
Reseña verídica de la revolución filipina
por don Emilio Aguinaldo y Famy
Presidente de la República Filipina
TARLAK (ISLAS FILIPINAS.)
Imprenta Nacional a cargo del Sr. Zacarías Fajardo
1899
(fuente: http://www.gutenberg.org/etext/14307)
I-III **IV-X**XI-XV**XVI-XIX

I.
LA REVOLUCIÓN DE 1896
España dominó las Islas Filipinas por más de tres siglos y medio, durante los cuales, abusos de la frailocracia y de la administración acabaron con la paciencia de los naturales, obligándoles en los días 26 al 31 de agosto de 1896, a sacudir tan pesado yugo, iniciando la revolución las provincias de Manila y Cavite.
En tan gloriosos días levantáronse Balintawak, Santa Mesa, Kalookan, Kawit, Noveleta y San Francisco de Malabon, proclamando la independencia de Filipinas, seguidos, a los cinco días, por todos los demás pueblos de la provincia de Cavite; sin que para ello existiera concierto previo para ejecutar el movimiento, atraídos sin duda alguna por el noble ejemplo de aquellos.
Por lo que toca a la provincia de Cavite, si bien se circularon órdenes de llamamiento por escrito firmadas por D. Agustin Rieta, D. Cándido Tirona, y por mí, tenientes de las tropas revolucionarias, sin embargo, no había seguridad de que fueran atendidas, ni recibidas siquiera; como en efecto, una de estas órdenes cayó en manos del
español D. Fernando Parga, Gobernador Político Militar de la provincia, que dio cuenta al Capitán General Don Ramón Blanco y Erenas quien ordenó en seguida, combatir y atacar a los revolucionarios.
La providencia que había señalado sin duda la hora de la emancipación filipina, protegió a los revolucionarios; pues sólo así se explica que hombres armados de palos y "gulok", sin disciplina ni organización, vencieran a fuerzas españolas del Ejército regular, en los rudos combates de Bakoor, Imus y Noveleta, hasta el extremo de arrebatarles numerosos fusiles; lo que obligó al General Blanco a suspender las operaciones y tratar de sofocar la revolución por la política de atracción, pretextando que no le gustaba «hacer carnicería en los filipinos.»
El Gobierno de Madrid, no aprobando esta clase de política del General Blanco, envió al Teniente General don Camilo Polavieja para relevarle del cargo, mandando al propio tiempo, tropas regulares de españoles peninsulares.
Polavieja con 16 mil hombres armados de Maüser y una batería de cañones, atacó a los revolucionarios, con energía; apenas reconquistó la mitad de la provincia de Cavite; y habiéndose enfermado, dimitió el cargo en abril de 1897.
Relevado D. Camilo Polavieja por el Capitán General D. Fernando Primo de Rivera, este anciano guerrero persiguió en persona a los revolucionarios con tanta firmeza como humanidad, logrando reconquistar toda la provincia de Cavite y arrojando a los rebeldes a las montañas.
Entonces senté mis reales en la abrupta y desconocida sierra de "Biak-na-bató" donde establecí el Gobierno Republicano de Filipinas, a fines de mayo de 1897.
II.
EL TRATADO DE PAZ DE BIAK-NA-BATÓ
Don Pedro Alejandro Paterno estuvo varias veces en "Biak-na-bató" a proponer la paz, que después de cinco meses y largas deliberaciones, quedó concertada y firmada en 14 de diciembre de dicho año 1897, bajo las bases siguientes:
1.) Que era yo libre de vivir en el extranjero con los compañeros que quisieran seguirme, y habiendo fijado la residencia en Hong kong, en cuyo punto debería hacerse la entrega de los 800.000 pesos de indemnización, en tres plazos:--400.000 a la recepción de todas las armas que había en "Biak-na-bató" -- 200.000 cuando llegaran a 800 las armas rendidas y los últimos 200.000 pesos al completarse a 1.000 el número total de las mismas y después de cantado el "Te Deum" en la Catedral de Manila, en acción de gracias.--La segunda quincena de febrero se fijó como tiempo máximo para la entrega de las armas.
2.) El dinero sería todo entregado a mi persona, entendiéndome con entera libertad con mis compañeros y demás revolucionarios.
3.) Antes de evacuarse "Biak-na-bató" por los revolucionarios filipinos, el Capitán General Sr. Primo de Rivera me enviaría dos generales del ejército español, que permanecerán en rehenes hasta que yo y mis compañeros llegásemos a Hong-kong, y se recibiera el primer plazo de indemnización, o sea, los 400.000 pesos.
4.) También se convino suprimir las corporaciones religiosas de las islas y establecer la autonomía en el orden político y administrativo, aunque a petición del General Primo de Rivera, estos extremos no se consignaron por escrito, alegando que era muy humillante hacerlo así para el Gobierno Español, cuyo cumplimiento por otra parte, garantizaba él con su honor de caballero y militar.
El General Primo de Rivera entregó el primer plazo de 400.000 pesos mientras aún permanecían los dos generales en rehenes.
Nosotros, los revolucionarios, cumplimos por nuestra parte con la entrega de armas, que pasaron de mil, como consta a todo el mundo por haberse publicado la noticia en los periódicos de Manila. Pero el citado Capitán General dejó de cumplir los demás plazos, la supresión de frailes y las reformas convenidas, no obstante haberse cantado el "Te Deum"; lo que causó profunda tristeza a mí y a mis compañeros; tristeza que se convirtió en desesperación al recibirse la carta del Teniente Coronel D. Miguel Primo de Rivera, sobrino de dicho general y su secretario particular, avisándome que mis compañeros y yo no podríamos ya volver a Manila.
¿Es justo este proceder del representante del Gobierno de España? --Contesten las conciencias honradas.
III.
NEGOCIACIONES
No hube de permanecer con mis compañeros por mucho tiempo bajo el peso de tan crítica situación, porque en el mes de marzo del referido año 1898 se me presentó un judío a nombre del Comandante del buque de guerra norte-americano "Petrell", solicitando conferencia por encargo del Almirante Dewey.
Celebráronse varias con el citado Comandante en las noches del 16 de marzo al 6 de abril, quien solicitando de mí volviera a Filipinas para reanudar la guerra de la independencia contra los españoles, ofrecióme la ayuda de los Estados Unidos, caso de declararse la guerra entre esta nación y España.
Pregunté entonces al Comandante del "Petrell" lo que Estados Unidos concedería a Filipinas, a lo que dicho Comandante, contestó que "Estados Unidos era nación grande y rica, y no necesitaba colonias".
En su vista, manifesté al Comandante la conveniencia de extender por escrito, lo convenido, a lo que contestó que así lo haría presente al Almirante Dewey.
Estas conferencias quedaron interrumpidas por haber, el 5 de abril, recibido cartas de Isabelo Artacho y de su Abogado, reclamándome 200.000 pesos de la indemnización, parte que le correspondía percibir como Secretario del Interior que había sido en el Gobierno filipino de "Biak-na-bató", amenazándome llevar ante los Tribunales de Hong Kong, si no me conformaba con sus exigencias.
Aunque de paso haré constar que Isabelo Artacho llegó a "Biak-na-bató" e ingresó en el campo de la revolución el 2 de septiembre de 1897, y fue nombrado Secretario, a principios de noviembre, cuando la paz propuesta y trabajada por D. Pedro Alejandro Paterno, estaba casi concertada, como lo prueba el que en 14 de diciembre siguiente se firmara. --Véase, pues, la injusta y desmedida ambición de Artacho al pretender la participación de 200.000 pesos por los pocos días de servicios que a la Revolución prestara.
Además se había convenido entre todos nosotros los revolucionarios, en "Biak-na-bató", que, en el caso de no cumplir los españoles lo estipulado, el dinero procedente de la indemnización, no se repartiría, y se destinaría a comprar armas para reanudar la guerra.
Artacho, pues, obraba entonces como un espía, agente del General Primo de Rivera, toda vez que quería aniquilar la revolución, quitándole su más poderoso elemento, el cual era, el dinero. Y así fue considerado el asunto por todos los revolucionarios, acordándose en junta, saliera yo inmediatamente de Hong-kong, evitando la demanda de Artacho, a fin de que los demás tuvieran tiempo de conjurar este nuevo peligro para nuestros sacrosantos ideales, consiguiéndolo así en efecto: Artacho convino en retirar su demanda por medio de una transacción.
En cumplimiento de dicho acuerdo, marchéme sigilosamente de Hong Kong, el día 7 de abril, embarcándome en el "Taisan", y pasando por Saigón fui a parar con la mayor reserva a Singapur, llegando a este puerto en el "Eridan" el 21 de dicho mes, hospedándome en casa de un paisano nuestro. Tal fue la causa de la interrupción de las importantísimas conferencias con el Almirante Dewey iniciadas por el Comandante del "Petrell".
Pero «el hombre propone y Dios dispone», refrán que en esta ocasión se cumplió en todas sus partes; porque no obstante lo incógnito del viaje, a las cuatro de la tarde del día de mi llegada a Singapur, presentóse en la casa, donde me hospedaba, un inglés que, con mucho sigilo, dijo que el Cónsul de Estados Unidos de aquel punto, Mr. Pratt, deseaba conferenciar con D. Emilio Aguinaldo, a lo que se le contestó que en dicha casa no se conocía a ningún Aguinaldo; pues así se había convenido responder a todo el mundo.
Pero habiendo vuelto el inglés repetidas veces con la misma pretensión, accedí a la entrevista con Mister Pratt, la cual, se verificó, con la mayor reserva de 9 a 12 de la noche del día 24 de abril de 1898, en un barrio apartado.
En la entrevista aludida manifestóme el Cónsul Pratt, que no habiendo los españoles cumplido con lo pactado en "Biak-na-bató", tenían los filipinos derecho a continuar de nuevo su interrumpida revolución, induciéndome a hacer de nuevo la guerra contra España, y asegurando que América daría mayores ventajas a los filipinos.
Pregunté entonces al Cónsul qué ventajas concedería Estados Unidos a Filipinas, indicando al propio tiempo la conveniencia de hacer por escrito el convenio, a lo que el Cónsul contestó que telegráficamente daría cuenta sobre el particular a Mr. Dewey, que era Jefe de la expedición para Filipinas, y tenía amplias facultades del Presidente MacKinley.
Al día siguiente, entre 10 y 12 de la mañana, se reanudó la conferencia, manifestando el Cónsul Mister Pratt que el Almirante había contestado acerca de mis deseos --que, Estados Unidos por lo menos reconocería la Independencia de Filipinas bajo protectorado naval y que no había necesidad de documentar este convenio, porque las palabras del Almirante y del Cónsul Americano eran sagradas y se cumplirían, no siendo semejantes a las de los españoles--, añadiendo por último, que, --el Gobierno de Norteamérica era un gobierno muy honrado, muy justo y muy poderoso--.
Deseoso de aprovechar tan providencial ocasión para regresar a mi país y reanudar la santa empresa de la Independencia del pueblo filipino, presté entero crédito a las solemnes promesas del Cónsul Americano, y le contesté que podía desde luego contar con mi cooperación de levantar en masa al pueblo filipino, con tal de que llegara a Filipinas con armas ofreciendo hacer todo cuanto pudiera para rendir a los españoles, capturando la plaza de Manila, en dos semanas de sitio, siempre que contara con una batería de 12 cañones.
Replicó el Cónsul que me ayudaría para hacer la expedición de armas que yo tenía proyectada en Hong Kong; pues telegrafiaría enseguida al Almirante Dewey lo convenido, para que por su parte prestara su auxilio a la citada expedición.
El día 26 de abril se llevó a cabo la última conferencia en el Consulado americano, a donde fui invitado por Mr. Pratt, quien me notició que la guerra entre España y Estados Unidos estaba declarada, y por tanto, que era necesario me marchara a Hong-kong en el primer vapor, para reunirme con el Almirante Dewey que se hallaba con su escuadra en «Mirs Bay», puerto de China; también recomendóme Mr. Pratt le nombrase Representante de Filipinas en América para recabar con prontitud el reconocimiento de la Independencia. Contesté que desde luego marcharía yo a Hong Kong a reunirme con el Almirante, y que en cuanto se formara el Gobierno filipino le propondría para el cargo que deseaba, si bien lo consideraba insignificante recompensa a su ayuda; pues para el caso de tener la fortuna de conseguir la Independencia, le otorgaría un alto puesto en la Aduana, además de las ventajas mercantiles y la ayuda de gastos de guerra que el Cónsul pedía para Estados Unidos; y que los filipinos estarían conformes en conceder a América en justa gratitud a su generosa cooperación.
Luego que hube tomado pasaje en el vapor "Malacca" volví á despedirme del Cónsul Pratt, quien aseguró, que antes de entrar en el Puerto de Hong Kong me recibiría secretamente una lancha de la escuadra americana con el fin de evitar la publicidad, sigilo que también yo lo deseaba. Partí para Hong Kong en dicho vapor las 4 de la tarde del mismo día 26.
A las dos menos cuarto de la madrugada del día 1° de Mayo fondeábamos en aquel puerto sin que saliera a encontrarnos ninguna lancha. A invitación del Cónsul de esta colonia, Mr. Wildman dirigíme al consulado y de 9 a 11 de la noche del mismo día de mi llegada conferencié con él, diciéndome que el Almirante Dewey se había marchado a Manila sin esperarme, por haber recibido orden perentoria de su gobierno para atacar la escuadra española, dejando recado de que me mandaría sacar por medio de una cañonera. En aquella conferencia traté con el indicado Cónsul acerca de la expedición de armas que tenía en proyecto y convenimos en que dicho Cónsul y el filipino Sr. Teodoro Sandico quedaban encargados de la expedición, dejando en la misma noche en poder de dichos señores la cantidad de 50.000 pesos, en depósito.
Pudo adquirirse en seguida una lancha de vapor por 1.000 pesos, y se contrató la compra de 2.000 fusiles a razón de $ 8,50 uno, con 200.000 cartuchos a razón de $ 33,50 el millar.
Al cabo de una semana, el 7 de mayo, llegó de Manila el cañonero americano "MacCullock", trayendo la noticia de la victoria del Almirante Dewey sobre la escuadra española, pero no traía orden de llevarme a Manila y a las nueve de la noche tuve con el mismo Cónsul, a su invitación, una segunda conferencia.
El 15 del mismo mes volvió de nuevo el "MacCullock" que trajo la orden de trasladarme a Manila con mis compañeros, habiendo sido inmediatamente notificado del embarque por el Cónsul Wildman, y a las diez de la noche del día 16 en el pantalán City Hall, de Hong Kong, acompañado del mismo, en unión del Comandante de la cañonera y de Mr. Barrett, ex-Secretario de la embajada americana del Reino de Siam, según propio decir del mismo, nos dirigimos en una lancha americana a un puerto de Chinese Kowloon, donde se hallaba aquel cañonero. Mr. Barrett en el acto de la despedida, ofreció visitarme en Filipinas, cumpliendo más tarde su promesa en Cavite y Malolos.
Encargóme el Cónsul Wildman que tan pronto llegase a Filipinas, estableciera el Gobierno filipino bajo forma dictatorial, y que él procuraría, por todos los medios posibles enviar pronto la expedición de armas como así lo cumplió en efecto.
Partiendo el "MacCullock" a las 11 de la mañana del 17 de mayo para Filipinas, fondeábamos entre doce y una de la tarde del 19, en aguas de Cavite; e inmediatamente la lancha del Almirante con su Ayudante y Secretario particular vino a sacarme para el "Olimpia", donde fui recibido con mi Ayudante Sr. Leyva con honores de General por una sección de guardias marinas.
El Almirante acogióme en su salón y después de los saludos de cortesía, preguntéle si eran ciertos todos los telégramas que había él dirigido al Cónsul de Singapur, Mr. Pratt, relativos a mi; contestándome afirmativamente, y añadiendo que, "Estados Unidos había venido a Filipinas para proteger a sus naturales y libertarles del yugo de España".
Dijo además que "América era rica en terrenos y dinero, y que no necesitaba colonias", concluyendo por asegurarme "no tuviera duda alguna sobre el reconocimiento de la Independencia Filipina, por parte de Estados Unidos". Y enseguida me preguntó, si podría levantar el pueblo contra los españoles y hacer una rápida campaña.
Contestéle que los sucesos darían prueba de ello; pero mientras no llegara la expedición de armas encomendada al Cónsul Wildman en uno de los puertos de China, nada podría hacer; pues sin armas cada victoria costaría muchas vidas de valientes y temerarios revolucionarios filipinos. El Almirante, ofreció enviar un vapor para activar la referida expedición de armas aparte de las órdenes que tenía dadas al Cónsul Wildman, poniendo inmediatamente a mi disposición todos los cañones que había en los buques de la escuadra española y 62 fusiles Maüser con muchas municiones, que estaban en el "Petrell" procedentes de la Isla del Corregidor.
Expreséle entonces mi profundo reconocimiento por la generosa ayuda que Estados Unidos dispensaba al pueblo filipino, así como mi admiración a las grandezas y bondad del pueblo americano. Le expuse también "que antes de salir de Hong Kong, la colonia filipina había celebrado una junta en que se deliberó y discutió la posibilidad de que, después de vencer a los españoles, los filipinos tuvieran una guerra con los americanos por negarse a reconocer nuestra Independencia, seguros de vencer por hallarnos cansados y pobres de municiones gastadas en la guerra contra los españoles; suplicándole dispensase mi franqueza".
El Almirante contestó, que se alegraba de mi sinceridad; y creía que así, los filipinos y los americanos debíamos tratarnos como aliados y amigos, exponiendo con claridad todas las dudas para la más fácil inteligencia entre ambas partes, añadiendo que, según tenía manifestado, --Estados Unidos reconocería la Independencia del pueblo filipino,-- "garantizada por la honrada palabra de los americanos, de mayor eficacia que los documentos que pueden quedar incumplidos, cuando se quiere faltar a ellos", como ocurrió con los pactos suscritos por los españoles, aconsejándome formara enseguida la "bandera nacional" filipina, ofreciendo en su virtud reconocerla y protegerla ante las demás naciones, que estaban representadas por las diferentes escuadras que se hallaban en la bahía, si bien dijo, que debíamos conquistar el poder de los españoles, antes de hacer ondear dicha bandera, para que el acto fuera más honroso a la vista de todo el mundo, y sobre todo, de los Estados Unidos, y para que cuando pasaran los buques filipinos con su "bandera nacional" por delante de las escuadras extranjeras infundieran respeto y estimación.
De nuevo agradecí al Almirante sus buenos consejos y generosos ofrecimientos, haciéndole presente que, si necesario fuera el sacrificio de mi propia vida para honrar al Almirante cerca de Estados Unidos, pronto estaba dispuesto a sacrificarla.
Añadí que con tales condiciones podía asegurar que todo el pueblo filipino se uniría a la revolución para sacudir el yugo de España, no siendo de extrañar que algunos pocos estuvieran aún de su parte por falta de armas, o por conveniencias personales.
Así concluyó esta primera conferencia con el Almirante Dewey, a quien anuncié, que residiría en la Comandancia de Marina del Arsenal de Cavile.
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