y al español, la construcción de una lengua nacional (wikang pambansa) a través de un instituto de expertos cuyo fin era la creación de una nueva lengua filipina para ámbito nacional, imitando el modelo del bahasa indonesio y malasio. De este modo nació el Institute of National Language / Surian ng Wikang Pambansa en 1937. A partir de aquí, y sin entrar en detalles, se tomó el tagalo como base de esa nueva lengua nacional, tagalizando, quizá en demasía, el producto final o, simplemente, se llevó a cabo una “purificación” del tagalo, expurgando influencias no malayas.
      Así nació el ‘pilipino’, lengua artificial que perduró teóricamente hasta 1973, cuando la nueva constitución insistió de nuevo en la construcción de una nueva lengua nacional, llamada filipino, que debía ser la lengua oficial. Lo cierto es que fueron pasando las décadas y este laissez faire sólo agravó la diglosia, la degradación de la norma culta, el imperio del inglés, la ruina del español, y la oficialidad de una lengua que no existía. La constitución de 1987 propugnaba de nuevo la creación de un instituto el cual, finalmente, se refunda en 1991 con el nombre de Komisyon sa Wikang Filipino. Su actividad no se modificó demasiado, sobre todo por el escaso presupuesto asignado, pero también por la falta de concepto en torno al filipino moderno.
      La situación se ha visto drásticamente corregida desde el 2012 bajo la dirección de Virgilio Almario, Artista Nacional de Literatura, antiguo decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Filipinas y, recientemente, Presidente de la Comisión Nacional de Cultura y Arte (NCCA), que viene a ser prácticamente el cargo de Ministro de Cultura de Filipinas. Poeta, escritor, teórico de la literatura, propietario de una editorial de libros infantiles, autor de numerosas monografías e impulsor del uso académico del filipino, confeccionó en 2001 un magno Diksiyonaryong Filipino, Quezon City, Universidad de Filipinas-Anvil, con el fin de establecer una norma lingüística, norma que fue tímidamente respaldada por la KWF, quizá más decidida a filipinizar anglicismos para intelectualizar la lengua. Entre otras cosas, la propuesta de Almario recogía una tendencia secular en las lenguas filipinas, a saber, la intelectualización y la creación de lenguaje técnico a través del español, que constituía, a fin de cuentas, la lengua clásica del país, haciendo las veces de latín.
      Al ser nombrado director de la KWF, la política de publicaciones ha cambiado de los tradicionales diccionarios trilingües y centones con certámenes poéticos, a crear los instrumentos básicos de la norma lingüística, por ejemplo, la ortografía histórica (Baybayin. Ortograpiya at mga tuntunin sa pagsulat sa wikang tagalog ni Pedro Andrés de Castro, traducción de Elvin R. Ebreo, Manila, KWF, 2014) y presente (Ortograpiyang pambansa, Manila, KWF, 2014). Como órgano al servicio de la ciudadanía, Almario redactó también el manual de cuestiones básicas en torno a la lengua filipina (Madalas Itanong Hinggil sa Wikang Pambansa. Frequently Asked Questions on the National Language, Manila, KWF, 2014). Finalmente, defendió ante los órganos de gobierno filipinos, incluida la Presidencia, la necesidad de cambiar el nombre oficial de la República, actualmente «Pilipinas», por el de «Filipinas», pues si el ciudadano se llama “Filipino”, y su lengua “Filipino”, el país se debería de llamar “Filipinas”. Esta iniciativa le costó numerosos ataques, ante los cuales argumentó y defendió siempre la necesidad de volver a llamar al país con el nombre que históricamente había tenido.
      En este contexto hay que situar la colosal labor de reeditar y traducir la principal obra de la lexicografía histórica filipina, el Vocabulario de la lengua tagala de los padres jesuitas Juan de Noceda y Pedro de Sanlúcar. Vocabulario de la lengua tagala, trabaxado por varios sugetos doctos, y graves y últimamente añadido, corregido, y coordinado por Juan de Noceda, y Pedro de San Lúcar de la Compañía de Jesús, Imprenta de la Compañía de Jesús por Nicolás de la Cruz Bagay, Manila, 1754, ésta es la primera edición de la obra, en un contexto dieciochesco donde la labor de autores como Lorenzo Hervás y Juan Andrés nos ubica dentro de la idea de la universalización del conocimiento, de redactar obras que den idea cabal y completa sobre una materia. El diccionario de Noceda y Sanlucar es fiel testimonio de esta idea hispánica en el siglo XVIII, como demuestra que la obra siguiera siendo la principal referencia por más de dos siglos. Se explica consecuentemente su reimpresión vallisoletana de 1832 y la segunda edición en 1860, Vocabulario de la lengua tagala, compuesto por varios religiosos doctos y graves, y coordinado por el P. Juan de Noceda y el P. Pedro de Sanlúcar; últimamente aumentado y corregido por varios religiosos de la Orden de Agustinos calzados, Manila, Imprenta de Ramírez y Giraudier.
      Virgilio Almario introduce el volumen hablando de la importancia del vocabulario para la historia, no sólo del tagalo, sino del país, como mohon sa kasaysayan pambansa, “hito en la historia nacional”. Justifica la traducción desde la edición de 1860, argumentando ser la más completa de todas, y añade determinadas tradiciones folklóricas, nanas, canciones y poemas que los autores jesuitas recogieron para ilustrar el vocabulario, haciendo del mismo no un simple manual lexicográfico, sino un tesoro etnográfico y cultural del pueblo tagalo. En fin, dentro de la trayectoria de Almario, la publicación y traducción de esta obra no hace más que contrastar la seriedad y coherencia de su programa cultural.
      La traducción la realizan Elvin Ebreo y Anna María Yglopaz, profesores de español de la Universidad de Filipinas, y se dispone a doble columna en paralelo, primero la versión en español y después en filipino. En la columna castellana la entrada se escribe en mayúsculas, y en la filipina en negritas. Al vocabulario tagalo sigue otro «Vocabulario hispano-tagalog», desde la página 688, ordenado también alfabéticamente.
      En breve, la obra viene a manifestar el esfuerzo que Virgilio Almario lleva realizando en las últimas décadas por normativizar y normalizar el filipino, como lengua nacional de uso en todos los niveles, y su intelectualización a través de la recuperación de un patrimonio cultural que representa, aunque muchos lo hayan hollado, el principal valor de Filipinas, el de su construcción como pueblo dentro del mosaico asiático.

Isaac Donoso

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